lunes, 27 de mayo de 2013

TROLEO, LUEGO EXISTO

We're here. We're queer. Get used to it.

A quienes esperamos porque resistimos.

¿Y si las Experiencias Educativas eligieran a quienes deben cursarlas? ¿Si las y los docentes pudiésemos escoger a las y los estudiantes con quienes deseamos trabajar en el aula? Seguro que los salones de clase conformarían otros escenarios donde unos y otras estarían más que a gusto; los espacios académicos serían vergeles del conocimiento donde la armonía, fruto del amor por el conocimiento, redundaría en bienestar y mayores saberes para todas y todos.

Pero las utopías son eso, lugares inexistentes. Lo que hay es la realidad compleja, inasible, cambiante, heterogénea, contradictoria, ambigua, diversa. Y qué bien que es así: polimorfa y polifónica porque exige ser vista de manera poliédrica: quien mira polifémicamente está ciego de al menos de la otra mitad de lo que (no) ve; a expensas del juicio (siempre subjetivo, siempre incompleto, siempre susceptible de manipulación) de los demás.

Si las y los docentes pudieran elegir a su estudiantado caeríamos en la complacencia, en el nepotismo, en una práctica escolar lejana de ser pedagógica, crítica. Es verdad que al profesorado también le “caen mal” ciertos alumnos y no pocas alumnas, que la empatía no ocurre con todas y todos, que existen estudiantes a los cuales no se querría ni mirar. Pero el trabajo académico (como la vida en general) no es a contentillo ni a la carta: es chamba y listo. Entonces se apela al sentido común, a la ética profesional, a la honestidad de responderse si se está en el lugar y tiempo convenientes.

De lo anterior se desprende una pregunta que también es obligada para el estudiantado: ¿estoy estudiando lo que me gusta?, ¿de verdad es “lo mío” la literatura?, ¿me interesa la lingüística?, ¿es en este ámbito donde me desarrollo convenientemente y desde el cuál quiero aportar algo a la sociedad?, ¿es aquí donde quiero estar? La honestidad tendría que ser el eje que articulara nuestro accionar en todos los espacios de nuestra vida. Sin embargo, es más fácil caer en la autocomplacencia que ejercer la autocrítica:

Esta suerte de hedonismo atemporal de los individuos ocasiona una cierta pérdida de la realidad. El “acento de la realidad” pasa del orden objetivo de las instituciones al terreno de la subjetividad. Dicho de otro modo, la experiencia que el individuo tiene de sí mismo le parece más real que la experiencia del mundo social objetivo, lo cual hace que la identidad deje de ser un hecho subjetivo y objetivamente dado para convertirse únicamente en un proceso de elaboración interior. En ausencia de criterios externos válidos, el individuo se vuelca sobre sí mismo (Gleizer, 1997:34).

Así, la exigencia de contar con buenos maestros pasa necesariamente por el imperativo de responder si se es buen estudiante. ¿Cumplo con mi deber de alumno y alumna o sólo soy un/a okupa de una matrícula y unos recursos que bien pueden emplearse en otros sujetos? Porque el docente universitario es contratado en función de un currículo, de unas habilidades y competencias que han sido probadas/demostradas ante un colegiado que valora la idoneidad del sustentante. Mientras que el y la estudiante sólo es evaluado/a por una prueba estandarizada que revela poco sobre la idoneidad del sujeto que se desea formar en un espacio académico.

Detrás de un docente existe un trabajo académico que la mayoría de las veces, el y la estudiante no ve o no puede ver, acaso porque la etapa de formación en la que está le impide acceder a esa realidad. Desde luego, siempre queda en el alumno y en la alumna la posibilidad de acudir a otro tipo de instituciones si su capital cultural, social, económico, simbólico, entre otros, se lo permite. Así como dar clases no consiste en estar al frente y hablar por hablar, ser estudiante tampoco se reduce a ocupar una silla y fingir que está mientras se entretiene ante una pantalla porque lo que el o la docente expone no le resulta importante, útil.

Una de las grandes contradicciones que enfrentan las humanidades es que tanto formadores como formados carecen de humanidad y se comportan de la misma manera (a veces incluso peor) que sujetos que no cuentan con formación universitaria. Los franceses distinguen entre: est  eduqué y est bien élevé. Identificar la diferencia no es tan complicado para quien tiene un par de dendritas en diálogo, en funcionamiento correcto.

El troleo no da cuenta de una preocupación/deseo de cambiar las cosas, al contrario, es la manifestación del anhelo de que sigan como están para mantener las posiciones de privilegio y/o poder de quienes hablan y no proponen ni construyen. Si he decidido renunciar al trabajo docente que hasta ahora he venido desempeñando no es porque crea que en verdad soy mal maestro, que me falta preparación para estar en el aula universitaria o que tema a la rumorología que se solaza en enlodar mi nombre; me hago a un lado para no afectar la calidad del trabajo de la Facultad. 

Lamento en todo caso, que aun con mi partida la institución seguirá contando entre sus filas con sujetos que tal vez no deberían estar ahí. Al marcharme (si me aceptan la renuncia) libero a la Facultad de tener entre su plantilla a un ser indeseable, ¿harán lo mismo quienes afean con su presencia este espacio universitario? Porque por mucha posmodernidad que exista, la congruencia sigue siendo congruencia, aquí y en Facebook.

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