We're here. We're queer. Get used to it.
A quienes esperamos porque
resistimos.
¿Y si las Experiencias Educativas
eligieran a quienes deben cursarlas? ¿Si las y los docentes pudiésemos escoger
a las y los estudiantes con quienes deseamos trabajar en el aula? Seguro que
los salones de clase conformarían otros escenarios
donde unos y otras estarían más que a gusto; los espacios académicos serían
vergeles del conocimiento donde la armonía, fruto del amor por el conocimiento,
redundaría en bienestar y mayores saberes para todas y todos.
Pero las utopías son eso, lugares
inexistentes. Lo que hay es la realidad compleja, inasible, cambiante,
heterogénea, contradictoria, ambigua, diversa. Y qué bien que es así: polimorfa
y polifónica porque exige ser vista de manera poliédrica: quien mira
polifémicamente está ciego de al menos de la otra mitad de lo que (no) ve; a
expensas del juicio (siempre subjetivo, siempre incompleto, siempre susceptible
de manipulación) de los demás.
Si las y los docentes pudieran
elegir a su estudiantado caeríamos en la complacencia, en el nepotismo, en una
práctica escolar lejana de ser pedagógica, crítica. Es verdad que al
profesorado también le “caen mal” ciertos alumnos y no pocas alumnas, que la
empatía no ocurre con todas y todos, que existen estudiantes a los cuales no se
querría ni mirar. Pero el trabajo académico (como la vida en general) no es a
contentillo ni a la carta: es chamba y listo. Entonces se apela al sentido
común, a la ética profesional, a la honestidad de responderse si se está en el
lugar y tiempo convenientes.
De lo anterior se desprende una
pregunta que también es obligada para el estudiantado: ¿estoy estudiando lo que
me gusta?, ¿de verdad es “lo mío” la literatura?, ¿me interesa la lingüística?,
¿es en este ámbito donde me desarrollo convenientemente y desde el cuál quiero
aportar algo a la sociedad?, ¿es aquí donde quiero estar? La honestidad tendría
que ser el eje que articulara nuestro accionar en todos los espacios de nuestra
vida. Sin embargo, es más fácil caer en la autocomplacencia que ejercer la
autocrítica:
Esta suerte de hedonismo
atemporal de los individuos ocasiona una cierta pérdida de la realidad. El “acento
de la realidad” pasa del orden objetivo de las instituciones al terreno de la subjetividad.
Dicho de otro modo, la experiencia que el individuo tiene de sí mismo le parece
más real que la experiencia del mundo social objetivo, lo cual hace que la
identidad deje de ser un hecho subjetivo y objetivamente dado para convertirse
únicamente en un proceso de elaboración interior. En ausencia de criterios
externos válidos, el individuo se vuelca sobre sí mismo (Gleizer, 1997:34).
Así, la exigencia de contar con buenos maestros pasa necesariamente por
el imperativo de responder si se es buen
estudiante. ¿Cumplo con mi deber de alumno y alumna o sólo soy un/a okupa de una matrícula y unos recursos
que bien pueden emplearse en otros sujetos? Porque el docente universitario es
contratado en función de un currículo, de unas habilidades y competencias que
han sido probadas/demostradas ante un colegiado que valora la idoneidad del sustentante.
Mientras que el y la estudiante sólo es evaluado/a por una prueba estandarizada
que revela poco sobre la idoneidad del sujeto que se desea formar en un espacio
académico.
Detrás de un docente existe un trabajo
académico que la mayoría de las veces, el y la estudiante no ve o no puede ver,
acaso porque la etapa de formación en la que está le impide acceder a esa
realidad. Desde luego, siempre queda en el alumno y en la alumna la posibilidad
de acudir a otro tipo de instituciones si su capital cultural, social,
económico, simbólico, entre otros, se lo permite. Así como dar clases no
consiste en estar al frente y hablar por hablar, ser estudiante tampoco se reduce
a ocupar una silla y fingir que está mientras se entretiene ante una pantalla
porque lo que el o la docente expone no le resulta importante, útil.
Una de las grandes
contradicciones que enfrentan las humanidades es que tanto formadores como
formados carecen de humanidad y se comportan de la misma manera (a veces
incluso peor) que sujetos que no cuentan con formación universitaria. Los
franceses distinguen entre: est eduqué y est bien élevé. Identificar la diferencia no es tan complicado para
quien tiene un par de dendritas en diálogo, en funcionamiento correcto.
El troleo no da cuenta de una preocupación/deseo de cambiar las cosas,
al contrario, es la manifestación del anhelo de que sigan como están para
mantener las posiciones de privilegio y/o poder de quienes hablan y no proponen
ni construyen. Si he decidido renunciar al trabajo docente que hasta ahora he
venido desempeñando no es porque crea que en verdad soy mal maestro, que me falta preparación para estar en el aula
universitaria o que tema a la rumorología
que se solaza en enlodar mi nombre; me hago a un lado para no afectar la calidad
del trabajo de la Facultad.
Lamento en todo caso, que aun con mi partida la
institución seguirá contando entre sus filas con sujetos que tal vez no
deberían estar ahí. Al marcharme (si me aceptan la renuncia) libero a la Facultad
de tener entre su plantilla a un ser indeseable, ¿harán lo mismo quienes afean
con su presencia este espacio universitario? Porque por mucha posmodernidad que
exista, la congruencia sigue siendo congruencia, aquí y en Facebook.