Para
Ana Rosa, in memoriam
Empezamos a
partir desde el momento en que arribamos. Conocer tal certeza, sin embargo, no
nos libra de la sorpresa ante la noticia de que alguien se nos ha adelantado en
el camino; puesto que uno es el saber teórico compartido por una comunidad
social, y otra, diferente, la experiencia propia de despedir a alguien con
quien hemos andado un momento del recorrido existencial.
No es necesaria
una convivencia cotidiana para sentir
esa muerte como próxima. En este caso, los derroteros compartidos durante tres
años, aderezados con los problemas y las ilusiones propias de la adolescencia
de quienes fuimos a finales de los ochenta, han sido un pegamento suficiente
(fuerte, se sabe) para mantener la cohesión aún en la larga distancia que suma
ya más de treinta años.
Y sin embargo, no
por lejana, una muerte es menos dolorosa. Vienen al presente las vivencias
acunadas en un pasado que es distante y siempre actual en momentos como éste o
en los de alegría cuando se trata de recuperar y compartir las viejas anécdotas
de aquellas experiencias que nos fueron conformando las mujeres y los hombres
que somos ahora.
La noticia
cimbra porque pudimos ser nosotros los que hubiésemos emprendido ya ese
inevitable viaje sin retorno. La rutina interrumpida por el asombro (¡lo
fantástico!) da paso a una experiencia paradójica: el miedo y la calma: quién
sigue y al menos, no he sido yo. Por eso corremos a abrazarnos en la distancia,
a refugiarnos en el recuerdo o clavarnos en el presente como si aquella
infausta nueva no fuera parte de nosotros. Sobrevivir, continuar, exige,
algunas veces, una dosis de no-empatía. Gana, no obstante, la solidaridad.
El affect en que nos movimos tantas veces,
mantiene su constante de atracción entre aquellos adolescentes que fuimos y los
adultos que somos. Sin duda hay recuerdos gratos y chuscos de otras etapas de
la vida escolar. Pero apelo a las vividas y compartidas en la Secundaria porque
entonces, como ahora (quizá no para todos, of
course), la incertidumbre y las ganas de vivir se confundían con la emoción
de compartir con quienes preferíamos estar y la desdicha de amanecer con un nuevo
barrito.
Tanto hemos
cambiado y continuamos siendo los mismos, las mismas. Ayer nos unió la
celebración por el nuevo año, ahora nos recogemos silentes, aún sorprendidos,
en torno al recuerdo de una compañera de viaje que ha partido ya a otro lugar.
No importa que
hace mucho tiempo nos hallamos dejado de ver, de compartir sobre nuestro día a
día (ahora próximos, nuevamente, por la omnipresencia de las redes sociales),
su adiós nos afecta porque estuvimos juntos, alguna vez, tantas veces. Y porque
como el nacimiento, toda muerte es única (y sorprende). Afortunadamente, el consuelo y la
esperanza entre quienes quedamos, también.
Un abrazo
solidario para todas y todos, ex integrantes del Grupo C.