miércoles, 27 de junio de 2018

¡VOTA!

Ahora toca reflexionar. 
No me refiero a repensar en lo que vendrá en los próximos seis años, aludo a pensar en las implicaciones de ese gesto (votar) que pocas veces se valora en su justa dimensión. El voto, además de caro, es un instrumento del ejercicio ciudadano en el que elijo para mí y para los otros. Poesía devenida responsabilidad civil: yo soy otros.

Sé que no hemos sido (aún) educados para vivir la democracia y lo que entendemos por ésta es simplista, apenas sin compromisos y derechos, poco comprensible. Más ello no debería ser razón para no valorar un acto que a la sazón es simple (cruzar el nombre o siglas de la propuesta elegida) con implicaciones trascendentales.

Se nos ha invitado a razonar el voto, a no hacerlo con enojo, a decidir (bien) antes de sufragar, pero no se nos ha dicho que votemos con alegría, con rabia, con pasión, con enjundia, con ‘muína’, con las vísceras revueltas, con hambre de tantas hambres, con esperanza. Tal vez entonces y sólo entonces, emerja y fluya una energía cívica que nos movilice a sentir de manera comprometida…

Lo idóneo sería elegir entre proyectos (desafortunadamente no son tales) y no solamente entre personas (que en tiempos de máscaras no sabemos a ciencia cierta quién es quién), entre propuestas (fundamentadas, claro) y no entre promesas (que son nada), decidir un futuro realizable y no una utopía… pero ya estamos aquí y toca actuar.

Es hora de pasar de hacer cosas con palabras y realizar actos de cuerpo. Nos lo debemos a quienes estamos aún aquí, a quienes nos han sido desaparecidos, a quienes nos han sido arrebatadas con violencia, a quienes ya no están más con nosotros y a quienes están: niñas y niños, jóvenes, cuerpos vulnerables y precarizados, sujetos minorizados, desplazados, silenciados, caídos. Nos debemos actuar con una responsabilidad sentida y compartida.

Vota. Porque si no lo haces, también habrás elegido.