martes, 24 de abril de 2018

¿Quién dobla las campanas por quién?


El mundo guardó silencio cuando morimos.
Chimamanda Ngozi Adichie

¿Cuál es el costo de construir el nuevo aeropuerto mexica? ¿De qué cantidad de millones de dólares estamos hablando en caso de cancelar su edificación? ¿Cuáles son las cifras que importan?
Hace ya varios meses, ante la sangría imparable de cuerpos de mujeres y hombres de todas las edades cuyas muertes violentas copan los encabezados de diarios, notas de medios electrónicos, programas de radio, estadísticas, avisos, denuncias y más, me he preguntado sobre la pertinencia de si en lugar de contabilizarlos como “bajas colaterales”, comenzamos a registrarlas como “pérdidas económicas”.
El ruido que generó días atrás entre miembros de la clase política y el famoso empresario la posibilidad de pérdidas millonarias si las obras del aeropuerto se cancelan, me confirma que sólo lo que es expresado en cifras (en dólares, por supuesto) llama la atención. No se entiende, pero asusta. No se comprende, pero da motivos para hablar. No ocurre nada y sin embargo, los remanentes de noticias de esta naturaleza parecen importar (importunar) mucho.
¿Qué pasaría si en lugar de “han muerto cinco personas en un enfrentamiento contra delincuentes” o “localizan el cuerpo de una persona en un lote baldío”, expresáramos, “hemos perdido una inversión de millones de dólares en un enfrentamiento armado” o “localizan una pérdida de algunos millones en un solar”?
Hace tiempo, hace mucho tiempo que las personas dejamos de importar como tales. De modo que mi ocurrencia ni siquiera es original ni novedosa. Seguramente, hasta resulta tétrica e incorrecta políticamente. Pero alguien (me refiero a un secretario de hacienda o economía o un ejecutivo de finanzas, un alto representante de un fondo monetario internacional) debería dolerse por los millones de millones de millones de dólares que este país ha perdido impunemente y continúa mermando. Ningún arancel puede reponer ese capital perdido. Ningún tratado comercial puede compensar la fuga o revertir el déficit. Ningún organismo internacional puede retribuirnos esos bonos idos a la nada, ¿a cuenta de qué?
Hace tiempo que este país se convirtió en un lugar común, es decir, un sitio equivocado en un tiempo equivocado. Sin embargo, creo que a ninguna inversión le sucede eso. Al contrario, éstas se dan en el marco de un estado de derecho, de un tiempo y espacio de oportunidades, cuando las condiciones son óptimas y existe la certeza de los beneficios, los rendimientos, plazos e incluso de las penalizaciones en caso de pérdidas; se blindan.
En el caso de las personas, lo único con lo que cuentan es con la garantía de que su pérdida no será contabilizada como tal: no habrá sanción ni reparación. Pérdida total. Punto. La bancarrota. Y en eso se afana el sistema, en convertir en bancarrota lo que ya no contaba antes de ser desaparecido, acribillado, violentado, desollado, torturado, desmembrado, disuelto. Nadie invierte en aquellas empresas que no tienen posibilidad de otorgar grandes rendimientos.
Hace tiempo que dejamos de ser personas y nos hemos acostumbrado a no serlo. Lloramos, a veces y como podemos, a nuestros muertos. Buscamos, cansados, a quienes nos han sido desaparecidos. Hallamos, con un poco de fortuna, los restos de quienes habíamos perdido sólo para corroborar la pérdida absoluta. El cero puntual.
Hace tiempo que creímos que dejar de creer era una forma conveniente de ser persona, que desatendernos del otro era un modo de respeto a su libertad. Nos hemos timado: cuidar del otro es una forma de capitalizarnos como seres valiosos. Cuando creíamos que valíamos per se, en realidad, nos habían y nos habíamos devaluado. Construirnos ciudadanos es una vía de recapitalizarnos pero al parecer no lo sabemos o no nos importa.
¿Cuál es el costo de alimentar, cuidar, atender, proteger a un recién nacido al cabo de sus primeras veinticuatro horas? ¿Cuánto se ha incrementado ese gasto al cabo de un mes? ¿Qué cantidad de dinero, afecto, tiempo y atención se ha invertido luego de tres años? ¿Cuál es el rendimiento neto que nos ofrece una criatura después de cinco años de inversión? ¿De qué extensión es la cifra que ha devorado un niño de diez años? ¿Cuánto le hemos costado al estado en términos de servicios recibidos cuando cumplimos quince?
Hay que imaginar con mucho esfuerzo los millones de millones de millones de dólares que se pierden cada vez que se encuentra una inversión en mitad del desierto o abrasada en su hogar o pendiente de un puente peatonal que cruza una avenida transitada.
Y sin embargo, ¿quién dobla las campanas por quién?
Luego quieren convencernos de que la cancelación de un aeropuerto nos hará más pobres, menos competitivos, más pendejos, menos confiables ante las instituciones mundiales de crédito. Nos lo dicen a nosotros que somos cheque sin fondo, tarjeta de débito, libreta de abonos, número de tanda, paguito. No somos nosotros los que estamos en un lugar y tiempo equivocados, son ellos quienes están equivocados.
Hace tiempo que dejamos de ser personas porque creíamos que éramos un crédito importante. No lo somos. Nos han reducido a bono basura. Tal vez deberíamos empezar a contar tanto muerto como inversión fallida, anotar en una contabilidad macabra peso a peso, dólar a dólar, euro a euro lo costado, quizá sólo así, empiecen a ser importantes las pérdidas en y de este país equivocado