El patrimonio no te importa, ni ellas ni a bastantes. Pero como
eres ‘buenito’, como los animalistas, antitaurinos, antiespecistas, veganos, igualitaristas, amigueístas,
entre otros, no expresas lo que quieres sino lo que toca decir. La corrección
política a todo lo que da.
La noción de
patrimonio como la de violencia es una construcción cultural que abreva en lo
simbólico y en lo imaginario que (nos) entreteje nuestro día a día. Y por
supuesto, tiene efectos reales en distintas gradaciones en las personas.
Asumir que
dañar el patrimonio es consecuencia del reclamo de atención, justicia, cambios
de actitud y dejar la omisión de las instancias gubernamentales y que por consecuencia
es válido, implica aceptar que se permita seguir destruyendo monumentos a cambio
de no hacer nada y que la violencia contra las mujeres continúe campando a sus
anchas e infligiendo dolores infinitos.
Si son o no
las maneras, no debería ser lo central del (pseudo) debate, sino cómo reaccionar
(como respuesta y como doble acción) desde todas las instancias posibles a una
plaga que cercena a miles y miles de mujeres (aunque no solamente) en este país
(y en muchas otras partes del mundo). Qué hacer y cómo y ya son la urgencia.
Hoy derribas
un monumento y se restaura, dicen. No es cierto. Lo que fue ido es, lo que se
hace es construir uno nuevo que salvo las históricas piedras y la valoración
artística (sobre todo afectiva) es también una representación (como el antiguo)
de un conjunto de valores, sueños, aspiraciones y deseos de un grupo social,
comunidad, personas, estado (y que tiene un plus para especialistas en la
materia).
Las piedras
valen, sí. Cuentan, también. Como contabilizan y valen las vidas de las mujeres
víctimas de las violencias y de las consecuencias varias de las mismas. Incluso en la de caer en el juego “daño el patrimonio porque he sido dañada; ergo, piedra por
piedra”; una i-lógica que no termino de entender.
Si quisiera
ser reaccionaria, la dinámica tendría que ser vida por vida y hasta que se nos
acaben las mujeres y los hombres. Fin del juego.
Dañar el
patrimonio sin causar un rasguño a otros dispositivos de poder que se ejercen
contra las mujeres hace estéril o poco efectiva la lucha; alguna vez se
acabarán los monumentos qué destruir y el entramado social (patriarcal en el
que estamos imbuidas todas y participamos todos) se mantendrá (se mantiene)
erguido.
La guerra frontal
debe librarse en las familias; las mismas que van a los servicios religiosos a
pedir el bien por los suyos y el castigo a sus desiguales. En las aulas de todos los niveles educativos, que
insisten en la división sexo-género en la organización del día a día escolar:
uniformes, colores, actividades y trato dirigido en función de su asignación de
niña o niño.
En la
publicidad que apela a las diferencias sexuales (y lo que eso supone) para
vender maquillaje, trapos low cost,
cuchillas de afeitar, bebidas, medicamentos, calzado, afectos, experiencia y más sin que alguien
repare en la violencia que implica demandar un ser-hacer de género según la
asignación impuesta al nacer. El género y su actuación 24 x 7 también es
violencia. Muchas violencias.
Reclamar espacios
seguros o sólo para mujeres es también violencia porque se esencializa un
género y se naturaliza la conducta bárbara del otro. Se solicitan como medida
pero se defienden como territorio natural. Autoviolencias. Sin educación las
medidas son parches poco efectivos (al menos para algunas, algunos).
Reeducar es
una opción menos violenta y con efectos favorables de largo alcance. Pero quién
se lanza a ese ruedo. Es más efectista golpear la violencia con violencias porque
en el pasado así se han ganado muchas batallas (arruinar, lo dice el Himno nacional, citan los zafios). La historia,
sin embargo, también da cuenta de victorias obtenidas sin violentar.
El caso es
que no se puede mantener el estado de rabieta 24 x 24 ya que en algún momento
quien se cansa y deja de atacar “se rinde”; entonces gana la piedra, el
monumento, el sistema que tiene la capacidad de autoregenerarse y disminuir los
daños y reparar los efectos de la agresión. Y responde con más violencias.
No se puede
ganar si sigue añorando el amor romántico, la boda de blanco, la luna de miel,
la casita en la playa, los hijos y la mascota, “primero las damas”, “los caballeros
no tienen memoria”, “ellas no cover”, la vida resulta egoísta y feliz sin
comprometerse con el otro.
Es nuestra
lucha, dicen y no quieren aliados, sino aliadas. Otra vez la esencia: nosotras
víctimas (por naturaleza), ellos malos por sistema. Cuento de no acabar porque
se continúa alimentando el sistema. La rabia sin metodología es un combustible casi
infinito.
Mientras tanto,
la lucha y las piedras seguirán en pie hasta que alguna de las partes triunfe y
se yerga como un monumento más alto, más fuerte, más invencible.