miércoles, 10 de agosto de 2011

¿QUÉ PASA EN (UNA PARTE DE) EL MUNDO?

¿Qué pasa en Londres y en otras ciudades de Inglaterra? ¿Qué es lo que está ocurriendo en el mundo? Los indignados (organizados, algunos) empiezan a ser multitud en ciudades europeas pero también en sitios como Tel-Aviv y en algunas ciudades sudamericanas. A los indignaos se suman los furioso, los resentidos, los bárbaros, podríamos referir.


Pero ¿son todos bárbaros quienes participan en este tipo de manifestaciones? ¿A todos los mueve la indignación o existen otros motores que agilizan la avalancha contestaria? Porque existen aún vasta zonas del Planeta donde nada o poco sucede. En México, por decir un ejemplo, después del arrebato místico antihemoglobino que enarbolaron algunos (y que por no apoyar me granjeó hartos insultos), la paz de sus conciencias (marcho, luego existo) los ha orillado al silencio o a la quejumbre de todos los días sin mover un pié más.


Pero volviendo a la violencia callejera, las imágenes de los saqueos, de las personas enfrentadas a la autoridades, de los edificios en llamas y de las calles obstruidas, dan cuenta de escenas vistas ya en albúmes de otros tiempos. Sin embargo, afirmar que la historia es cíclica es caer en el lugar común; es más bien que la historia da grandes saltos (¿zigzaguea?) y sorprende con paisajes que remiten a un deja vu. Y a pesar de ello, consiguen estremecer (no a todos, es cierto) por lo que pueda plantearse quien mira: el triunfo de la sinrazón sobre la civilidad.


Puede especularse que las crisis han llevado a las personas al límite de su contención y ahora estallan iracundas contra todo aquello que les representa el poder que sujeta, oprime, minusvalora, ningunea, margina. La perifera es otra vez el foco que atrae la mirada precisamente por sus actos de barbarie que mueve más al rechazo que a la comprensión, a un intento (vano) de comprensión, de preguntarse las razones por las cuales la gente está actuando como lo está realizando. La ciudadanía zozobra a la par de una impotencia que crece.


Los políticos culpan a la crisis, los baqueros y empresarios señalan a los Gobiernos, los Estados desarmados y en la bancarrota la lanzan contra las agencias calificadoras y éstas arremeten contra una clase política disfuncional y ataráxica. Y son, sin embargo, los ciudadanos quienes asumen las consecuencias del caos en que el Estado de Derecho se ha convertido. A ello hay que sumar, la sequía, las tormentas, los sismos y una extensa lista de situaciones que no dependen de la voluntad humana.


No obstante, no creo que esto sea el llamado fin del mundo ni los primeros signos de un Gran Final, es más bien resultado de una codicia (y muchos otros factores, desde luego) que alguna vez fue virtud que devino maneras correctas de hacer negocio (luego globalizada), cuyas consecuencias desastrosas siguen aumentando y causando desolación, rencores, impotencia, desesperanza, muerte. Incluso fe, en bastantes.


Yo resisto porque espero, y mientras reacciono trabajo para devolver un poco de orden al caos particular en el que me encuentro, quiero decir, alimento la entropía con mi confianza en que la educación puede salvar a la humanidad de sí misma. El sueño dislocado de un precarizado, tal vez, pero sería peor renunciar a soñar, a pesar de mi insomnio.