martes, 30 de octubre de 2007

REFRANERO QUEER

1. Queer me lo diste, queer te lo llevaste.

2. A una perdida no la encuentra nadie. ¿Verdad que Ningún reloj cuenta esto?

3. Qué difícil es decir te quiero cuando se es Escorpión.

4. La ropa cubre lo que eres y descubre lo que quieres ser, perra.

5. En los afectos no necesariamente debe haber Correspondencia Biunívoca.

6. El ojo de loca, no se equivoca.

7. Como lo pendejo no duele, nadie se queja.

8. Lo feo y lo pendejo es lo que más lata da.

9. Tanto peca el que se coge a la vaca, como el que le coge la pata.

10. Ni la pena ni la vida ni la verga duran mucho.

11. Conmigo andarás descalzo pero bien zacahuileado.

jueves, 25 de octubre de 2007

ESTRESIS*

La experiencia de planear, elaborar y concluir una tesis se parece a la vivencia amorosa: sólo puede explicarse en primera persona, aunque existen muchas situaciones más que solamente pueden referirse desde el Yo. Pero lo describo de este modo porque es hasta el momento en que uno se ve impelido a llevar a cabo un trabajo recepcional, que empieza a sentirse por igual el estrés que causan las expectativas y las limitaciones que suscita, y dentro de este amplio espectro caben los aciertos, las horas dedicadas a la localización de material, la redacción de notas, los compromisos laborales, la corrección de estilo, etcétera, sobre este proceso desolador, compartiré con ustedes.

¿Qué relación amorosa no genera alta tensión? Porque una vez pasada la primera fase, la del enamoramiento, lo que sucede después es un estrés constante y continuo por quedar bien, por amar más, por mantenerse enamorado. Igual ocurre con la realización de una tesis. Una vez elegido el tema –emocionado, supongo-, empiezan las dificultades: la búsqueda de bibliografía que suele aparecer en todos los catálogos y pocas veces en las estanterías de las bibliotecas: porque está prestada, porque fue sustraída, porque no aparece en ningún lugar.

Según el tema de estudio, el problema de la bibliografía se extiende hasta la inexistencia de material actualizado, no traducido al español, a la necesidad de viajar a la ciudad de México o adquirir los textos a través de compras por Internet con la consiguiente inversión de recursos económicos y de tiempo libre. Pues el poco que nos queda disponible hay que negociarlo con los compromisos laborales, sociales y desde luego, amorosos.
Si uno consigue hacerse de la bibliografía tras sortear el intricado mundo de las imposibilidades bibliográficas viene el momento de la lectura de los textos y la redacción del trabajo recepcional y con ello, el estrés de no contar con un tiempo destinado a tal actividad. Porque muchas de las veces, uno ya se encuentra parcial o totalmente inmerso en el mundo laboral, y en consecuencia, se han adquirido responsabilidades que de no cumplirlas nos remiten inmediatamente al extrarradio de la población económicamente activa.

Así, el tesista surfea entre mantener el compromiso laboral (que le permite magros ingresos económicos para sobrevivir y adquirir –en pagos chiquitos- ciertos materiales) y realizar avances de la tesis “cuando le es posible” o vivir a expensas de una cada vez más limitada caridad familiar (que a veces incluye a los amigos, la pareja, otras personas) y emplear ese tiempo libre para desarrollar la investigación que le permita concluir un trabajo que lo llevará a adquirir la etiqueta de licenciado.

Si hasta este momento uno decide continuar con la realización de la tesis es porque ama el trabajo, porque el proceso se ha vuelto irreversible o nos hemos hecho adictos al estrés. Porque a continuación viene la búsqueda de un lector que posteriormente se convierta en el director de nuestra tesis. Y un nuevo problema está servido: no hay catedráticos dispuestos a dirigir una investigación –las razones pueden ser muchas-, no existen académicos competentes en el ámbito de la propuesta presentada o el trabajo planteado representa una amenaza profesional para el posible asesor. Saber elegir el director de tesis implica conocer a sus enemigos académicos (no sea que muramos a mitad del fuego cruzado entre ambos bandos, y esto, también estresa), sopesar la importancia que daremos a la valoración que éste haga de nuestro trabajo, considerar las exigencias que puede acarrearnos su asesoría, etcétera. Algunos somos afortunados y coincidimos con directores competentes y generosos, que atienden nuestra solicitud y nos enseñan en cada reunión de trabajo, de manera que la investigación se enriquece y uno recupera la emoción y las ganas de continuar con la redacción de la investigación recepcional.

Concluido la redacción de nuestra tesis, llega el momento de presentar el protocolo del trabajo, de dicha valoración surgirán nuestros lectores, el prejurado, que emitirá su dictamen al término de la lectura de nuestra investigación. Durante este compás de espera, los ateos rezan solicitando un milagro –que les aprueben el trabajo-, y los que están convencidos de que su investigación está fundamentada y redactada de manera conveniente, sólo aguardan el veredicto aprobatorio. La revisión de notas –si las hay- es el preludio del parto, del despegue definitivo; es el lugar desde donde uno espera la fecha del examen profesional.

Después todo sucede en caída libre: una última revisión al estilo, la impresión de los ejemplares, la redacción de la presentación del trabajo ante el jurado, el lugar de la celebración y el look para ese día. ¿Qué hay en el instante previo a la hora del examen? Pues estrés y más estrés, no sea que una pregunta del jurado nos dejé fuera del juego final. A eso es lo que uno teme, a un error de último momento. Porque es ahí, delante de los jueces y de los testigos – si existen-, cuando uno recibe de golpe el recuento de todo lo realizado para llegar hasta ese instante. Quienes ya han pasado por ese trance, saben a qué me refiero, los que estarán ahí, entenderán entonces como todo se conjunta en un solo punto con una presión creciente que sólo desaparece –y eso es un decir- cuando uno escucha la palabra ¡aprobado!

Xalapa, Ver., miércoles 17 de octubre de 2007
*Texto leído el martes 23 de octubre en el Salón Azul de la ex Unidad de Humanidades a propósito de la experiencia de elaborar una tesis, esto en el marco de la mesa "Tesistas" que formó parte de los festejos de 50 aniversario de la facultad de Letras Españolas de esta ciudad.

YO SANTA*


Abrir un libro implica una aventura de la inteligencia.
Luis Arturo Ramos

Presuponer que comentar el contenido de un libro es una actividad sencilla es un error, pues no se trata de enumerar las razones para leerlo o los argumentos para rechazarlo ni tampoco de tejerle una filigrana de adjetivos que terminen por anular un texto interesante o por inventar a un escritor. También sería absurdo esperar que el libro se anuncie solo acompañado de un arsenal de buenas intenciones. La pregunta presente entonces es ¿qué hago aquí? La respuesta no es simple pero intentaré satisfacer tal reclamo.

Estoy aquí traído por un libro, El mundo de Santa, aunque parezca lo contrario, no es evidente, porque para llegar a ustedes se ha puesto en marcha una maquinaria que involucró personas, instituciones, probabilidades y pronósticos del tiempo, por citar algunos ejemplos. Estoy aquí porque cuando cree que se ha ido resulta que está de regreso. El tiempo –lo sabemos- es lineal, continuo e irreversible según las leyes de la física; pero en el recuerdo, la coordenada temporal siempre es presente. Y lo podemos comprobar si abandonamos nuestras incertidumbres reales, las de la vida cotidiana y nos permitimos caer dentro de El mundo de Santa. Así ha titulado al libro el maestro José Luis Martínez Suárez; y aunque él escribió el texto resulta que ese mundo narrado no le pertenece; ni es de ningún modo de Federico Gamboa quien “inventó” a Santa. El mundo es de ella, y como tal, es la anfitriona con la que deambularemos a través de las páginas de esta investigación.

Dentro del mundo de Santa nuestra función lectora nos tornará individuos, ciudadanos, conocidos “reales” de esa virtualidad que es el mundo narrado. Porque al interior del texto no seremos sujetos extraños sino protagonistas del universo en el cual surgió Santa, toda vez que son los términos individuo, ciudadano, sociedad los que le preocupan a Martínez Suárez, hasta convertirse en los ejes de sus investigación, porque estos son “conceptos configuradores en el espacio del liberalismo primero y, posteriormente dentro del positivismo, se unifican ideológicamente durante el porfiriato” (:6). Exponer esa doble moral de la época porfirista es lo que motiva la investigación del autor, a seguir, de algún modo, las huellas de Santa.

A José Luis Martínez Suárez le preocupa qué ocurre con la libertad del individuo durante la dictadura de Porfirio Díaz. Cómo se vive, se piensa, se ama, se sufre bajo un régimen que asegura favorecer la libertad del individuo la cual –se supone, según los ideales del positivismo- llevará al surgimiento del hombre nuevo. A lo largo de las páginas de este libro, caminando siempre guiado por el autor, nos es revelado el contexto social de una época que creyó que era posible alcanzar una sociedad armoniosa donde el azar y el error (la enfermedad, los vicios, los males sociales) quedarían fuera de ese orden casi matemático.

Tal pretensión, ¿no se parece a lo que hoy queremos alcanzar auspiciados por la ciencia y la tecnología? Los mismos instrumentos que aspiraban llevarnos al máximo bienestar son los que generan las cantidades gigantescas de desempleados, marginados, entes raros y solitarios que además de invalidar la tesis de que el progreso torna todo en confort, afean al mundo en su conjunto; para muchos, esto es lo más terrible de este error del mundo posmoderno.

Imaginemos que debemos explicar el mundo de una prostituta, sus relaciones con las personas, las autoridades, la moral vigente; en principio habría que llamarla sexo servidora; no vivimos en la dictadura de Díaz pero se mantiene vigente la corrupción, tal vez no exista el desprecio social –estoy siendo optimista, lo sé- pero sí está presente la discriminación de género, la misma desigualdad social; el anatema religioso perdura y cambiaríamos tuberculosis por VIH o el virus del papiloma humano y mantendríamos actualizada la sífilis y la pobreza extrema. Ésa es la realidad que constituye El mundo de Santa, el que acertadamente Martínez Suárez nos va explicando, no porque no seamos capaces de encontrar la analogía entre aquél universo y éste que habitamos, sino que su mirada crítica incide en el fracaso de la política porfiriana en el intento de crear un hombre nuevo, y en consecuencia, una sociedad renovada; orden y progreso era la consigna y lo que se palpa en el ambiente –así lo percibimos al leer el texto- es el caos creciente. El individuo del porfiriato no es tal, el ciudadano es sólo una ficción del discurso político de principios del siglos XX, la sociedad es el lugar por donde desfilan todos los males que el régimen pretende vencer –o al menos ocultar-; un manicomio grande donde caben todos los locos, “los desviados y anormales” de aquél nuevo siglo.

Han transcurrido más de cien años desde que Santa apareció en la literatura mexicana y su vigencia obedece, tal vez, a que en sus páginas se actualiza una realidad conocida por nosotros, ciudadanos y lectores del siglo veintiuno; porque la literatura como señala el autor: “no es propiamente un saber sino una práctica específica en la ideología situada en el nivel de lo vivido, sentido, y percibido” (:155)

El mundo de Santa es también el mundo de cada uno de sus lectores, individuos, ciudadanos, sujetos de dos mil siete atrapados en la aspiración positivista del orden y el progreso, que a diferencia de aquellos habitantes del México de 1903, si somos conscientes –eso quiero creer- de que el discurso liberal, la moral laxa y los avances científicos y tecnológicos no son la panacea que redimirá al hombre y a la mujer del nuevo milenio; si acaso son las causas de la entropía creciente, la desesperanza nuestra de cada día y de la libertad condicionada y cada vez más acotada que nos tocó vivir. Pero en El mundo de Santa, también encontramos que no está escrita la última palabra, que no todo es fatalidad, que mientras existan individuos sensatos – ahora cada vez más escasos, cierto- habrá además, una esperanza.

Xalapa, Ver., 4 de octubre de 2007
*Texto leído el viernes 19 de octubre de 2007 en la Casa de Cultura de Coatzacoalcos, con motivo de la presentación en dicha ciudad, del libro publicado por la Editora del Gobierno.
Cabe aclarar que el reportero del diario (¿?) El Liberal del Sur ha hecho uso de una parte de este material sin otorgarme el crédito. Así que cualquier coincidencia entre este texto y una paginita de aquel tabloide es un plagio.

CRISTINA RIVERA GARZA: UNA LECTURA DESDE LOS ESTUDIOS DE GÉNERO



Este trabajo es resultado de una imposición amorosa, que así es como yo considero toda urgencia, toda necesidad de darme respuestas parciales a falta de certezas. Es también el subtotal de una larga suma algebraica de avances y retrocesos. Surgió, para escándalo de los racionalistas, de un sueño, de una línea, ¿sabías que hay hombres que vuelan como pájaros? De ahí al mandato de llevar a cabo esta tarea sólo bastó una voz.

Conocí la obra de Cristina Rivera Garza tras la lectura casual de una reseña que el diario Milenio presentaba a propósito del libro de cuentos Ningún reloj cuenta esto. Era la época en la que todavía creía a ciegas en lo que publicaban los periódicos. Busqué el libro, lo compré, lo leí y me gustó. ¿Una mujer narrando como si fuera hombre? ¡Y no era lesbiana! Me pregunté y me respondí casi al instante. ¿Qué tenían o de qué carecían esos personajes masculinos que podían ser retratados por una mujer? ¿Eran ellas las diferentes y en esa singularidad es que resultaban significativas? En esas cuestiones novelescas me hallaba cuando me encontré con la novela Nadie me verá llorar. ¡Eureka! Eran ellas (los personajes femeninos) las que tomaban las riendas del relato acelerándolo o dejándolo caer al vacío sin pedir permiso a nadie.


¿Cómo se llama a una mujer que actúa por sí misma y que no es lesbiana (se suele asociarlas con atributos masculinos y entonces resulta “lógico” entender sus acciones) ni feminista? Recordé que a principios de esta década, un amigo que estudiaba Antropología me había platicado sobre el empoderamiento, palabra que conocía de a oídas integrado al discurso homosexual, y que hace alusión a un proceso de toma de conciencia que implica una actuación personal y social. Emprendí la búsqueda del concepto tan indefinible y escurridizo, y después de conocerlo –más a detalle, quiero decir- me pareció que por todas partes estaba presente el vocablo. A los eruditos y puristas de la lengua les molestaba (les caía como un peso acelerado sobre su buen decir) y a muchos más les resultaba patético que indagara en una cuestión innecesaria.

Pero ya intrigado por la manera en que se establecían las relaciones entre personajes femeninos y masculinos en el universo de Rivera Garza, desoí las voces necias y emprendí la cacería de nuevos textos: La cresta de Ilión, que me desagradó al principio -¿me habré ofendido por la manera en que ellas tratan al personaje masculino?-, fue al final el texto en el cual apliqué mi hipótesis y llevé a cabo este trabajo. Lo anterior, obra posmoderna, entrópica, liminal; La más mía –poemas-, La guerra no importa, Los textos del yo –más poemas- y todas las entrevistas y artículos que encontré en periódicos y en la red. En la mayoría de los textos resaltaba esa insistencia por negar nombrando: ningún, nadie, no, y en la mayoría de las narraciones estaba presente la mujer empoderada puntuando –por su poca o nula participación en el relato- la “ausencia” masculina. Una vez descartado que no se trataba de una revancha de género sino de replantearse el género emprendí la búsqueda de bibliografía que apuntalara mi tesis: ellas no son malas sino que ellos resultan tan pasivos que la mínima acción de ellas dentro del relato las torna gigantes.

No eran feministas tampoco. Necesitaba otra teoría y estaba seguro –así lo intuía- que tenía que existir porque yo necesitaba explicarme lo que ocurría dentro de dichos relatos. Fueron los estudios de género los que aportaron los instrumentos de análisis para obtener las respuestas.

Si renunciamos a la tradicional idea de lo que significa ser hombre y ser mujer, si nos planteamos que no existe argumento válido que justifique porque uno sale al trabajo y la otra se queda en casa; que no existe fórmula ni teorema que valide la racionalidad de la subordinación femenina a los hombres y en consecuencia, justifique la desigualdad, la minusvalía, la opresión, entonces podemos comprender que los estudios de género vienen a dar continuidad al reclamo feminista de los años setenta.

Si no es la naturaleza la que nos condiciona –en tanto que no es natural que uno mande y otro obedezca- queda al descubierto que es la cultura la que ha construido las estructuras del poder otorgando hegemonía a los varones (heterosexuales) y privándolas del mismo (o acotándoselos) a las mujeres y a los hombres débiles. A través de esta imposición que contribuye a mantener el orden social, resultan para ellos los privilegios y para ellas la obediencia y la sumisión.

Son los planteamientos de los estudios de género los que me permitieron comprender la lógica de las acciones de los personajes en el universo construido por Rivera Garza. El concepto empoderamiento, que es en principio una toma de conciencia, y sólo después una manifestación, contribuyó al resto de la argumentación de este trabajo. Los personajes femeninos se empoderan y en consecuencia actúan, porque alguien debe llevar a cabo las acciones del relato (para que sea tal). Si los personajes masculinos no participan, no se mueven, entonces lo hacen ellas, pero no resignadas ni con afán de revancha sino convencidas de que quieren y pueden hacerlo. Y esa voluntad, esa apropiación del yo que desde afuera; quiero decir, desde la mirada tradicional y machista es sancionada con términos como “machorra”, lesbiana, “hombruna”, bruja, mala, puta, quimera; queda liberada, libre desde el enfoque de los estudios de género.

Para explicar –literalmente- esta doble óptica recurrí a la Lógica de los posibles narrativos de Bremond porque quería demostrar:
a) que un texto puede interpretarse como un sistema en equilibrio (sí, como lo está inicialmente cualquier sistema físico, una ecuación, un cuerpo indiferenciado), que al ser leído pierde dicha cualidad, y entonces el proceso de lectura no es más que ese intento por devolverlo a su estado inicial, en equilibrio,
b) que en ese movimiento de aparente desorden se mantienen constantes las variables del texto, esto es, que la situación inicial y final están en relación equilibrada con respecto a todos los movimientos que ocurren dentro del sistema literario: si una variable gana, la otra pierde, y viceversa. Si un personaje suma, el otro resta; lo que de un lado multiplica, del otro lado divide, de este modo no se altera la realidad del texto ¿o nos quedamos con piezas del relato al término de la lectura? ¿Se nos pierde algún personaje? y
c) que todos estos movimientos dentro del texto ocurren en términos probabilísticos: sucede A o B pero no pasa que no ocurre nada.

Con estas tres consideraciones resulta lógico plantear que un personaje masculino que renuncia a asumir su actuación en el relato implica necesariamente que otro asuma la tarea evadida y, en el caso del mundo narrado de Rivera Garza, esta acción es asumida por un personaje femenino, que se ha empoderado y no virilizado, como la juzgaría la mirada heterosexista masculina desde el mundo real, el del lector.

Esta toma de decisiones del personaje femenino implicará un proceso de mejoramiento, desde la propuesta bremondiana, toda vez que la no actuación del otro supone uno de degradación, lo cual también contribuye a mantener el texto en equilibrio. Cuando el personaje masculino intenta recuperar los atributos de la masculinidad (lo que tradicionalmente se considera como tal) descubre que no lo consigue porque ella –siempre desde el enfoque de los estudios de género- no participa de las particularidades que culturalmente se le han impuesto; de este enfrentamiento de lo masculino (lo clásico) contra lo femenino (empoderado) surgen la degradación y el mejoramiento de los personajes del mundo narrado de la autora tamaulipeca. Surge también la zozobra y la desaparición del personaje masculino y en contra peso el surgimiento del personaje femenino. No existe revancha, no hay imposición, tampoco lesbianismo, ni hay una bruja ni poder oculto que asegure que ellas han ganado a “la mala”. La supuesta contradicción viene de una lectura machista, tradicional, hegemónica incapaz de despojar a la mujer de los atributos impuestos, como la subordinación, bajo la justificación de que es lo natural; lectura que imposibilita que al varón se le dote de nuevas particularidades, que sin importar el sexo biológico pueden poseer unos y otras, sin que esto suponga una pérdida de la identidad, toda vez que ésta queda definida en su movilidad, en su relación con otros individuos, en su valor multisemántico. No es lo que hacemos lo que nos define (ni únicamente la mirada del otro) sino el cómo lo hacemos es lo que nos confiere feminidad o masculinidad.

Fue así como comprendí porqué me había gustado tanto la narrativa de Cristina Rivera Garza; le daba nombre a lo que desde mi infancia evocaba sin un concepto que lo abarcara. Ahora le otorgaba respuestas a mis preguntas y más cuestiones a lo respondido. Leer a esta autora denominada “fronteriza” –simplistas quienes la llaman así, pues todos somos fronterizos en tanto que somos identidades en movimiento- implica despojarnos de la inmovilidad del status quo y permitirnos el acceso a nuevos paradigmas, no sólo para comprender su obra sino para vivir la existencia ¿verdad que Ningún reloj cuenta esto?


Xalapa, Ver., martes 9 de octubre de 2007

jueves, 11 de octubre de 2007

PROHIBIDO ESTACIONARSE 2


No se necesita ser urbanista ni venir del campo para afirmar que las vialidades de todas las ciudades están diseñadas únicamente para los automóviles, relegando a los peatones (los verdaderos habitantes de las urbes) a meros estorbos móviles que hay que erradicar porque afean el paisaje. Todas las ciudades han dejado de ser lo que eran para existir en un continuo estar siendo o estar dejando de ser, pues la obsesión de los alcaldes, gobiernos estatales o federales les están dando en la madre, ¿hay otro tipo de palabra para expresar la desgracia que tanta construcción ha traído a nuestro entorno urbano?
Basta con salir a una calle cualquiera y curiosamente la encontraremos en construcción, reconstrucción, remodelación o algún otro estado imperfecto pero jamás concluido. Es como si las autoridades y todos los involucrados en el ramo de la construcción (destrucción) tuvieran miedo dejar quieta una ciudad, como si con ello ésta muriera o empezara un proceso de descomposición irreversible. La consigna es destruye y simula que rehaces mejor. Pero lo más lastimoso de esta ansia destructora es que las obras que se instrumentan para mejorar el caos vial terminan empeorándolo. No porque la obra en sí no funcione sino porque fue mal planeada desde el principio; a ello hay que agregar la mala calidad de los materiales empleados y la larga duración de las obras.
Pienso en la monumental estupidez que están construyendo en la confluencia de las avenidas Orizaba y Xalapa de esta ciudad. Antes de que la ingeniería local sorprendiera con su talento sui generis, el tráfico se distribuía con el auxilio de cuatro semáforos; con la inteligente planeación que han realizado –amén de tirar árboles, alterar para siempre la circulación vehicular y con ello la tranquilidad que había en muchas calles aledañas- se pondrán en funcionamiento diez semáforos y me temo que sean más. ¿Acaso el municipio recibe un monedero electrónico por cada aparato que adquiere? ¿Qué justifica esa obsesión por semaforizar la ciudad? ¿Quieren ralentizarla? ¿Entrar al selecto club de las ciudades lentas que ya causa furor en la Europa más moderna?
No cabe duda que hasta para trazar una calle hace falta un neurona en prejubilación –como las que NO tiene Norberta y de ahí su sueño de que se imparta catecismo en las escuelas- y de ella adolecen los que aprueban este tipo de actos de lesa ingeniería. Eso sí, en ninguna de las recientes y pomposas obras de distribución vial se consideró la existencia del peatón. El indio que se joda, por pobre, por indio, por pendejo. No se crean cruces peatonales (ningún semáforo detiene por completo su luz para dar un tiempo prudente al cruce de viandantes; siempre hay uno en verde para que surque veloz el espacio urbano un automóvil), la señalización no se respeta o no existe, los puentes peatonales son escasos y cuando los hay, resultan harto antifuncionales.
Las ciudades son para los autos y para aquellos que necios se empeñan en andarla. Los paseos arbolados están en extinción –también debe haber una tanda de árboles caídos porque los tiran como quien arroja un chicle a la basura y nadie protesta-, los corredores peatonales son sueño de gente con mentalidad primer mundista ¿y de quién es la culpa tener esos anhelos si se es habitante del tercer mundo? Del indio y solamente del indio por atreverse a desear un hábitat diferente. Mientras las inteligencias apuestan por el desarrollo sustentable en el Reino de las Bestias se busca la practicidad aunque ésta sea sólo un anhelo también… que no se den cuenta no les quita su grado de pendejez.
En tanto, festejemos que el gobierno de Ahué cumplió con el pueblo: más vialidades (inviables) y más bodegas con productos made in China, si eso no es progreso, entonces ¿qué quiere el indio? ¿Qué voten por él?

viernes, 5 de octubre de 2007

DÍA DE LA CARIDAD


En plena festividad de Francisco de Asís y escuchando música africana, el etíope Ali Farka Toure (cuya foto preside este texto), trascribo unas líneas que redacté el sábado pasado como protesta a la invasión de caritativos obsesivos.com que cubrió los cruceros de las avenidas de esta ciudad.

Si la iglesia católica –obviaré las mayúsculas por prejuicio jajajaja- tuviera vergüenza, no mandaría una legión de achichincles a pedir –cabría afirmar exigir- una monedas por ser el dí-a-de-la-ca-ri-dad. ¿Quién instituyó tal efeméride?, ¿Quién legitimó tal desproporción? ¿Acaso la misma iglesia que despotrica contra el Día del Orgullo Gay? Lo que a los jerarcas –oligarcas- (retrógradas, maricas, asnales) les incordia es que el Universo no se pliegue a sus deseos (¿berrinchitos a mí?), y si tuvieran una neurona en prejubilación al menos, no “pedirían” caridad sino justicia y contra ellos mismos, pues como institución han hecho más daño a la humanidad que la suma total de males que la han asolado durante siglos -¿exagero?-; daño que continuan infligiendo a la especie cuando solapan curas pederastas, comulga con sistemas totalitarios, pacta con la corrupción, sataniza el relativismo, promueve la homofobia y la violencia de género, cotiza en la bolsa de valores (económicos, que los morales no se les dan ni por error), aparta de la eucaristía a los divorciados “vueltos” a casar, etcétera. Todo queda anatemizado desde el púlpito in personae christi, pero jamás se plantea la autocrítica –desaparecería si ocurriese tal acción-.

La jerarquía religiosa cree que es ajena a la ley que (des)gobierna a todos (que no le apesta la mierda) y se coloca como árbitro de toda conducta humana. Para advertir su discurso excluyente, visceral, acomodaticio, hipócrita no hace falta ir al catecismo, si de ello hasta Paris Milton se da cuenta (¿otra vez exagero?). Pero todo seguirá como hasta ahora, sin variaciones, rumbo a peor mientras existan entes tontunos que le siguen el juego a curas y arzobispos, monjas y redimidos; no importa que nos importunen con su exigencia (Coopera –así, sin mediar un saludo ni el tratamiento de usted- con el día de la caridad, mandan las emisarias), como si fuera un deber –anda, que eso de la conciencia está anacrónico, ¿vale?- participar de ese óbolo misericordiosa que irá a engrosar las cuentas bancarias del santo padre (santo cabrón-ladrón). Mientras con sus prédicas evangélicas dominicales, seguirán dándole (ad nauseam) a la masa deseosa de milagritos y consuelos “espirituales”, caridad y PAN.
Escrito el sábado 29 de septiembre de 2007