jueves, 25 de octubre de 2007

CRISTINA RIVERA GARZA: UNA LECTURA DESDE LOS ESTUDIOS DE GÉNERO



Este trabajo es resultado de una imposición amorosa, que así es como yo considero toda urgencia, toda necesidad de darme respuestas parciales a falta de certezas. Es también el subtotal de una larga suma algebraica de avances y retrocesos. Surgió, para escándalo de los racionalistas, de un sueño, de una línea, ¿sabías que hay hombres que vuelan como pájaros? De ahí al mandato de llevar a cabo esta tarea sólo bastó una voz.

Conocí la obra de Cristina Rivera Garza tras la lectura casual de una reseña que el diario Milenio presentaba a propósito del libro de cuentos Ningún reloj cuenta esto. Era la época en la que todavía creía a ciegas en lo que publicaban los periódicos. Busqué el libro, lo compré, lo leí y me gustó. ¿Una mujer narrando como si fuera hombre? ¡Y no era lesbiana! Me pregunté y me respondí casi al instante. ¿Qué tenían o de qué carecían esos personajes masculinos que podían ser retratados por una mujer? ¿Eran ellas las diferentes y en esa singularidad es que resultaban significativas? En esas cuestiones novelescas me hallaba cuando me encontré con la novela Nadie me verá llorar. ¡Eureka! Eran ellas (los personajes femeninos) las que tomaban las riendas del relato acelerándolo o dejándolo caer al vacío sin pedir permiso a nadie.


¿Cómo se llama a una mujer que actúa por sí misma y que no es lesbiana (se suele asociarlas con atributos masculinos y entonces resulta “lógico” entender sus acciones) ni feminista? Recordé que a principios de esta década, un amigo que estudiaba Antropología me había platicado sobre el empoderamiento, palabra que conocía de a oídas integrado al discurso homosexual, y que hace alusión a un proceso de toma de conciencia que implica una actuación personal y social. Emprendí la búsqueda del concepto tan indefinible y escurridizo, y después de conocerlo –más a detalle, quiero decir- me pareció que por todas partes estaba presente el vocablo. A los eruditos y puristas de la lengua les molestaba (les caía como un peso acelerado sobre su buen decir) y a muchos más les resultaba patético que indagara en una cuestión innecesaria.

Pero ya intrigado por la manera en que se establecían las relaciones entre personajes femeninos y masculinos en el universo de Rivera Garza, desoí las voces necias y emprendí la cacería de nuevos textos: La cresta de Ilión, que me desagradó al principio -¿me habré ofendido por la manera en que ellas tratan al personaje masculino?-, fue al final el texto en el cual apliqué mi hipótesis y llevé a cabo este trabajo. Lo anterior, obra posmoderna, entrópica, liminal; La más mía –poemas-, La guerra no importa, Los textos del yo –más poemas- y todas las entrevistas y artículos que encontré en periódicos y en la red. En la mayoría de los textos resaltaba esa insistencia por negar nombrando: ningún, nadie, no, y en la mayoría de las narraciones estaba presente la mujer empoderada puntuando –por su poca o nula participación en el relato- la “ausencia” masculina. Una vez descartado que no se trataba de una revancha de género sino de replantearse el género emprendí la búsqueda de bibliografía que apuntalara mi tesis: ellas no son malas sino que ellos resultan tan pasivos que la mínima acción de ellas dentro del relato las torna gigantes.

No eran feministas tampoco. Necesitaba otra teoría y estaba seguro –así lo intuía- que tenía que existir porque yo necesitaba explicarme lo que ocurría dentro de dichos relatos. Fueron los estudios de género los que aportaron los instrumentos de análisis para obtener las respuestas.

Si renunciamos a la tradicional idea de lo que significa ser hombre y ser mujer, si nos planteamos que no existe argumento válido que justifique porque uno sale al trabajo y la otra se queda en casa; que no existe fórmula ni teorema que valide la racionalidad de la subordinación femenina a los hombres y en consecuencia, justifique la desigualdad, la minusvalía, la opresión, entonces podemos comprender que los estudios de género vienen a dar continuidad al reclamo feminista de los años setenta.

Si no es la naturaleza la que nos condiciona –en tanto que no es natural que uno mande y otro obedezca- queda al descubierto que es la cultura la que ha construido las estructuras del poder otorgando hegemonía a los varones (heterosexuales) y privándolas del mismo (o acotándoselos) a las mujeres y a los hombres débiles. A través de esta imposición que contribuye a mantener el orden social, resultan para ellos los privilegios y para ellas la obediencia y la sumisión.

Son los planteamientos de los estudios de género los que me permitieron comprender la lógica de las acciones de los personajes en el universo construido por Rivera Garza. El concepto empoderamiento, que es en principio una toma de conciencia, y sólo después una manifestación, contribuyó al resto de la argumentación de este trabajo. Los personajes femeninos se empoderan y en consecuencia actúan, porque alguien debe llevar a cabo las acciones del relato (para que sea tal). Si los personajes masculinos no participan, no se mueven, entonces lo hacen ellas, pero no resignadas ni con afán de revancha sino convencidas de que quieren y pueden hacerlo. Y esa voluntad, esa apropiación del yo que desde afuera; quiero decir, desde la mirada tradicional y machista es sancionada con términos como “machorra”, lesbiana, “hombruna”, bruja, mala, puta, quimera; queda liberada, libre desde el enfoque de los estudios de género.

Para explicar –literalmente- esta doble óptica recurrí a la Lógica de los posibles narrativos de Bremond porque quería demostrar:
a) que un texto puede interpretarse como un sistema en equilibrio (sí, como lo está inicialmente cualquier sistema físico, una ecuación, un cuerpo indiferenciado), que al ser leído pierde dicha cualidad, y entonces el proceso de lectura no es más que ese intento por devolverlo a su estado inicial, en equilibrio,
b) que en ese movimiento de aparente desorden se mantienen constantes las variables del texto, esto es, que la situación inicial y final están en relación equilibrada con respecto a todos los movimientos que ocurren dentro del sistema literario: si una variable gana, la otra pierde, y viceversa. Si un personaje suma, el otro resta; lo que de un lado multiplica, del otro lado divide, de este modo no se altera la realidad del texto ¿o nos quedamos con piezas del relato al término de la lectura? ¿Se nos pierde algún personaje? y
c) que todos estos movimientos dentro del texto ocurren en términos probabilísticos: sucede A o B pero no pasa que no ocurre nada.

Con estas tres consideraciones resulta lógico plantear que un personaje masculino que renuncia a asumir su actuación en el relato implica necesariamente que otro asuma la tarea evadida y, en el caso del mundo narrado de Rivera Garza, esta acción es asumida por un personaje femenino, que se ha empoderado y no virilizado, como la juzgaría la mirada heterosexista masculina desde el mundo real, el del lector.

Esta toma de decisiones del personaje femenino implicará un proceso de mejoramiento, desde la propuesta bremondiana, toda vez que la no actuación del otro supone uno de degradación, lo cual también contribuye a mantener el texto en equilibrio. Cuando el personaje masculino intenta recuperar los atributos de la masculinidad (lo que tradicionalmente se considera como tal) descubre que no lo consigue porque ella –siempre desde el enfoque de los estudios de género- no participa de las particularidades que culturalmente se le han impuesto; de este enfrentamiento de lo masculino (lo clásico) contra lo femenino (empoderado) surgen la degradación y el mejoramiento de los personajes del mundo narrado de la autora tamaulipeca. Surge también la zozobra y la desaparición del personaje masculino y en contra peso el surgimiento del personaje femenino. No existe revancha, no hay imposición, tampoco lesbianismo, ni hay una bruja ni poder oculto que asegure que ellas han ganado a “la mala”. La supuesta contradicción viene de una lectura machista, tradicional, hegemónica incapaz de despojar a la mujer de los atributos impuestos, como la subordinación, bajo la justificación de que es lo natural; lectura que imposibilita que al varón se le dote de nuevas particularidades, que sin importar el sexo biológico pueden poseer unos y otras, sin que esto suponga una pérdida de la identidad, toda vez que ésta queda definida en su movilidad, en su relación con otros individuos, en su valor multisemántico. No es lo que hacemos lo que nos define (ni únicamente la mirada del otro) sino el cómo lo hacemos es lo que nos confiere feminidad o masculinidad.

Fue así como comprendí porqué me había gustado tanto la narrativa de Cristina Rivera Garza; le daba nombre a lo que desde mi infancia evocaba sin un concepto que lo abarcara. Ahora le otorgaba respuestas a mis preguntas y más cuestiones a lo respondido. Leer a esta autora denominada “fronteriza” –simplistas quienes la llaman así, pues todos somos fronterizos en tanto que somos identidades en movimiento- implica despojarnos de la inmovilidad del status quo y permitirnos el acceso a nuevos paradigmas, no sólo para comprender su obra sino para vivir la existencia ¿verdad que Ningún reloj cuenta esto?


Xalapa, Ver., martes 9 de octubre de 2007

No hay comentarios.: