El mundo guardó silencio cuando morimos.
Chimamanda
Ngozi Adichie
¿Cuál es el
costo de construir el nuevo aeropuerto mexica? ¿De qué cantidad de millones de
dólares estamos hablando en caso de cancelar su edificación? ¿Cuáles son las cifras que importan?
Hace ya varios
meses, ante la sangría imparable de cuerpos de mujeres y hombres de todas las
edades cuyas muertes violentas copan los encabezados de diarios, notas de medios
electrónicos, programas de radio, estadísticas, avisos, denuncias y más, me he
preguntado sobre la pertinencia de si en lugar de contabilizarlos como “bajas
colaterales”, comenzamos a registrarlas como “pérdidas económicas”.
El ruido que
generó días atrás entre miembros de la clase política y el famoso empresario la
posibilidad de pérdidas millonarias si las obras del aeropuerto se cancelan, me
confirma que sólo lo que es expresado en cifras (en dólares, por supuesto)
llama la atención. No se entiende, pero asusta. No se comprende, pero da
motivos para hablar. No ocurre nada y sin embargo, los remanentes de noticias
de esta naturaleza parecen importar (importunar) mucho.
¿Qué pasaría si en
lugar de “han muerto cinco personas en un enfrentamiento contra delincuentes” o
“localizan el cuerpo de una persona en un lote baldío”, expresáramos, “hemos perdido
una inversión de millones de dólares en un enfrentamiento armado” o “localizan
una pérdida de algunos millones en un solar”?
Hace tiempo, hace
mucho tiempo que las personas dejamos de importar como tales. De modo que mi
ocurrencia ni siquiera es original ni novedosa. Seguramente, hasta resulta
tétrica e incorrecta políticamente. Pero alguien (me refiero a un secretario de
hacienda o economía o un ejecutivo de finanzas, un alto representante de un
fondo monetario internacional) debería dolerse por los millones de millones de
millones de dólares que este país ha perdido impunemente y continúa mermando. Ningún arancel puede
reponer ese capital perdido. Ningún tratado comercial puede compensar la fuga o
revertir el déficit. Ningún organismo internacional puede retribuirnos esos
bonos idos a la nada, ¿a cuenta de qué?
Hace tiempo que
este país se convirtió en un lugar común, es decir, un sitio equivocado en un
tiempo equivocado. Sin embargo, creo que a ninguna inversión le sucede eso. Al contrario,
éstas se dan en el marco de un estado de derecho, de un tiempo y espacio de
oportunidades, cuando las condiciones son óptimas y existe la certeza de los
beneficios, los rendimientos, plazos e incluso de las penalizaciones en caso de
pérdidas; se blindan.
En el caso de
las personas, lo único con lo que cuentan es con la garantía de que su pérdida
no será contabilizada como tal: no habrá sanción ni reparación. Pérdida total. Punto. La bancarrota. Y en eso se afana el sistema, en convertir en bancarrota lo que ya no contaba
antes de ser desaparecido, acribillado, violentado, desollado, torturado,
desmembrado, disuelto. Nadie invierte en aquellas empresas que no tienen posibilidad
de otorgar grandes rendimientos.
Hace tiempo que
dejamos de ser personas y nos hemos acostumbrado a no serlo. Lloramos, a veces y como podemos, a nuestros muertos. Buscamos, cansados, a quienes nos han sido desaparecidos.
Hallamos, con un poco de fortuna, los restos de quienes habíamos perdido sólo
para corroborar la pérdida absoluta. El cero puntual.
Hace tiempo que
creímos que dejar de creer era una forma conveniente de ser persona, que
desatendernos del otro era un modo de respeto a su libertad. Nos hemos timado:
cuidar del otro es una forma de capitalizarnos como seres valiosos. Cuando creíamos
que valíamos per se, en realidad, nos
habían y nos habíamos devaluado. Construirnos ciudadanos es una vía de recapitalizarnos pero al parecer no lo sabemos o no nos importa.
¿Cuál es el
costo de alimentar, cuidar, atender, proteger a un recién nacido al cabo de sus
primeras veinticuatro horas? ¿Cuánto se ha incrementado ese gasto al cabo de un mes?
¿Qué cantidad de dinero, afecto, tiempo y atención se ha invertido luego de
tres años? ¿Cuál es el rendimiento neto que nos ofrece una criatura después de
cinco años de inversión? ¿De qué extensión es la cifra que ha devorado un niño
de diez años? ¿Cuánto le hemos costado al estado en términos de servicios
recibidos cuando cumplimos quince?
Hay que imaginar
con mucho esfuerzo los millones de millones de millones de dólares que se
pierden cada vez que se encuentra una inversión en mitad del desierto o abrasada
en su hogar o pendiente de un puente peatonal que cruza una avenida transitada.
Y sin embargo, ¿quién dobla las
campanas por quién?
Luego quieren convencernos
de que la cancelación de un aeropuerto nos hará más pobres, menos competitivos,
más pendejos, menos confiables ante las instituciones mundiales de crédito. Nos
lo dicen a nosotros que somos cheque sin fondo, tarjeta de débito, libreta de
abonos, número de tanda, paguito. No somos nosotros los que estamos en un lugar y tiempo equivocados, son ellos quienes están equivocados.
Hace tiempo que
dejamos de ser personas porque creíamos que éramos un crédito importante. No lo
somos. Nos han reducido a bono basura. Tal vez deberíamos empezar a contar
tanto muerto como inversión fallida, anotar en una contabilidad macabra peso a
peso, dólar a dólar, euro a euro lo costado, quizá sólo así, empiecen a ser importantes las pérdidas en y de este país equivocado.