No me gusta la
foto de Luzio, la mascota de la UV, acompañado por una ‘halcona’. Desconozco las
razones por las cuales “no es bueno que esté solo” y se consideró necesario
darle una compañera; porque es visiblemente identificable como femenina la
mascota.
Desde su
aparición, celebré la existencia de Luzio, porque inmediatamente consiguió, lo
que a mí parecer, faltaba a la universidad: un factor de cohesión,
identificación, orgullo entre la comunidad universitaria. Y Luzio
(recuerdo la respuesta favorable que supuso la convocatoria para escoger su
nombre) lo logró muy pronto. La comunidad estudiantil, en adelante, podía estar
en desacuerdo con algunas o varias cuestiones universitarias, pero la simpatía
mostrada por la mascota parece estar más allá de esas diferencias y disensos. Aunque
no me gusta el nombre, me agrada la existencia de Luzio.
Pero ahora, la
mascota que identificaba como punto de encuentro de la comunidad estudiantil,
me parece que se ha decidido sólo por una parte de ésta: la heterosexual. Asumo
que mi lectura de Luzio más “Luzia” (desconozco el nombre ésta) puede estar
sesgada, prejuiciada y adelantándose a cuestiones que tal vez no están
presentes en la intención de promover una mascota más otra, más bien: una mascota
junto a la otra. Pero tampoco hay que ser ingenuo para descartar posibles
lecturas entre líneas y detrás de éstas en la formulación de este concepto mascoteril.
¿Las mascotas de
otras universidades tienen pareja o compañía? ¿Cómo son o quiénes son esas
parejas? ¿Cuál es la razón de crearle una compañía a la mascota oficial de la
universidad? Porque si la intención de Luzio más “Luzia” es crear equidad,
representar a los dos géneros, masculino y femenino, también se sesga la noción
(imposición) de la existencia de únicamente dos géneros. Si es así, que se
trate de mascota-masculino más mascota-femenino el asunto me resulta más
chocante todavía. Porque el discurso institucional apuesta por la diversidad,
la pluralidad, la multiculturalidad e interculturalidad, la sostenibilidad y
según leo, también por el binarismo sexo-genérico: “macho y hembra los creo
dios” y masculino y femenino los representó la universidad.
A reserva de que
mi mirada esté sesgada y prejuiciada, insisto, lo que leo es la manía por generizar; trampa o imposición en la que
ha caído la institución. Supongamos que no nos habíamos dado cuenta del género (masculino)
de Luzio: porque no nos percatamos, no era necesario, era obvio, entre otras;
al colocarle una mascota “hembra”, puesto que está deliberadamente generizada
(estereotipos de lo que se asume tradicionalmente como femenino), Luzio se regeneriza (no hay que ser teórico de
los estudios de género para darse cuenta de ello) y en consecuencia, se obvia
la heterosexualidad que está ligada esencialistamente con la masculinidad y la
feminidad; y hasta entonces no preguntada ni cuestionada ni nombrada por
carecer de necesidad de hacerlo, pues se asumía como tal. No se problematizaba.
Si la cuestión va por defender la siempre enriquecedora amistad entre “lo masculino”
y “lo femenino”; he pecado de soberbia.
De no ser así, al
nombrarse (representarse en ambas aves con distinciones de sexo y de género)
tales variables: masculino, femenino y heterosexualidad, la mentada pluralidad
de la institución se topa con lo excluyente, lo exclusivo, lo fácil,
lo dado, lo obvio, lo normal.
No me interesa
ver a un Luzio “diverso”, pero sí a un Luzio inclusivo. ¿Era necesaria
emparejarlo, darle compañía? ¿Era muy grande la soledad de Luzio? De ser así,
se pudo apostar por un grupo de amistades que dieran cuenta de la pluralidad,
diversidad, multiculturalidad e interculturalidad, presente en la institución. Pero
así como lo veo, lo que prima es la urgencia por no hacerlo sentir (lucir,
parecer) solo, y qué mejor que una compañera, para que parezca que hay equidad.
¿Luzio heterosexual? Que alguien entendido me lo explique.