jueves, 16 de junio de 2011

CUANDO EL MAPA SUPERA AL TERRITORIO

Indignez-vous!
Stéphane Hessel




Cuesta creer que las personas se acostumbren a vivir en la indignidad o en otras maneras de existencia no dignas para un ser humano. Y además, que se encariñen con esas posiciones, de suerte que se abrazan a la miseria antes que quedarse con nada.


Cada vez es más común que el acto simple de liquidar un importe se torne un ejercicio de resistencia, paciencia, deshumanización (tanto del enunciador como del enunciatario) en las cajas de centros comerciales y tiendas que aspiran a la modernidad del mercado. Lo que ahora sé, se denominan protocolos, no solamente tienen la intención de humillar (claro que no lo refieren así) a quien atiende, sino además, incomodar a quien compra, en aras de dar calidad al servicio. ¿Surrealismo? No lo creo, degradación de lo humano, mucho.


La última vez que pretendí que un subalterno se librara de semejante desdicha, me dio lección de un humanismo depredado por una lógica de mercado tan absurda cuando se la cuestiona. Le solicité al sujeto (aunque seguro él preferiría que lo denominara empleado, que en términos de experiencia de vida le significa más, supongo) que sólo me cobrara y que podía abstenerse de decirme esa retahíla de frases huecas, porque yo no lo reportaría y que ese acto sólo lo coloca en un estado de subordinación indignante. No sé qué habrá entendido (¿el subalterno puede entender?) o si se indignó (¡aleluya!) pero me dijo: "no me haga caso si no quiere, deme el avión, pero yo debo aplicar el protocolo". La justificación se alargó y le interrumpí que era suficiente, que sólo necesitaba pagar. Y que se empodera: "tengo que decir el protocolo y si no le gusta repórtelo con la gerente diciendo que a usted no le gusta".


¡Jesuqueersta! Más me merezco por querer descenutriar lo descenutriable. Yo queriendo agilizar un trámite y de paso crear conciencia del trato indigno que reciben en tanto trabajadores y este selembo defendiendo su posición de subordinado, que es al mismo tiempo su puesto de trabajo. Entendible, quizá. Defendible, nunca. Recordé entonces las palabras de Ana María Fernández cuando refiere que existe la “afectivización de la subordinación”, que consiste en capitalizar lo afectivo, a partir de la creencia de que servir abnegadamente es una suerte de sino (1). Cuál Síndrome de Estocolmo, el cariño que el subordinado termina sintiendo por su dominador es un amor bíblico: más fuerte que la muerte, quizá porque es también irracional, irreflexivo, deshumanizante.


En nombre de la calidad, competitividad, excelencia y una sarta de absurdos que el mercado ha impuesto y sigue imponiendo sobre todas las actividades sociales, termina por degradar aquello que pretende optimizar, para esterilizarlo de toda experiencia humana (como si lo humano fuera profano y el capital beatífico). Ante la importancia que han cobrado estas tres palabras que todo lo mandan: productividad, competitividad e innovación, José Luis Sampedro se pronuncia: en vez de productividad, propongo vitalidad, en vez de competitividad, cooperación, y frente a esa innovación que consiste en inventar cosas para venderlas, creación (2).


Desde luego, cabe la posibilidad de que quienes viven esos estadios de sujeción nunca lean estas palabras; sea por falta de tiempo, motivación o porque en su horizonte difícilmente verán otra realidad (espectral) que no sea la sombra del amo. Y mientras, viven robotizadamente su empleo, repitiendo merolicos frases insulsas que en lugar de acercar, alejan y en ese intento de parecer (que no ser) amables, terminan por ser groseros como el encargado referido. Al menos, pensé, le di motivos para expulsar su rabia.


Porque quiero creer que su respuesta, fue un cortocircuito en su programación teledirigida y que quien habló fue el humano desde su subalternidad. Un sueño, quizá, pero me gusta suponer que fue así. Y sólo por eso no reporté su mala conducta. ¿Subalternos a mí?


(1) Ana María Fernández (1994) La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres, Paidós, Buenos Aires.


(2) José Luis Sampedro (2011) “Somos naturaleza. Poner el dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe”, El País Semanal, No. 1811, domingo 12 de junio de 2011, pp. 28-33.

lunes, 13 de junio de 2011

NO (ME LO) CREO

Abundan los políticos ineptos que no se han percatado de su ineptitud (la cenutriez es impermeable a la experiencia) y como carecen de amistades o seres cercanos que tengan la atención de hacérselos saber, siguen balando sandeces desde cualquier atril que se les ponga enfrente. Tal es el caso del cordero de dios que ahora da por hecho que será presidente.






Presidente de dónde o de qué, me pregunté al reparar en semejante (des) encabezado. ¿Qué papel juega cierto tipo de prensa que toma nota de estas ocurrencias baladíes y da cuenta de ellas como si se tratase de noticias de interés general? ¿A quién le importan los deseos de ese sujeto que por no decir más, bala? ¿No es éste quien ha dicho que el salario mínimo es lo más cercano a una tarejata dorada con la que cualquiera puede ir haciendo su vida más maravillosa? ¿Es este sujeto quien ha comparado su salario mínimo con el paupérrimo ingreso de una pauperizada clase obrera nacional?






Y ahora se le ocurre proclamarse el nuevo presidente de México. ¿Necesitamos un memo más al frente del gobierno de este paisito, que si no se desmorona es porque millones lo mantenenos firme de múltiples maneras? Es evidente que gran parte de la clase política de México sólo se mira delante de su espejo (empañado) narcisita. Ante la evidencia de su ineptitud, deberían optar por quedarse callados o seguir al dedillo el guión que otra mente -menos ofuscada, quiero creer- les redacta.






Si tuvieran un poco de seso (y mucha vergüenza) habrían reparado ya en la denominada 'Primavera árabe', en el movimiento de los jóvenes españoles y de algunas otras latitudes, en las críticas situaciones que viven algunos gobiernos europeos, para ponerse a trabajar y reencauzar la vida pública de este país. sin embargo, como no leen ni se informan ni les importa... Todo esto lo refiero, porque alguna vez existió un dicho que advertía: "cuando veas las barbas de tu vecino mojar..." pero como los políticos de acá suelen ser lampiños (¿sabrán qué significa esa palabra?), no se sienten aludidos. La vida en un tuit no da para dejarse crecer la barba ni el bigote. Ni para pensar, como evidencian los contenidos de muchos de estos brevísimos mensajes.






Lo cierto es que para el 2012 falta aún mucho tiempo (seis meses es una eternidad cuando se pierde el tiempo en leer y/o escuchar ocurrencias del memo en turno) y trece meses pueden parecer un tiempo sin dimensiones, antes de acudir a las urnas a votar ¿por quién? ¿por el cordero de dios? ¿por la izquierda que es todo menos izquierda? ¿por algún otro mesías que prometa la pena capital para secuestradores y violadores cuando también deberían hacerla extensiva -ya que andan radicales- para políticos mentirosos y fraudulentos? ¿Votar a quién y para qué?






A este paisito le sobra indignidad y le falta determinación para sacudirse a estos parásitos que sangran sin fin al erario público. Sigamos resistiendo, paso a paso, panfleto a panfleto, promesa a promesa, ad perpetuam. Así como dicen que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones, México está repleto de ingenuos teledirigidos, púlpitosedados y seres rebosantes de buena voluntad. Yo, no me lo creo.

jueves, 9 de junio de 2011

UN DÍA SIN INEPTOS

Que se vaya a tomar por el culo quien tuvo la ocurrencia de proponer “un día sin taxi”, para contribuir al ordenamiento vial de FeaXalapa. Que paren los taxis. ¿Me movilizará el susodicho en su auto particular? ¿Viajará en bus el ocurrente? ¿Son los miles de taxis que pululan por la ciudad la causa del tráfico vial?



¿Por qué no mejor “un día sin autos”, salvo taxis y servicio urbano público –que no gratuito-? Si se trata de descongestionar las calles y avenidas de la urbe ruidosa y sucia, hay que proponer y hacer valer medidas más drásticas. Que se bajen del auto quienes no pueden vivir sin él. Sirve que la inepta clase política (sobretodo), se entera del estado de los autobuses, y de la atención y servicio de los choferes: música alta, trato déspota, impresentables muchos de ellos.



Querría ver a milord trajesastreada y en tacones trepada en un bus atestado, con pésima ventilación y en un atasco en hora pico, causado por el exceso de automóviles particulares (no taxis solamente), camino a su trabajo. O mirar a sus achichincles esperar bajo el sol o bajo la lluvia que pase un bus, y que cuando por fin aparezca no se detenga o lo haga en doble fila, y a correr en pos de él, sin alcanzarlo.



Serviría también para que las mentes brillantes de tránsito local, que desde su escritorio diseñan programas viales, caminen cuadras y cuadras en busca de la parada más próxima. A ellos que les encanta suprimir paradas de autobuses, para agilizar el tráfico; espacios que luego se convierten en estacionamientos públicos y obstáculos para la vialidad. De paso, degustarían de las aceras (sucias, hoyadas, okupadas) de esta ciudad fea.



Basta ya de joder al ciudadano más precario que es casi al mismo tiempo el más jodido y el más pendejo, el que anda a pie, en bus o en taxi (cuando puede). La clase política y empresarial no se conforma con tenernos chingados sino que además quieren vernos miserables. Pero ya que andamos en propuestas inteligentes, sensibles, incluyentes, consensuadas y democráticas, propongo “Un día sin políticos”: que no los veamos (chambear tanto por el bien común) ni los escuchemos (tan memos en sus declaraciones) ni cobren. Sirve que también los ineptos tendrían una efeméride que justificara su feriado. Esto sí sería justicia social.