sábado, 19 de octubre de 2013

JODIDO Y VIVO...

Tengo un cansancio de todo. Había pasado ya de tanta pastilla. Pero los últimos meses, la cuestión gástrica me ha atado a una ingesta periódica de pastas que acompañan mi rutina. Para los espasmos, el colon irritado, que el intestino se aletarga, la acidez, el cólico, la inflamación, el píldoro, el escape, las bujías, … lotería: la vida como una sanción que debe ser cumplida.

Primero fue la molestia general; llegó con la dieta: no grasa, no alcohol, no irritantes, no-muchas-cosas-más. Aceptado. Luego el reacomodo del cuerpo. Mejora acá, recompostura allá, modificaciones aquí. Nuevas dolencias. Pasado el tiempo, sumido en otra rutina reapropiada, asimilada, revestida de mejoría; la novedad: el cuerpo siempre sediento, constantemente cansado, continuamente hambriento. La ansiedad de querer comer y no ver saciado el apetito.

La suspensión de la ingesta de las pastas. La pretendida liberación, un fraude. El regreso del dolor, los cólicos, la acidez, el cuerpo retensado, la quijada adolorida, el dolor de cabeza, entre el estreñimiento y la cagadera, la inflamación, subir de peso. La presión (alta). El reconocimiento de que se está jodido y de que no hay marcha atrás: pastadependiente full time. Medicarme para estar bien aunque siga estando mal. Placebos para el malestar. Economía del malestar. Re(a)signación. Derrotado. Devenido enfermo sano.

Estado: jodido. La jornada lunesiática tira del resto de la semana. El estrés del lunes (el viaje de madrugada, el mal-dormir, el mal-comer, el cansancio del viaje) funda el bien-estar del resto de mis días. Así, molido amanezco al martes de deberes domésticos que me catapulta a la rutina de las clases de los tres días siguientes. Con el estrés en alto el día viernes, despierto el sábado convertido en tecnoñora-docente-estudiante de doctorado. Avanzo sin avanzar. Leo poco aun cuando crea que leo mucho. No entiendo. O sí: me falta todo. Desbordado de lecturas sucumbo. Y mientras tanto, siempre hay algo de que/hacer: cocinar vs leer; lavar trastes vs preparar la clases; barrer vs revisar trabajos, dormir vs leer… siento que entre una cosa y otra pierdo tiempo. Invierto para el fracaso.

Seguro que esto es pre/depresión o post/estrés. Pasar del cuadrado semiótico al cuadro depresivo en un solo acto: el cuerpo jodido. Atrapado en la rutina de consumir calorías (de más) y gastar energía (a lo pendejo) sin producir (nada que me satisfaga): capitalismo farmacopornógrafo. Un éxito (para el sistema) y un fracaso (para mi persona).
Quiero liberarme.
Quiero dejar de dormir.
Quiero dejar de comer.
Quiero dejar de sentir esta tensión entre el estreñimiento y la cagadera.
Quiero dejar de engordar/inflarme.
Quiero dejar de sentir ganas de comer.
Quiero dejar de sentir lo que siento.
Quiero dejar de pensar.
Quiero dejar de pensar lo que pienso que debo pensar.
Quiero hacer lo que quiero y lo que debo y no lo que hago (nada).
Quiero no querer nada.
Quiero estar en otro lugar y otro tiempo.
Quiero que este estado pase.
Quiero dejar de estar cansado de todo.
Quiero deshacerme de la rutina.
Quiero otra vida.
Quiero mi vida… pero no sé cuál.

Quiero irme lejos… y no volver.
Querría no querer...

sábado, 27 de julio de 2013

A MI PADRE

Me gusta esa belleza que hay en el dolor; la fortaleza que puede emanar de la fragilidad y el desamparo: la vida en sí. Esperar y resistir.
r.a.

Quien ha vivido como ha querido, más que como ha debido vivir, tiene un desenlace vital digno de su transcurrir (ser y des/hacer) por este mundo. La agonía, la muerte esquiva que se aleja y se aproxima para torturar a quien yace agonizante y a los suyos, no tiene lugar en quienes asumieron la vida como una fiesta que comienza y culmina en algún momento. Este tipo de personas muere, literalmente, en paz. Son seres que se van durante el sueño, si acaso sin queja alguna, quizás agradecidos de haber vivido un día más sin imaginar (o quizá porque lo intuyen se abandonan a la placidez del descanso), que abrirán sus ojos en otra dimensión en la que, quienes nos quedamos acá, ya no les veremos ni podremos abrazarles ni decirles ni escuchar ninguna palabra.

Así se fue mi padre: sin hacer ruido, sin ocasionar mayores molestias, sin causarse lástima, sin renegar de la vida, tal vez con menos algarabía como la que debió suponer su nacimiento (en la Cuenca), sin despedirse; de madrugada; cerca del mar. Durmiendo partió y así cesó el dolor –literal– que lo asoló durante gran parte de su vida. Dolores que, decía él, lo hacían sentirse vivo. Partió (sin regreso) al alba como solía hacerlo cada día. Fiel a sí mismo cumplió su recorrido sin renegar de los muchos males que le procuró la vida, quizá porque también ésta fue generosa con él. Quienes lo conocieron dan cuenta de un hombre contento, festivo, de cuya boca no escapó la queja y sí la risa a raudales, la picardía, la esperanza, el orgullo que manifestó por los logros de su descendencia. Fue un hombre íntegro y generoso que abrazó las causas sociales más complejas en tanto que simples, sin procurarse un beneficio propio más allá de la satisfacción del deber cumplido. Él creía en el civismo, eso, que lamentaba, se había perdido.

Me cuesta tanto escribir sobre él, ausente como está, ido sin posibilidad de retorno, y hacerlo en un tiempo que no consigo aprehender, porque mi propia vivencia temporal se haya desencajada de toda sincronía que conozco. Me abrazo a girones de tiempos (hace unos días, la semana pasada, el mes anterior) para no naufragar en un mar de segundos que se me escapan de todo registro, como si fuera en pos de él que habita ya un tiempo sin dimensiones y un lugar anclado ya para siempre.

Escribir (me) duele. Sobre todo, porque ya en otro momento fue la escritura la que me permitió templar mi pena y aceptar, no sin recelos, la pérdida irreversible que afrontaba. Aquella vez como ahora, me asumo imposibilitado para verbalizar el estado de indefensión en que me siento. O en el que no me reconozco. Porque tras saber la noticia de su muerte, mi entendimiento entró en una órbita en la que quedaba excluida temporalmente la realidad. También yo. Fuera de mí: desconsolado.

Vivir el desconsuelo, con todo lo que evoca de "dolor que no tiene alivio", de desolación que desbasta la vida personal y colectiva, material, sensorial y subjetiva (León, 2012:8), es sentir que uno des/vive en un cuerpo que no es propio, porque súbitamente ha quedado irreconocible, ajeno. Por ello las omisiones y los actos, los silencios y los lloros,… parece que los hace otro. Un otro ajeno al yo-propio del que hemos sido desapropiados por el shock de la noticia. Separado de mí, fui un fantasma deambulando en busca de mi cuerpo y de todo aquello que me hace saberme/sentirme/reconocerme mío.

Repetí su nombre (elegido como contraseña en un proceso electrónico realizado dos semanas atrás), como si se tratara de un silabario, y ahí, en el sonido (imagen acústica repentinamente nítida) de su nombre me encontré. El tequila que lloraba por mi garganta y las escasas lágrimas que escurrían por mi cara consiguieron pegar ese yo hasta unos minutos antes escindido, fragmentado. Arrojado de golpe a la mesa del bar me re/conocí huérfano. Mío sin una parte de mí a la que pertenecía y que de pronto ya no más era suya. Mi padre estaba muerto y lo estaba en la totalidad de la significación (siempre relativa, siempre subjetiva) de la palabra muerte. Ido para siempre de la realidad compartida.

“Ahora sí la orfandad se ha instalado en mí. No me quejo, así es la vida. Sólo que darme cuenta de ello, así, tan de repente, me arroja a la jodidez. Tener un padre da cierta seguridad, aunque no esté cerca. Ahuyenta el temor natural a ciertas cosas. Una vez muerto, la realidad (la seguridad) pierde su marco de referencia (su vigencia). Cambia algo. La orfandad se mete en los huesos (orfaosteoporosis). Nada es igual. Menuda revelación. Llorar no cambia nada, pero ayuda. Cuando es posible llorar. Y sin abuela (que partió hace ya muchos años) y sin padre la vida se descuadra (más). Ni modo: toca amachinar y a darle. Ni condolencias ni rezos varían la realidad: la soledad es tal aunque se accesorice. Lo re-sé ahora. Lloro de pura inercia porque no puedo hacerlo de manera natural. La orfandad es puntual: hiere y acompaña. Resisto”.

A vodkazos el llanto surgió con pausas. Un llorar a cuenta gotas como si estuviera aprendiendo a hacerlo. Titubeante. En la soledad fue posible abrazarme al duelo que no conseguía vivir, aplazado por los compromisos que debí cumplir justo cuando el cuerpo de mi padre, yacía tendido-velado-llorado-recordado, pero también celebrado. Fue un hombre feliz, un hombre-fiesta que no quería lágrimas ni quejas en su velorio (y sí mucha comida para quienes fueron a verlo). Ahora sé que las personas llegaron  de muchas partes para despedirlo. Seguro que también para rendirle sus respetos. Él que embarcado redondeó el mundo y me hizo saber lo que los libros de textos no dicen, con su carácter se echó a la mano (y ahora sabemos que también al corazón) a mucha gente.

No tendría que haber lugar para el llanto ni para la pena en su partida, pero su corazón que súbitamente dejó de latir, me ha generado de súbito también una enorme nostalgia por un lugar, una tiempo y una presencia que no serán más. Si acaso un bello recuerdo. O un mambo. O la camisa suya que ahora es mía y guardo celosamente en un lugar de mí, que es también suyo ya para siempre. DEP.



León, E., (2012) (Coord.): Virtudes y sentimientos sociales para enfrentar el desconsuelo, Sequitur-CRIM-UNAM, Madrid.

sábado, 6 de julio de 2013

ESPECTROS

DÍA DOS:

Otra vez soy un noctámbulo. Estoy feliz de regresar a mis andariegas nocturnidades; nadie me aguarda al final de la madrugada, no existe necesidad de dormir si no hay a quien abrazarse ni a quien besar. Lo de yacer anudado a un cuerpo es pretérito. En tu fuga arrastraste contigo aquello que creí que era de ambos. Ya sabrás qué hacer con el excedente. Vacío de ti y de lo que nos pertenecía, avanzo ligero…

I
Asaltas mi madrugada como un gato en celo: un maullido, un golpe en mi puerta y una fuga. Quizá tenga que acostumbrarme a estos episodios sorpresivos y desconectar de cualquier evento que me remita a tu presencia; porque evocarte es traerte ante a mí y precisamente lo que ya no deseo…

II
Esta historia terminó cuando tú decidiste largarte llevándote contigo los planes que teníamos en común... no me has dejado nada; así que a partir de esa nada estoy reconstruyendo mi vida. Tú sabrás qué hacer con la tuya... me sacaste abruptamente de tu existencia; me has dejado afuera. Ahora, a gusto, retomo el discurrir de mis días...

III
Fui para ti un vaso de agua que apagó tu sed. Simple. Tú para mí, un milagro primaveral en pleno otoño: la frescura de tu piel y el furor de tu cuerpo; la luminosidad de tu sonrisa; el Edén en pleno. Una suerte de cuerda (extra) al tic tac de un reloj que había ralentizado su paso. Una fiesta de pájaros en un erial que gimoteaba la lluvia. Un plus, un pilón, un bonus, la ñapa. Todo eso es ahora un recuerdo que me hace languidecer.

Sábado 6 de julio de 2013


viernes, 5 de julio de 2013

ESPECTROS

DÍA UNO:

Me doy cuenta de que he sido timado: no por ti, sino por mí, puesto que obvié la evidencia y me arriesgué a vivir la aventura… lo es toda vivencia que se corre sin guías ni brújulas, con mínimas certezas (si las hay), a lo loco.

I
Con las manos vacías, el cuerpo maltrecho, los ojos devenidos un puerto seco descubro que a tu lado viví una ficción. Necesaria y hermosa, sí, pero ficción. La realidad cae lentamente tirada por su peso.

II
Superado el shock empiezo a acomodarme nuevamente en mi cuerpo y en mi espacio. Al saber que te ibas me sentí expulsado de mí y de mi rutina. Ido, la cotidianidad se convirtió en extrañeza, ajenidad, exilio. Pasadas las horas me siento mejor. Me-sien-to. Un alivio. Habría sido insufrible quedarme solo: sin ti y estar sin mí.

III
Llueve. Me gusta que sea así. De este modo la tarde pierde su monotonía y me concentro en otras sensaciones que no sea la del sol abriéndome la piel. Te pienso (inevitablemente). Han llegado dos SMS tuyos que no responderé. ¿Para qué me escribes? Sabes que cualquier cosa dicha no tienen sentido ya…

IV
En días pasados te lamentabas mientras contabas el tiempo que faltaba para separarnos. Yo te decía que viviéramos sin pensar en ello para evitarnos sufrimientos innecesarios. Y luego, sin más, te fuiste. No me diste oportunidad de prepararme para tu adiós. Tal vez debí llorar a priori.

Viernes 5 de julio de 2013


ESPECTROS

DÍA CERO:

Me sobra oscuridad en esta noche en la que ya no estás ni volverás a estar. Te has ido como llegaste, por casualidad: viniste sin previo aviso, te has marchado sin decir adiós.

I
Ahora es necesario empezar a olvidarte; quiero decir, hacerme a la idea de que no ocuparás más los sitios que habitabas (tú que me habitabas); ya no más. Ahora el vacío es denso; una presión que se desploma sobre mí… el lugar común refiere que uno siente que muere… yo más bien me reencuentro vivo.

II
Ya no será el mar que proyectamos juntos previo a tu huida ni la noche abrazado a tu cuerpo; tu olor será la flor que se marchita a fuer de persistir en vano. La gramática de la negación se me ha instalado en el cuerpo: ya no, nunca más, imposible.

4 de julio de 2013

domingo, 9 de junio de 2013

CAMPAÑAS "BASURA"

Sucede a veces, cuando no se tiene nada más que perder y se está hasta la madre de lo mismo, si acaso más jodido, que alguien se arriesga y se lanza al abismo, a la calle, a la plaza, al cercado electrificado o contra la pared. Otras veces, se vuelca sobre la crítica mordaz de la realidad social (y otras realidades) con el intento de interpelar a otros para que rompan sus estados de reposo e instarlos a que se echen andar por volición, informados, convencidos.

En un Estado (de sitio) como el nuestro; el mejor, según la mirada miope de quien enuncia que “seguiremos creando las condiciones para que Veracruz sea el mejor lugar para ver crecer a nuestros hijos”[1], es posible que suceda (casi) todo y que (casi) nada cambie. Sólo así el ciudadano informado (es un decir), se (medio) explica que el premio a buen gobierno municipal y el premio relacionado a cuestiones del trabajo periodístico los hayan recibido quien “no sólo cambió Xalapa, sino también nuestras vidas”, y el garante del mejor estado (de degradación).

Sin embargo, es de agradecer que la contradicción no siempre devenga esquizofrenia, a veces también produce monstruos; tal es el caso del felino propuesto para la alcaldía de Xalapa, la fea (lo dicho: transformó todo ahí donde tocó), quien sin proponérselo (lo cual no se requiere en un tiempo/espacio en-redado y viral) ha conseguido focalizar la atención de bastantes (votantes o no): “Aunque no pertenece a ningún partido político, en pocos días se ha ganado la simpatía de miles de ciudadanos hartos de los políticos. Se trata del gato Morris, un minino que contiende por la alcaldía de Xalapa”[2].

Lo preocupante acá no es que se le dé la opción al ciudadano para votar entre un animal u otra bestia, sino lo que un acontecimiento así oculta, lo que no termina de revelar, lo que queda en la penumbra. Plantear “no más ratas en Xalapa”, exige preguntarnos a quién hemos votado en las elecciones anteriores (sean municipales, estatales o federales), porque esos sujetos no llegaron ahí solos, sino por mediación del voto de la ciudadanía. Porque resulta fácil pedir que se reflexione el voto que emitiremos en un mes aproximadamente, que demandar a los votados cuentas por el trabajo (no) realizado.

Pero acá nos va mejor confundirnos con el ruido de las campañas que encarar a las autoridades para que asuman la responsabilidad por las acciones y las omisiones cometidas durante su trienio. A mí me preocupa, no tanto que sean los de siempre quienes demandan los elijamos porque a Veracruz le conviene (¿por qué?), o vivir el dulce sabor de la política y otras frases que no alcanzan la categoría de enunciado por carecer de verbo y a veces, de sujeto enunciador (“Por nuestros hijos”, “Hogar dulce hogar”, por ejemplo), luego entonces, ¿a quién interpelan? Me causa incertidumbre que frente a las promesas de servicios públicos de primera calidad, mejores trabajos y mejores sueldos, no existe ninguna (o yo la ignoro) que refiera el aspecto de la seguridad. 

Nadie ha dicho esta boca es mía en materia de ofrecer soluciones para recuperar la seguridad pública que ahora, lo sabemos y parece que nos hemos resignado ante ese hecho: no es tal. A menos que apelemos al estado de sitio encubierto bajo la forma de patrullaje, alcoholímetros, retenes y otros mecanismos de vigilancia y control, la inseguridad sigue enmarcando la cotidianeidad: la gente se sigue perdiendo (por ejemplo, yo podría de repente desaparecer) por “arte de magia”, los cuerpos siguen siendo “levantados” y arrojados quién sabe dónde, el número de cuerpos supliciados que terminan sus días en una fosa común no se sabe… mi rabia tal vez es ilegítima, quizás hasta innecesaria.

Un gato para candidato funge muy bien como distractor en momentos en que deberíamos estar haciendo algo más puntual, decisivo. La broma es bienvenida siempre; alivia, consuela, genera risas; pero la situación del municipio y del Estado (de no gracia) exige otro tipo de acciones para que no hagamos lo mismo. Elegiremos lo mismo para quejarnos después, si acaso lo hacemos; para constatar que éstos como los otros también son ineptos cuyos intereses personales son el gran motor de sus supuestas convicciones ciudadanas y políticas. Otra vez el problema a resolver es el tráfico (no la cantidad de autos que circulan por la ciudad), la basura (no los hábitos de consumo de las personas), el des/empleo (no la precariedad laboral), entre otros males, y nuevamente se ofrecen las mismas promesas… a lo mejor mi rabia ni existe. A nadie le importa.

Estoy de acuerdo que “A Xalapa le conviene votar por otro animal”, pero ello no nos garantiza que nos irá mejor como ciudadanía: ya tenemos uno en la presidencia y tampoco ha mostrado más destreza. No me basta que me digan que debo elegir entre dos males, ¿por qué debe ser así?, ¿no nos merecemos otra vida? Quiero votar por una opción política con propuestas inteligentes, verosímiles, modestas y no por un redentor (o maga) desbordado (a) de hipocresía. Lo dicho, un animal, sí, pero racional.

lunes, 27 de mayo de 2013

TROLEO, LUEGO EXISTO

We're here. We're queer. Get used to it.

A quienes esperamos porque resistimos.

¿Y si las Experiencias Educativas eligieran a quienes deben cursarlas? ¿Si las y los docentes pudiésemos escoger a las y los estudiantes con quienes deseamos trabajar en el aula? Seguro que los salones de clase conformarían otros escenarios donde unos y otras estarían más que a gusto; los espacios académicos serían vergeles del conocimiento donde la armonía, fruto del amor por el conocimiento, redundaría en bienestar y mayores saberes para todas y todos.

Pero las utopías son eso, lugares inexistentes. Lo que hay es la realidad compleja, inasible, cambiante, heterogénea, contradictoria, ambigua, diversa. Y qué bien que es así: polimorfa y polifónica porque exige ser vista de manera poliédrica: quien mira polifémicamente está ciego de al menos de la otra mitad de lo que (no) ve; a expensas del juicio (siempre subjetivo, siempre incompleto, siempre susceptible de manipulación) de los demás.

Si las y los docentes pudieran elegir a su estudiantado caeríamos en la complacencia, en el nepotismo, en una práctica escolar lejana de ser pedagógica, crítica. Es verdad que al profesorado también le “caen mal” ciertos alumnos y no pocas alumnas, que la empatía no ocurre con todas y todos, que existen estudiantes a los cuales no se querría ni mirar. Pero el trabajo académico (como la vida en general) no es a contentillo ni a la carta: es chamba y listo. Entonces se apela al sentido común, a la ética profesional, a la honestidad de responderse si se está en el lugar y tiempo convenientes.

De lo anterior se desprende una pregunta que también es obligada para el estudiantado: ¿estoy estudiando lo que me gusta?, ¿de verdad es “lo mío” la literatura?, ¿me interesa la lingüística?, ¿es en este ámbito donde me desarrollo convenientemente y desde el cuál quiero aportar algo a la sociedad?, ¿es aquí donde quiero estar? La honestidad tendría que ser el eje que articulara nuestro accionar en todos los espacios de nuestra vida. Sin embargo, es más fácil caer en la autocomplacencia que ejercer la autocrítica:

Esta suerte de hedonismo atemporal de los individuos ocasiona una cierta pérdida de la realidad. El “acento de la realidad” pasa del orden objetivo de las instituciones al terreno de la subjetividad. Dicho de otro modo, la experiencia que el individuo tiene de sí mismo le parece más real que la experiencia del mundo social objetivo, lo cual hace que la identidad deje de ser un hecho subjetivo y objetivamente dado para convertirse únicamente en un proceso de elaboración interior. En ausencia de criterios externos válidos, el individuo se vuelca sobre sí mismo (Gleizer, 1997:34).

Así, la exigencia de contar con buenos maestros pasa necesariamente por el imperativo de responder si se es buen estudiante. ¿Cumplo con mi deber de alumno y alumna o sólo soy un/a okupa de una matrícula y unos recursos que bien pueden emplearse en otros sujetos? Porque el docente universitario es contratado en función de un currículo, de unas habilidades y competencias que han sido probadas/demostradas ante un colegiado que valora la idoneidad del sustentante. Mientras que el y la estudiante sólo es evaluado/a por una prueba estandarizada que revela poco sobre la idoneidad del sujeto que se desea formar en un espacio académico.

Detrás de un docente existe un trabajo académico que la mayoría de las veces, el y la estudiante no ve o no puede ver, acaso porque la etapa de formación en la que está le impide acceder a esa realidad. Desde luego, siempre queda en el alumno y en la alumna la posibilidad de acudir a otro tipo de instituciones si su capital cultural, social, económico, simbólico, entre otros, se lo permite. Así como dar clases no consiste en estar al frente y hablar por hablar, ser estudiante tampoco se reduce a ocupar una silla y fingir que está mientras se entretiene ante una pantalla porque lo que el o la docente expone no le resulta importante, útil.

Una de las grandes contradicciones que enfrentan las humanidades es que tanto formadores como formados carecen de humanidad y se comportan de la misma manera (a veces incluso peor) que sujetos que no cuentan con formación universitaria. Los franceses distinguen entre: est  eduqué y est bien élevé. Identificar la diferencia no es tan complicado para quien tiene un par de dendritas en diálogo, en funcionamiento correcto.

El troleo no da cuenta de una preocupación/deseo de cambiar las cosas, al contrario, es la manifestación del anhelo de que sigan como están para mantener las posiciones de privilegio y/o poder de quienes hablan y no proponen ni construyen. Si he decidido renunciar al trabajo docente que hasta ahora he venido desempeñando no es porque crea que en verdad soy mal maestro, que me falta preparación para estar en el aula universitaria o que tema a la rumorología que se solaza en enlodar mi nombre; me hago a un lado para no afectar la calidad del trabajo de la Facultad. 

Lamento en todo caso, que aun con mi partida la institución seguirá contando entre sus filas con sujetos que tal vez no deberían estar ahí. Al marcharme (si me aceptan la renuncia) libero a la Facultad de tener entre su plantilla a un ser indeseable, ¿harán lo mismo quienes afean con su presencia este espacio universitario? Porque por mucha posmodernidad que exista, la congruencia sigue siendo congruencia, aquí y en Facebook.

jueves, 2 de mayo de 2013

DEL LUGAR DEL OTRO

Al Hámster



¿Cómo se compensa la asimetría del amor? ¿Dónde se instalan los contrapesos que equilibrarían la inequidad entre dos que se aman? Los amantes se juramentan (ante sí, ante el otro) no discutir por banalidades, validando así, que la experiencia amorosa pasa necesariamente por el encontronazo en un ring preexistente a toda relación amorosa. Hemos sido educados bajo la premisa de que el “amor duele o no lo es”. La justificación de la tiranía narcisista devenida ley. De suerte, que quien no sufre, se concluye, no ama.

Se traza una línea entre dos puntos. Un segmento de recta en cuyos extremos se colocan sendos cuerpos, los dos de distinto peso, ambos, diferentes. La fuerza que se ejerce entre uno y otro ya lo sabemos, se explica mediante la fórmula de la Gravitación Universal. La distancia que los separa es tal que resulta despreciable al momento de calcular la fuerza. Las masas son importantes aunque también mínimas. El resultado es “una acción a distancia” adjetivada de amorosa.

A diferencia de las cargas puntuales, las masas no se repelen. Y si ocurre tal fenómeno, no se considera. Newton no señala (o lo ignoro) que entre los cuerpos exista una resistencia a ser atraídos mutuamente. Las cargas, en cambio, sí manifiestan una atracción o repulsión que está en función del signo que se les ha sido asignado. Los amantes, que son cuerpos (masas) y no cargas (puntuales), no deberían experimentar el rebote sino únicamente el tirón que los arrastra hacia el otro: una fuerza gravitacional amorosa.

Y sin embargo sucede que tal convivencia no acontece así. Los cuerpos no se comportan sólo como masas sino como sujetos cuyo proceso de construcción complica (que no impide) el cumplimiento cabal (y racional) de la ley de la fuerza gravitacional. Un cuerpo cae dentro del otro por efecto de la gravedad y de la pasión. De eso que llamamos amor, deseo, necesidad, ansia. Un cuerpo gravita en torno al otro. Uno de ellos deviene centro y en consecuencia el otro, satélite. Un cuerpo ama más que el otro, y se creería que esto lo hace el de más masa, mayor edad, mejor habilitado en lides amorosas, quien tiene más experiencia. La fuerza de atracción depende más de la distancia que de la masa de los cuerpos (que sí importa), trecho que numéricamente resulta despreciable, pero vital en términos simbólicos.

La distancia que separa a los amantes no es una magnitud escalar (solamente) sino psicológica. Y es en función de ésta (no medible, no representable) que la fuerza de atracción que experimenta un cuerpo hacia el otro se asume como mayor, inevitable, apocalíptica. De esa sensación de caída libre al vacío nace el conflicto: “yo te amo más; tú me amas menos”. El abismo engendra la asimetría. Nada pueden hacer los amantes por librarse de esta magnitud física que habita en su mente. La asimetría expulsa a uno del interior del otro. La guerra está declarada. Como no existe batalla sin ventaja, uno de los contrincantes ha perdido a priori. El derrotado sufre, llora, cae herido. Entonces descubre la necesidad que tiene del otro. Se ha cumplido el adagio: ama.

Su amor no necesita más justificación que el sufrimiento infligido por el amante-amado. Así estaba escrito, así lo escuchó en todas las historias que conformaron su propia narrativa. Se cuenta a sí mismo que ha alcanzado la categoría de amante-amado. Ahora la relación cobra sentido y significación. El agujero negro del amor, lo ha absorbido.