Una de las
grandes tradiciones mexicas que involucran la participación de bastantes, que
une a pesar de los contrastes de clase o de educación, que aproxima las
diferencias y que pocas veces suele mencionarse (salvo contadas ocasiones y
como un lamento que se despacha pronto) es la hipocresía con que se gestan,
desarrollan, mantienen y fomentan las relaciones humanas entre unas y otros en
este paisito de mierda.
¡Que tiembla!
Salen todas y todos con sus cámaras, su bienintencionismo y herramientas y
enseres para apoyar. ¡Que los visita el papa o algún santón! Se lanzan a las
calles rebosantes de fe y un pietismo tan absurdo como posón. ¡Que gana el equipo
tal o el político fulano o la reina zutana! Y se vuelca el entusiasmo
nacionalista en redes sociales, las calles (sobre todo en esa rupestre manía de
cerrar los centros históricos para que nos enteremos de su felicidad) y por
doquier donde usted dé pauta a escuchar su alegría tan fingida como fugaz.
Ese mantra cada
vez más desgastado de pueblo amigo, pueblo hermano, pueblo solidario está dando
de sí: ha llegado la hora de aceptar que si algo prima en la condición humana mexica
es precisamente su condición de inhumanidad, de hipocresía, la proclividad a la
mentira (piadosa, dicen a modo de disculpa algunos memos), la trampa, la
zancadilla, el insulto fácil, lo culero.
Ahí están las
hordas despotricando contra los inmigrantes centroamericanos que sorprende a
algunos, ofende a otros, le es indiferente a bastantes o es motivo de burla y
mofa fácil; aunque desde siempre lo han hecho contra los migrantes mexicanos y
contra la población indígena y contra todo aquél o aquella que tenga la desventura de estar en
una posición de subalternidad frente a un mexicano católico o cristiano que salen
a razón de lo mismo, algún patriotero, académico sabio, humanista de relumbrón,
portavoz del sentir nacional y lo que quepa.
Al mexica le
gusta la pose, a-parecer: mostrar una cara y tener ocultas, al asecho, muchas
más. Y esa lectura que supone una alta capacidad de comprensión de los
registros cuando se pasa de una faz a otra, la aprendemos muy pronto, ora en
casa, ora en la escuela y la desarrollamos de manera exitosa en el espacio público,
en el ámbito laboral, profesional, cultural, interpersonal y más: cuente usted
los besitos que recibe cuando saluda o le dicen adiós, los diostebendiga que le
arrojan, los hermano/amigo/bro/carnal/güey mientras lo estrechan sin apenas
juntar los cuerpos, etcétera.
La gente,
convencida de que es tan falsa como el que más, no se esfuerza en ser-hacer distinta.
¿Para qué? Si todo mundo hace lo mismo. Como si todos en verdad soñásemos con
alcanzar esa ridícula etiqueta aspiracionista de #Lady y #Lord, que no tan en
el fondo, expresan no un repudio mediático a quienes son sorprendidos en
determinada reprochable acción, sino una suerte de envidia por no haber estado
en la situación de aquél o aquella y gozar ahora de la fama y el aplauso
simplón de la horda disminuida.
Quien actúa
diferente es acusado de malinchista, cobarde, poco (agregue acá el término de
su preferencia), mal mexicano y una sarta de frases con las que se pretende
insultar y descalificar a quien no participa de esa orgía hipócrita de amiguearse
24/7, güeyearse full time, okeybyearse todo el tiempo, consumir ropa de marcas
piratas o clonada para realizarse mexica y mucho más.
La diversidad y
la diferencia en un país tan vasto con culturas tan singulares, en tiempos de transformación, corre el riesgo de reducirse
a una consulta sobre qué hacemos con esto: ¿elige usted homogenizar al pueblo
(palabra peligrosa cuando desplaza el concepto ciudadanía) o escoge usted seguir siendo pueblo bendito de dios y amparado
por la virgencita, plis?, esto es, hipócrita, dos caras, mala leche, culero a
rabiar, bienpensante, malcogiente, violador, abusador, transa, corrupto, flojo,
sucio, maleducado, cenutrio, risa simplona, lamebotas, resentido, intelectual de
papelito… mexica, pues.
La gente tiene
un pedo que son muchos pedos y debe resolverlos. Pero no será mediante un
milagro ni como efecto del resultado de una consulta ni eludiendo su propia
responsabilidad en la conformación de la propia historia y la/s Historia/s común/es.
Requiere una operación sencilla: sentido común.
La educación
trae consigo una serie de aspectos que suponen un aprender a leer de manera integral los discursos de la cultura, producirlos desde otras aristas ajenas al
resentimiento y revanchismo constante; esa herida que no sutura y la que parece
recibir alivio cuando contemplamos (de reojo, por supuesto), la herida ajena
que con alevosía hemos reabierto. Se necesita sentido común para saber
comportarse de acuerdo con códigos implícitos de la convivencia humana
asertiva, sana, armoniosa; para despojarse de manías, tradiciones, tabúes y un
sartal de creencias que cuando no contribuyen a la vida cívica ni a la
realización y satisfacción personales deben desecharse.
Quien pide
paciencia desde el púlpito no ha esperado nunca nada porque casi todo lo ha obtenido
al instante; quien exige sacrificio muy probablemente no se desgasta ni para
pronunciar la petición que reclama; quien pide que perdonemos, olvidemos, nos
dejemos de demandas de reparación y justicia, probablemente nunca ha sufrido un
atropello o padecido una insatisfacción que no se le resolviese a su favor sin hacer
fila.
Este paisito
debería empezar por reconocer que creerse superior, gentil, generoso, amable,
hermano, sólo le ha servido para ocultar su maldad, su complejo de culpa, su obsesión
por -no ser para ser otro y su irresponsabilidad para enfrentar su devenir.
Mire usted a
cualquier parte, si lo que observa le dota de esperanza, no deje de mirarlo y
disfrute; de lo contrario, corra a ponerse a resguardo y olvide lo que ha leído
en este post. Saber camuflarse implica sobrevivir en tierra de banda mala.
Como yo, que soy
tan mal mexica que a veces, sólo a veces, me tomo la molestia de pensar (y
hacer aquello) con lo que podríamos devenir ciudadanos y con un poco de esfuerzo y constancia, incluso, hasta más humanos…. Incluso aventuro: libres y felices.