"La compulsión lúcida de actuar polémicamente cristaliza mi libertad". T. Spanbauer.
lunes, 28 de marzo de 2011
FÍSICA DE LAS PASIONES
jueves, 24 de marzo de 2011
VICKY CROW O DE LAS PENALIDADES DEL (NO) SER (MÁS QUE IDEAS)
¡Qué iba a leer! Se hacía tonta hojeando los libros mientras yo lavaba los trastes, limpiaba la casa, ordenaba aquí, sacudía allá, nada más faltaba que me mandara a servirle de comer. Hubiera sido el colmo ¡Sinvergüenza que es! Pero eso de su analfabetismo no lo supe sino hasta después. Cuando me dijo entre susurros, ya ve cómo es cuando le sale lo tímida (taimada, la muy cabrona), que no conocía ni la O y eso que le gustaba tanto. La inscribí en el IVEA, en esa escuela para adultos –la Vicky tenía ya 16- para que aprendiera a leer y a escribir. Que se labrara un futuro, dije entre mí. Y no solamente estuviera en las tardes haciéndose tonta dizque leyendo y mirando a los hombres pasar.
Porque cuzca no era. Como dicen que lo es ahora. Pero estaba linda la chamaca, nueva, los hombres venían a la puerta como perros. Imagínese que hasta pensé en ponerle un collar para que no se me fuera a ir. Dios no da hijos pero problemas a granel sí; ahí estaba yo abanicando a esos machitos que me pedían permiso para dejarla salir. ¿Usted cree? Pero si Vicky no estaba presa en mi casa como dicen que dice. Jamás. Era tan libre de ir a donde quisiera, pero no lo hacía porque no conocía la ciudad y además siempre estaba leyendo. Sí, le digo, dinerito sí tenía, aunque no trabajaba yo de todas maneras le pagaba. Ahora niega todo eso. Debería recordar que si no la conocí con las medias rotas es porque ni medias traía. Y luego de allá de donde venía, con tanto calor.
Pasó el tiempo como pasan los autobuses, en chinga (¡perdón!). Y Vicky acabó su escuela, le hice una fiesta, vino gente de su pueblo. Todo muy lindo como si fuera el día de su boda. Muy hermosa la misa y las palabras que le dedicó el padre, todo bien bonito, ya imaginará usted. Pero más tardó en acostumbrarse en ser bachiller que en imaginarse otra cosa. ¿No le digo que le entró que quería ir a la Universidad? Yo rezaba cada noche a san Juditas pidiéndole que le quitara esa idea de la cabeza. Pero no, ella necia, terca, tancha. Empecinada en que si entraba a la Universidad sería otra su vida, que ella quería y se merecía un futuro mejor. Y vaya que si se volvió otra, aunque de futuro mejor ni hablamos. Yo no sabía qué ideas bullían en su cabecita pero sí me daba harta angustia. Pobre, pensaba. No se conforma con estar jodida sino hasta loca.
Y entró a la Universidad, a la facultad de antropomanía o como se diga esa cosa. No fue fácil. Qué va hacer. Le pagué cursos, le pagué maestros para que le explicarán el álgebra y esos números extraños, me sentaba en las tardes a darle clases de español y su mente como el teflón, no se le quedaba nada. Con decirle que no pasó el examen a la primera. Y todavía se enojó conmigo, ‘es que tú no me apoyas ni confías en mí’. ¿Usted cree? Yo que la había acogido como a una hija. Y ella con esas ingratitudes.
Y terca como mula en brama. No quería trabajar ni hacer nada. Pero seguía leyendo dizque para ilustrarse; sí, así me decía cuando la mandaba a hacer quehacer. Yo le decía, Vicky, has las camas, y ella en los libros. Niña, prepara la comida, y ella leyendo. Chamaca, lava estos trapos, y ella leyendo. No sé qué tanto leía. O creía leer.
Una tarde que se fue a ver al novio –al menos a mí eso me dijo, yo en sus cosas no me metí nunca- que voy a buscar el libro que siempre le veía en las manos. Era un título extraño… de un tal Fou-cault. Me aprendí el nombre porque fui directito a buscar al padre para averiguar si Vicky no andaba metida en cosas de brujería. Yo la veía muy decentita pero me dará la razón usted, de esas cosas uno nunca sabe. Y con lo malgeniuda que andaba siempre. Yo tomé mis precauciones, no fuera a ser la de malas. Pero no pasó nada. Resulta que lo que esta chamaca leía era más inofensivo que un mosco. Sobre el poder y la sexualidad. Ay, perdone que me ría. Pero es que me da una risa nomás acordarme. Vicky era más virgen que la del Tepeyac y leyendo esas cosas. Qué va que eran para aprender. ¿No le digo que era bruta? En esas andaba cuando hizo otra vez el examen y pasó. Y se fue. Así nomás, como había llegado, cenutria.
Usted perdone que llore pero es que cuando me acuerdo de ese día me gana la pena. Sí, gracias, no se preocupe, pasa rápido. Ya ve usted que dicen que volverán las oscuras golondrinas y que vuelve la maldita primavera, esa ingrata ni para saber si ya descanso en paz ha regresado. No, no se llevó nada. Salvo los libros esos que leía en ese entonces. Uno de un tal Marina sobre el huecorama de las cosas. ¿No le dije que estaba loca? Lo que leía esa chamaca. Sobre huecos. Discúlpeme si me da risa, pero hueca estaba ella del cerebro como lleno tiene el corazón de soberbia. Nunca pude enseñarle la humildad, que había nacido para volar entre las nubes. No, no me pregunte nada; de si se drogaba o no, yo nada supe. Lunática estaba ya en ese entonces y no me di cuenta. Dios sabe que digo la verdad…
Pero ya no lo demoro más. Qué bueno que al menos usted ya me dio razón de ella. Así son las cosas, ¿verdad? !Qué se le va a hacer!. Pero le digo que llegué a saber, de a oídas, es que quería ser Queer. ¿Queer cosa? Le dije. Y ella ufana como Rania de Jordania (lo leí en el Hola) no me respondió. Avemaría purísima, las cosas que pasan ahora, ¿verdad?. hay mucho mal por todas partes.
También supe, ya ve que aunque uno no pregunte todo se sabe, que un hombre joven la quería. Muy guapo él y dicen que de muy buena familia. Sí, es de los que vienen del mar. Sí, ese mismo debe ser. Pues que la pretende o la pretendía. Ojalá ya se le haya pasado el ajuar a ese muchacho. Yo lo siento por él. ¿Para qué quiere a Vicky? Ya que la deje con todas las infelicidades que tiene encima. Si el hombre éste la quiere de buena fe, se va a decepcionar. ¿Usted cree que esta chamaca va a querer obligación? ¡Qué va! No la quiso de más joven menos ahora que ya es letrada. ‘Tengo mis ideas’ dicen que repite cuando le piden que opine sobre algo. Ja, como si de ideas se comiera.
sábado, 19 de marzo de 2011
DE LOS ESENCIALISMOS
miércoles, 16 de marzo de 2011
BASURA 'GRATIS'
sábado, 12 de marzo de 2011
DE LA DIGNIDAD 2
Cuando Lemebel habla por su diferencia no resulta excluyente sino congruente. El discurso a favor de la igualdad es tan sospechoso como las promesas que hacen los poderosos del mundo a los miserables de esta Tierra. La única igualdad que existe es la matemática y como tal es abstracta. Las personas deberíamos aspirar a la equidad, que es más justo y posible, humano. Hablo por mis diferencias. Mis muchas diferencias que me permiten dialogar (a veces, en determinados momentos), con las diferencias de otros y posibilitar el encuentro. La diferencia me acerca con mis semejantes, no con unos iguales inexistentes.
Y para ello, debo reconocer en mi propia piel la especificidad de mi opresión (Moraga). O de mis opresiones, que son muchas también. Lo digo sin atisbos de rencor o en plan víctima. Identificar en mi cuerpo la huella del poder ejerciendo sobre mí su presión, da pie a que pueda valorar en los otros el dolor de la herida en tanto sujetos lastimados; reconocernos en el dolor y no en la herida en sí. Que la pena tiene intensidades es cierto. Aceptar esta diversidad de dolores y daños posibilita a su vez, encontrarme en el otro que busca sanación, perdón y liberación.
Sin perdón no hay libertad. Pero no esa disculpa devenida en “borrón y cuenta nueva”, que intenta confundir perdón con olvido y desmemoria con injusticia. Sin reparación tampoco es posible construirse sujeto, pero asumiendo sensatamente que la recuperación nunca es absoluta sino simbólica, de este modo la herida que no sana del todo se oxigena y permite continuar con el cuerpo tatuado hablando por sus marcas sin rencor y sí con valentía. Un orgullo que surge con la dignidad recuperada, como si la cicatriz fuera una sonrisa de la piel que victoriosa se yergue. Resiste.
Para llegar ahí hay que descolonizar la imaginación (Sandoval), los afectos, la manera en como hemos sido obligados a pensarnos, a valorarnos frente al otro, casi siempre en oposición y en franca desventaja. Imaginarnos de otra forma posibilita recuperar la autoestima, sentir en la piel la indignidad que nos ha sido impuesta a fuer de repetir un papel social que no hemos elegido y sí en cambio, reproducido acríticamente para mantener la perpetuación de la inequidad y la injustica. Identificar en el propio pensamiento, el pensamiento del tirano, puede ayudarnos a arrancar las cadenas cognitivas que nos limitan la posibilidad de imaginar otras maneras de vivir nuestra existencia.
La descolonización supone un largo proceso de recuperación de nuestra subjetividad en manos de muchos opresores, a quienes hay que ir dejando atrás no sin señalarlos como verdugos y emplazándolos al ejercicio de la justicia, que tampoco es completa ni del todo justa.
Tanta inexactitud no tiene por qué desmotivar a reconocer nuestras diferencias, identificar las opresiones, independizar nuestra imaginación, pensar que otro mundo es posible. Muchos otros mundos son posibles. Mejores a éste que habitamos. Se necesita más que esperanza, es verdad, pero no se avanza hacia otros horizontes más deseables si no es con la dignidad recuperada de los sujetos. La dignidad se vive en y desde el cuerpo. Poco valen unas manos y unos pies en dinamismo si actúan sólo por reflejo o imitación. Coaccionados. Se puede ser antisistema sin devenir anarquista. Se puede ser sujeto en resistencia y disfrutar de la vida, sólo si ésta acontece humanamente, amorosa, con dignidad. Lo creo: otro mundo (mejor, sí) es posible.
viernes, 11 de marzo de 2011
DE LA DIGNIDAD
lunes, 7 de marzo de 2011
¿DÓNDE ESTÁ LA DIGNIDAD?
Qué envidia mirar las manifestaciones de los pueblos árabes tomando en sus manos –sobre sus espaldas, bajos sus pies, en sus corazones- el reto de hacerse una vida propia, una vida digna, una existencia libre. Qué dolor contemplar sus rostros trasfigurados delante de un tanque que les impide el paso y no obstante avanzan, porque vale más el reclamo de dignidad que el miedo. Observo sus ojos jubilosos, sus lágrimas liberadoras, sus rostros demudados por los gritos y encuentro en esos rostros el gozo de la libertad conquistada.
Miro en cambio, la jeta de los mexicanitos, caída, chueca, auténticas máscaras carnavalescas que sonríen porque así las han pintado y lanzan vivas al líder en turno que no les reconoce dignidad pero les concede momentos de solaz y esparcimiento. Al menos eso creen. Infelices mexicas que aplauden al talk show de cada tarde con las manos artríticas, imposibilitados para mirar su propia desgracia en el circo montado. Tiran la piedra contra el espejo sin cobrar conciencia de la herida que yace en sus cuerpos.
Triste es mirar que bajo el nombre de una virgen, una promesa de bienestar, el señuelo de un cambio –que no llegará jamás-, la ilusión de una telenovela que es sólo un remedo de ilusiones abaratadas en una tienda de pulgas, un pueblo se consume de inanición. "Vamos bien", repiten merolicos quienes deberían quedarse callados sólo por decencia si la prudencia y la inteligencia les están negadas.
Es lastimoso contemplar cómo este pueblo jodido, humillado, burlado, timado, no se ha dado cuenta que hace mucho tiempo su dignidad le ha sido confiscada. Y como ignora su carencia no exige la reparación del daño, no echa de menos la falta, no aspira a recuperarla. Pocas son las voces que se alzan para denunciar el fraude en que se ha convertido la vida de este país. En lo rutinaria que es la miseria –en todos los sentidos- y lo habituados que estamos a mirar este tapiz desteñido, borroso, grasiento, nuestro México, repiten estúpidamente quienes han perdido visión de otras formas de vida.
No es el narcotráfico el principal problema de este país; no lo son tampoco el desempleo ni la crisis económica ni el exceso de gente que habita la patria, es la falta de dignidad en las personas la que ha puesto de rodillas a este pueblo, que asume con gratuidad las migajas que recoge del suelo (peor es nada, susurran agradecidas). Ahí está la iglesia y sus jerarcas pidiendo sumisión, ahí están los gobernantes repitiendo merolicos sus mentiras, ahí está la escuela y sus docentes enajenando pensamientos y atrofiando sensiblidades para que huyan de la reflexión y no ejerciten el pensamiento crítico, ahí está la televisión y sus programas narcóticos idiotizando a quienes los consumen como si fuera el aire que necesitan para respirar. Sobran agentes enajenadores, colonizadores, tiránicos.
¿Qué necesita un mexicano para sentir en su piel la estafa de la que cada día es objeto? ¿Qué hace falta para que una mexicana descubra que ha sido engañada por unas instituciones hipócritas, mediocres, avarientas, egoístas? ¿Qué se requiere para sacudirnos la abulia, la desazón, el miedo para emprender el camino a otro tipo de vida? Basta de creer que somos tolerantes, felices, optimistas, resistentes. Mierda vendida como pan para mantenernos con la frente en el suelo. Pusilánimes, torpes, cenutrios. La miseria -en todos los sentidos- vuelta en estilo de vida.
Resisto y sufro. El gozo de mirar a las multitudes árabes peleando por la restauración de su dignidad –y con ello todo lo demás- me duele hondamente porque sé que moriré sin ver a este país libre, democrático, crítico, sano, en paz.
jueves, 3 de marzo de 2011
LA CONTADORA DE PELÍCULAS
Ciertas son las tardes de sol y la película que avanza de prisa ante la mirada expectante de quienes ven todo con lentitud. Verdad son las escenas de ligue y desmanes que acontecen dentro del único cine de la región. Real es la ida (huida) de la madre de María Margarita, la invalidez del padre, el hambre de cinco hermanos. El resto es ficción que se asume como cierto para no sucumbir.
A través de fotogramas que se convierten en representaciones teatrales, tarde a tarde Hada Delcine se hace una vida con las esquirlas de dignidad que merodean por las calles llevadas y traídas por el viento. Con esos fragmentos se re-construye cada vez que intentan destruirla: la violación que sufre de parte del usurero del pueblo, la muerte del padre, la pérdida de los hermanos, el amasiato con el gringo que le triplica la edad, la llegada de la televisión que la condena a enmarcarse en la realidad real que había conseguido eludir durante tantos años.
La contadora de películas es una acertada construcción de un personaje femenino empoderado, crítico con los esquemas de género (“ahí donde hay batallas, hay fugas”), reacia a vivir de una manera que ella, pese al determinismo de su entorno, decide torcer para procurarse otra existencia: en “tecnicolor y cinemascope”. La imaginación libera, parece ser la conclusión de esta breve y fluida novela. Que para ser congruente, su lectura lleva el mismo tiempo que dura una película.