jueves, 28 de noviembre de 2019

LA GUERRA SÍ IMPORTA


El patrimonio no te importa, ni ellas ni a bastantes. Pero como eres ‘buenito’, como los animalistas, antitaurinos, antiespecistas, veganos, igualitaristas, amigueístas, entre otros, no expresas lo que quieres sino lo que toca decir. La corrección política a todo lo que da.
La noción de patrimonio como la de violencia es una construcción cultural que abreva en lo simbólico y en lo imaginario que (nos) entreteje nuestro día a día. Y por supuesto, tiene efectos reales en distintas gradaciones en las personas.
Asumir que dañar el patrimonio es consecuencia del reclamo de atención, justicia, cambios de actitud y dejar la omisión de las instancias gubernamentales y que por consecuencia es válido, implica aceptar que se permita seguir destruyendo monumentos a cambio de no hacer nada y que la violencia contra las mujeres continúe campando a sus anchas e infligiendo dolores infinitos.
Si son o no las maneras, no debería ser lo central del (pseudo) debate, sino cómo reaccionar (como respuesta y como doble acción) desde todas las instancias posibles a una plaga que cercena a miles y miles de mujeres (aunque no solamente) en este país (y en muchas otras partes del mundo). Qué hacer y cómo y ya son la urgencia.
Hoy derribas un monumento y se restaura, dicen. No es cierto. Lo que fue ido es, lo que se hace es construir uno nuevo que salvo las históricas piedras y la valoración artística (sobre todo afectiva) es también una representación (como el antiguo) de un conjunto de valores, sueños, aspiraciones y deseos de un grupo social, comunidad, personas, estado (y que tiene un plus para especialistas en la materia).
Las piedras valen, sí. Cuentan, también. Como contabilizan y valen las vidas de las mujeres víctimas de las violencias y de las consecuencias varias de las mismas. Incluso en la de caer en el juego “daño el patrimonio porque he sido dañada; ergo, piedra por piedra”; una i-lógica que no termino de entender.
Si quisiera ser reaccionaria, la dinámica tendría que ser vida por vida y hasta que se nos acaben las mujeres y los hombres. Fin del juego.
Dañar el patrimonio sin causar un rasguño a otros dispositivos de poder que se ejercen contra las mujeres hace estéril o poco efectiva la lucha; alguna vez se acabarán los monumentos qué destruir y el entramado social (patriarcal en el que estamos imbuidas todas y participamos todos) se mantendrá (se mantiene) erguido.
La guerra frontal debe librarse en las familias; las mismas que van a los servicios religiosos a pedir el bien por los suyos y el castigo a sus desiguales. En las aulas de todos los niveles educativos, que insisten en la división sexo-género en la organización del día a día escolar: uniformes, colores, actividades y trato dirigido en función de su asignación de niña o niño.
En la publicidad que apela a las diferencias sexuales (y lo que eso supone) para vender maquillaje, trapos low cost, cuchillas de afeitar, bebidas, medicamentos, calzado, afectos, experiencia y más sin que alguien repare en la violencia que implica demandar un ser-hacer de género según la asignación impuesta al nacer. El género y su actuación 24 x 7 también es violencia. Muchas violencias.
Reclamar espacios seguros o sólo para mujeres es también violencia porque se esencializa un género y se naturaliza la conducta bárbara del otro. Se solicitan como medida pero se defienden como territorio natural. Autoviolencias. Sin educación las medidas son parches poco efectivos (al menos para algunas, algunos).
Reeducar es una opción menos violenta y con efectos favorables de largo alcance. Pero quién se lanza a ese ruedo. Es más efectista golpear la violencia con violencias porque en el pasado así se han ganado muchas batallas (arruinar, lo dice el Himno nacional, citan los zafios). La historia, sin embargo, también da cuenta de victorias obtenidas sin violentar.
El caso es que no se puede mantener el estado de rabieta 24 x 24 ya que en algún momento quien se cansa y deja de atacar “se rinde”; entonces gana la piedra, el monumento, el sistema que tiene la capacidad de autoregenerarse y disminuir los daños y reparar los efectos de la agresión. Y responde con más violencias.
No se puede ganar si sigue añorando el amor romántico, la boda de blanco, la luna de miel, la casita en la playa, los hijos y la mascota, “primero las damas”, “los caballeros no tienen memoria”, “ellas no cover”, la vida resulta egoísta y feliz sin comprometerse con el otro.
Es nuestra lucha, dicen y no quieren aliados, sino aliadas. Otra vez la esencia: nosotras víctimas (por naturaleza), ellos malos por sistema. Cuento de no acabar porque se continúa alimentando el sistema. La rabia sin metodología es un combustible casi infinito.
Mientras tanto, la lucha y las piedras seguirán en pie hasta que alguna de las partes triunfe y se yerga como un monumento más alto, más fuerte, más invencible.