lunes, 30 de junio de 2008

LAS TABLAS DE LA LEY (RELOADED)

Y DIOS DIJO A MOISÉS... PERO EL PUEBLO ENTENDIÓ OTRA COSA...
para la Niña de Metal
1. No amarás a Dios sobre todas las cosas; menos si antes que él está un millón de euros.
2. No jurarás el nombre de Dios en vano; salvo que sea para justificar tu irresponsabilidad y tus mentiras.
3. Santificarás las fiestas; máxime si hay chupe, música y sexo, mucho sexo.
4. No honrarás a tu padre ni a tu madre; ni a nadie que te chantajee con esa idea falsa de paternidad y maternidad caduca.
5. No matarás; excepto que tu chamba sea de sicario.
6. No fornicarás; salvo que seas papa, obispo o cura y te rodees de acólitos.
7. No robarás; a menos que seas papa, obispo o cura.
8. No darás falso testimonio ni mentiras; sólo los Hijos de Dios tienen ese privilegio.
9. No desearás a la mujer (ni al hombre) de tu prójimo; si te gusta, tómal@.
10. No codiarás los bienes ajenos; arrebátalos y serán tuyos: desear lo que te pertenece es amor propio.

sábado, 28 de junio de 2008

MALE STANDPOINT


"El punto de vista de los hombres". Así podría traducirse la expresión que da título a esta entrada. Y estarán pensando, ¿a mí qué tales conceptos? Pues resulta que no son unas simples palabras (si dicha expresión es válida) sino una manera de existir, un estilo de vida, una forma de poder, una visión del mundo, huelga decir, machista, androcéntrica, heterosexista.


La manera en que los "hombres" nos miramos a nosotros mismos, cuando nos miramos (esto es, los varones pocas veces o nunca nos hemos planteado la posibilidad -menos aún la necesidad- de observarnos como objeto de estudio) es siempre desde la superioridad y lo hacemos con una naturalidad que no es natural. Afirmamos, "soy hombre por que sí". Es decir, jamás reparamos en que al igual que las mujeres los "hombres" -eso que entendemos como "hombre"- es también producto social, resultado de un proceso cultural condicionado por un contexto y por múltiples factores que nos hacen ser hombres.


Pero como he señalado en otras ocasiones, un "hombre" no es un producto terminado. Si somos resultado de un proceso, es obvio -o no tanto, pues- que éste no termina, no al menos definitivamente, y entonces hay que continuarlo con cierta periodicidad. Desmontar, analizar, revisar, reponer, quitar, descomponer, articular, acondicionar, etcétera las múltiples piezas que nos conforman como "hombres" -como varones es más sencillo en tanto que la biología ha hecho eso por nosotros- en contacto con otros "hombres" y con mujeres. Muchas mujeres.


"El punto de vista de los hombres" es una mirada implacable al momento de juzgar. No tolera que algunos "hombres" se salgan del patrón natural que significa -obliga cabría decir- el ser macho. Si es lógico que a los "hombres" les gusten las mujeres (ser alburero, intimidar a otros más débiles, agandallar) ¿por qué diablos a un varón le puede gustar otro "hombre"? Esto es un horror en la mente del "hombre" típico, de aquél que no ha reflexionado sobre su propia condición de "hombre". Y procesos de incomprensión similar le acontecen si escucha que a un "hombre" no le gusta el futbol, ligar como pasatiempo, que no tiene novia, que aún es casto, que no toma, que no se ha ido de juerga o de pinta nunca, que no roba, que no compra piratería, que es educado, que es honesto, etcétera. Dirán que en la lista hay situaciones que nada tiene que ver con la hombría; es verdad, lo que quiero evidenciar es que para los "hombres", para muchos de ellos, hacer lo ilegal es también parte de esa demostración de virilidad contundente. El "hombre" no se permite ser flexible porque se afemina. Piensa.


"El punto de vista de los hombres", ha venido a ser, en consecuencia, una tiranía que no nada más ha asolado a las mujeres sino principalmente a los "hombres". A todos. Si lo pensamos bien, considero que nos convendría (empezar a) mover el ángulo de visión con que hemos sido vistos, cuando así ha ocurrido, y focalizar de múltiples maneras; en la variación de la perspectiva está la plenitud de lo contemplado. Y no creo que sea exagerado afirmar que los "hombres" también tenemos derecho a empezar a ser vistos y hacerlo también de otras maneras.

viernes, 27 de junio de 2008

POR EL ORGULLO DE SER... DIFERENTE


Este sábado 28 de junio se celebrará en muchas ciudades del mundo (occidental) la Marcha del Orgullo Gay. La gran fiesta (con todo y sus bemoles) de la diversidad sexual. El momento en que es posible oficializar y hacer visibles las distintas sexualidades que conforman el mosaico de la diversidad.
Es esta la ocasión de responder -de algún modo- al discurso institucional, hegemónico, heterosexista, homófobo, lesbófobo, transfobo dominante, que las diferencias existen y que tienen voz y exigen ser escuchadas. No será con drama sino con carnaval. Con fiesta; algo que no soportan los ortodoxos. La única línea ideológica es manifestarse. De todos los males, el peor. Y no es conformismo sino puntualizar, que para quienes siempre hemos estado en la sombra de la institucionalidad, este día luminoso obtener un reflejo es un paso más hacia la disminución de la desigualdad en la que hemos vivido.
Mañana se cumplen 30 años de mostrarse en este paisito catolizoide, ergo, intolerante. Resistamos al mismo tiempo que combatamos con inteligencia: We're here. We're queer. Get used to it.
Un enorme abrazo a todas y a todos los integrantes de este paisaje multicolor que da al mundo su pluralidad, riqueza y su frescura. Ya llegará la hora en que de verdad la realidad sea diferente, llegará, tal vez, el día que no habrá necesidad de manifestarse ... cuando no sea necesario ya nombrarnos bugas o raros. Feliz Día del Orgullo LGBT.
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Me han preguntado: ¿Crees que en nuestro país existe la tolerancia a la diversidad sexual?
No existe la tolerancia (quizá la "soportancia") salvo en el discurso oficialista y mal simulada, por cierto. Lo que tenemos y vivimos día a día es una homofobia, lesbofobia y transfobia que no se esfuerza en ocultarse (menos aún en erradicarse) y sí en hacerse evidente. Una intolerancia que nace en la familia, se refuerza en la escuela, en los medios de comunicación y de la que se hace alarde desde los púlpitos que tendrían que exhortar a la conciliación y no a la guerra como finalmente hacen. La discriminación está ahí, presente, ora visible, ora, soterrada, pero permanece en las palabras, en los gestos, en lo que NO se dice, etcétera. Este país, en definitiva, es institucionalmente intolerante.

miércoles, 25 de junio de 2008

DE POLLAS, CUERVOS Y OTRAS PLUMAS TRAIDORAS...

Se pierde en mi memoria el día que escuché que al benefactor le gusta saberse agradecido, creo que era alusivo al actuar de Dios, que siendo toda bondad y gratuidad, ve bien a quien le agradece sus favores. Con toda la discusión teológica que tal afirmación pueda traer consigo, lo cierto es que con el paso del tiempo he descubierto (y así lo he mantenido siempre), que con independeencia de lo que piense quien recibe un bien -de la naturaleza que sea- está obligado a volverse y dar las gracias a quien le ha auxiliado, y en esto nada hay de cristiano sino de gente bien educada. Aclaro, dicha persona está en el deber de decir gracias, no el de de vivir eternamente agradecido. Lo primero es ético, lo segundo chantaje vil.
Pero ahora que las calles de las ciudades están copadas de gente presurosa, cenutria, egoista, de seres que buscan primordialmente su satisfacción ( a cualquier precio, bufan ufanos), se ha extendido la insana costumbre de pedir, tomar, exigir, arrebatar ayuda sin que medie una palabra de gratitud. A las personas se les ha olvidado que a la acción de una solicitud satisfecha corresponde la reacción de mostrarse agradecida; y no adoptar la actitud desdeñosa (desde que lo vulgar se ha vuelto chic esta es la ley) de quienes asumen tal hecho con expresiones como "era su obligación", "yo no se lo pedí", "fue su decisión", " a quien le dan pan que llore", "para qué es pendejo", "agradecido debe estar que acepté su ayuda" y una lista infinita de sandeces que muchos hemos padecido. La bruticie está a la alza a la par del Euríbor.
Ejemplos de personas ingratas están al alcance de cualquier mirada. El título de este texto es ejemplo palapable de lo que quien esto escribe ha vivido recientemente. Jóvenes que ocuparon un lugar especial en mi horizonte de afectos, a quienes se les brindó la oportunidad de ser mejores, de crecer, superarse a través de la disciplina y el estudio, yacen ahora en el rincón del olvido deseado, bajo el peso del nick que aniquiló sus nombres. Pienso, dolorosamente, en aquellos que pierden o nunca tienen la ocasión de prolongar con sus acciones y actitudes una pequeña ayuda o un mínimo favor a los demás.
Tienen razón los entendidos de las causas que tienen al planeta en crisis, el principal problema del mundo no es económico ni político ni social sino moral. Al desdeñar al otro sólo porque no se nos parece (que si así fuera no sería otredad sino el yo mismo), la humanidad achica en el pozo de su indiferencia y haber qué haremos con una legión de indeferenciados igualitos todos, jodidos, inermes...
Huelga decir que redacto estas líneas basado en mi propia experiencia; quizás otros han tenido mejor suerte y unos más siguen empeñados en defender la causa común pese a recibir un aluvión constante de ingratitudes. Yo negado a instalarme en ogro o en mártir, solamente refiero que ningún malagradecido se merece el premio de ver cerradas las puertas de nuestra generosidad -humanidad- a otras personas, porque si ya les dimos mucho, actuar de otro modo -mezquino como aquellos- sería darles todo definitivamente y no se lo merecen.
Dicen que la invención de la cocina nos separó de las bestias, otros más que es la música es la que nos distingue del reino animal; yo pienso, y así me conduzco, que lo que nos hace humanos es la capacidad de reconocer en el otro la misma dignidad que en uno mismo. ¿Lo entenderán los plumíferos?Gracias.

CARTILLA DE LOS DERECHOS SEXUALES DE LAS Y LOS JÓVENES

1. Derecho a decidir en forma libre sobre mi cuerpo y mi sexualidad.

Existen diversas formas de vivir la sexualidad dependiendo de cada persona, tiempo y cultura.
Tengo derecho a decidir cuáles son las opciones más adecuadas y enriquecedoras para mí, partiendo del hecho de que soy responsable de mis decisiones y actos; tengo derecho a que se me respeten las decisiones que tomo sobre mi cuerpo y mi sexualidad.

2. Derecho a manifestar públicamente mis afectos.

Las manifestaciones públicas de afecto promueven una cultura de respeto a la diversidad afectiva y sexual. Tengo derecho a expresarme, reunirme, asociarme y manifestar públicamente mis afectos y mi identidad sexual.
Ninguna persona, basada en prejuicios e intolerancia o en cualquier otra razón, puede discriminarme, coartarme, cuestionarme, chantajearme, lastimarme, amenazarme ni agredirme verbal o físicamente por la manifestación pública de mis afectos.

3. Derecho a ejercer y disfrutar plenamente mi vida sexual.

El disfrute pleno de mi sexualidad es fundamental para mi bienestar como persona y como parte de una sociedad democrática.

Tengo derecho a vivir cualquier experiencia sexual o erótica que yo elija de manera libre, siempre que no infrinja las normas jurídicas; esta libertad es propia de una vida emocional y sexual plena y saludable.
Nadie puede presionarme, discriminarme, inducirme al remordimiento o castigarme por ejercer o no actividades relacionadas con el disfrute de mi cuerpo y de mi vida sexual.

4. Derecho al respeto de mi intimidad y mi vida privada.

Mi cuerpo, mi espacio, mis pertenencias y la forma de relacionarme con las y los demás son parte de mi identidad y mi privacidad.
Tengo derecho al respeto de mis espacios privados y a la confidencialidad en todos los ámbitos de mi vida, incluyendo el sexual.
Ninguna persona puede difundir información personal ni sobre los aspectos sexuales de mi vida.

5. Derecho a decidir con quién compartir mi vida y mi sexualidad.*

Existen varios tipos de familia, de unión como pareja y de convivencia que legalmente deben ser reconocidos. Ninguno de mis derechos fundamentales puede ser restringido a causa de mis decisiones en el ámbito sexual y de pareja, así como las relativas a formar una familia.
Tengo derecho a decidir libremente con quién compartir mi vida personal, mi intimidad, mi sexualidad, mis emociones y mis afectos.
Nadie puede imponerme el matrimonio y menos obligarme a sostener una relación afectiva, sexual y de intimidad con otra persona en contra de mi voluntad.

6. Derecho a la igualdad de oportunidades y a la equidad.

Las mujeres y los hombres jóvenes, aunque diferentes, somos iguales en oportunidades y derechos ante la ley, y debemos serlo ante la sociedad.
Como joven, tengo derecho a un trato digno y equitativo, y a gozar de las mismas oportunidades de desarrollo personal e integral, sin importar mi sexo ni mis preferencias sexuales.
Nadie, en ninguna circunstancia, debe limitar condiciones o restringir el pleno goce de todos mis derechos individuales, colectivos, sociales y sexuales.

7. Derecho a vivir libre de toda discriminación.

Cualquier discriminación atenta contra la dignidad humana. Tengo derecho a que no se me discrimine por mi edad, mi sexo, preferencia sexual afectiva, estado de salud, religión, origen étnico, forma de vestir, apariencia física, identidad, o por cualquier otra condición personal.
El Estado está obligado a velar y garantizar la protección contra cualquier forma de discriminación en los ámbitos educativo, laboral, de salud, religioso y de seguridad pública.

8. Derecho de vivir libre de violencia sexual.

Cualquier forma de violencia hacia mi persona afecta el disfrute de todos mis derechos y del ejercicio pleno de mi sexualidad.
Tengo derecho a la libertad, a la seguridad jurídica y a la integridad física y psicológica.
Ninguna persona puede acosarme, hostigarme, abusar de mí o explotarme sexualmente. El Estado debe garantizarme una vida sin tortura, maltrato físico-psicológico, abuso, acoso o explotación sexual.

9. Derecho a la libertad reproductiva.*

Las decisiones sobre mi vida reproductiva forman parte del ejercicio y goce de mi sexualidad.
Como mujer u hombre joven, tengo derecho a decidir, de acuerdo con mis deseos y necesidades, entre tener o no hijos, cuántos, cuándo y con quién, asumiendo la responsabilidad que conlleva esa decisión.
El Estado debe respetar y apoyar mis decisiones sobre mi vida reproductiva y brindarme la información y los servicios de salud que requiero, haciendo efectivo mi derecho a la confidencialidad.

10. Derecho a los servicios de salud sexual y a la salud reproductiva.*
La salud es el estado integral de bienestar de las personas, incluyendo aspectos físicos, mentales y sociales.
Tengo derecho a un servicio de salud sexual gratuito, oportuno, confidencial y de calidad.
El personal de los servicios de salud pública no puede, bajo ninguna condición, negarme información o atención, y éstas no deben estar sometidas a ningún prejuicio.

11. Derecho a la información completa, científica y laica sobre la sexualidad.

Para decidir libremente sobre la vida sexual se requiere información laica y científica, cuyos temas inherentes son la sexualidad, equidad sexual, erotismo, afectividad, reproducción y diversidad.
Tengo derecho a recibir información sexual veraz, libre de prejuicios, objetiva y no sesgada, conforme a las necesidades particulares de las y los jóvenes.
El Estado debe brindar información laica y científica en sexualidad; garantizando que otras instituciones de orden público y social respeten este derecho.

12. Derecho a la educación sexual.

La educación sexual es necesaria para el bienestar físico, mental, social y para el desarrollo humano, porque forma parte y habilita a las personas para tomar decisiones en un marco ético y cívico; de ahí su importancia para las y los jóvenes.
Tengo derecho a una educación sexual sin prejuicios que fomenten la toma de decisiones libre e informada, la cultura del respeto a la dignidad humana, la igualdad de oportunidades y la equidad.

13. Derecho a la participación en las políticas públicas sobre sexualidad.

Es propio de una sociedad democrática tomar en cuenta las opiniones y propuestas de la ciudadanía y los diversos sectores de la sociedad para la definición de las políticas públicas.
Tengo derecho a participar en el diseño, implantación y evaluación de políticas públicas y programas sobre sexualidad, salud sexual y reproductiva, y a solicitar a las autoridades gubernamentales y a las instituciones públicas que construyan y promuevan los canales necesarios para mi participación. Asimismo, asociarme para dialogar, crear y promover acciones propositivas para elaborar y poner en marcha políticas públicas que contribuyan en mi salud y bienestar.
Ninguna autoridad o servidor público debe negarme o limitarme, de manera injustificada, la información o participación referente a las políticas públicas sobre sexualidad.
* Si eres menor de edad consulta el Código Civil de tu Estado.

martes, 24 de junio de 2008

TRANS...


En un Mundo de Gusanos Capitalistas hace falta Coraje para ser Mariposa.


PRIMER COOPERATIVA DE TRABAJO NADIA ECHAZÚ, DE TRAVESTIS Y TRANSEXUALES.


¿Y dónde ocurre eso? En Buenos Aires, por supuesto. En nuestro paisitio estamos a años luz de lograr -siquiera la idea de- la construcción de la ciudadanía travesti y transexual.

lunes, 23 de junio de 2008

TODOS CONTRA EUROPA

Ahora que la (ex)colonizadora, rica, clasista, abolicionista, burguesa, blanqueada, autoproclamada liberal, progresista, antimusulmana, procristiana negada ha quedado satisfecha en su avaricia, descubre que le sobran delicuentes (inmigrantes) en su hermosa casa y que encima le afean los jardines que estos mismos han cuidado con dedicación.
Primero fue Italia, la más racista de todas las Hijas Predilectas de la iglesia católica (¿Podría esperarse menos teniendo en sus entrañas el tumor del Vaticano?). Luego siguió Francia (la otra preferida de Yavéh; que junto con las trillizas España y Polonia, conforman el incesto perfecto de la Puta de Babilonia) y es moneda común en USA, donde la xenofobia viene en su discurso mormón, calvinista, evangélico o de cualquier denominación religiosa que sea (que en muchos casos da igual). El argumento en el que se apoya Bruselas para dictar la repatriación (linda la palabrita) de los inmigrantes (con o sin papeles) es que ya somos (son) muchos y el dinero es poco.
Estoy siendo simplista ante una realidad que es compleja. Lo evidente es que en tiempos de crisis los gobiernos se tornan conservadores para no perder la benevolencia de sus electores. Lo que ocurre es que Europa se siente amenazada, y paranoica cree tener el enemigo dentro de su casa y expulsa a los extraños y cierra sus puertas y ventanas. La UE piensa que barriendo su acera sus ciudadanos (mande in Europa) volverán a ser felices. Ilusa. Se hace prisionera de sí misma (de sus terrores y de sus desdichas) actuando de esta manera. Se escandalizan de las acciones de los gringos y actúan igual. Con la diferencia que aquellos siempre han sido así y ésta se fingía samaritana.
Europa está actuando como la vieja rica que un día descubre que la falta un par alhajas. Neurótica, culpa a la sirvienta y la despide, no sin antes acusarla de ladrona, ingrata y maldecirla, amenazándola con meterla a la cárcel si vuelve. Pero al cabo de los días echa de menos el desayuno en su cama, la limpieza de su casa; observa horrorizada la basura en los contenedores, el refrigerador vacío, la hierba crecida en el jardín. Contempla entonces (cristianizada) la posibilidad de pedirle a la mucama que regrese; eso sí, bajo ciertas condiciones; después de todo ahora sabe que ella no hurtó las joyas. Ah, que vuelva sí, pero no le pedirá perdón ni la indemnizará. Así están los 27 que integran ese proyecto ilusotópico que asombró al mundo. Y que ahora horroriza. Si miramos bien, resultará que América Latina es el mejor lugar del planeta para vivir en paz (se aplican restricciones).
Miente Europa cuando alega que es la crisis (las crisis) la causa que la obliga actuar así con aquellos que durante años le han lavado el culo, servido la comida, hermoseado sus jardines, costeado su ocio, financiado su confort, tolerado su pereza, regulado su riqueza. Quienes han propiciado este caos son aquellos poco que se han quedado con mucho de los recursos del mundo; ha sido la avaricia y la ambición de unos cuantos los que desataron la entropía y ahora se busca culpables que paguen la deuda. Y siempre es el más feo (o el más pobre) el que la paga.
Cómo me gustaría que los africanos se volvieran a sus casas y con lo aprendido en Europa se organizaran y sacaran adelante su continente. Que los sudacos se regresaran al Cono Sur y reconstruyeran la dinámica de sus países. Cómo me gustaría que fuera posible mandar a la chingada a la UE y a cuanto país rico se ha servido de los más jodidos y ahora nos miran por encima del hombro. Sería grato ver en ruinas el edén que el trabajo cotidiano (y mal pagado) de estos indeseables llegó a construir para orgullo y (hoy) vergüenza de la humanidad.

jueves, 19 de junio de 2008

¿AL DIABLO LA UTOPÍA?

Culmina un ciclo escolar más (2007-2008) y los resultados obtenidos por el estudiantado (la estadística que resulta de sumar 10 y restar 5 de manera subjetiva; qué se le hace) no son como para celebrar el arribo del verano. Mirar tales hechos con objetividad, si esto acaso es posible, implica hacerlo con un tufo catastrófico y pesimista; al plan de estudios, ya de suyo deficiente, perfectible, claro está (siempre y cuando haya voluntad de las partes involucradas), hay que agregar que la mayoría del alumnado no manifiesta una actitud favorable para aprender, compartir y crear nuevos conocimientos; la masa docente, la más de las veces, se mueve dispersa, aletargada, bracea en espiral en caída libre. La institución parece que no se mueve o que lo hace beyondeada con destino incierto. La otra manera de encarar esto es con cínico optimismo pensando que se acabaron las clases (no el trabajo administrativo) y a descansar de las tribus entusiastas para todo (cuando los hay) menos para trabajar. Lo que se hizo bien qué bueno u lo que no ¡ni modo! C’est la vie. Cierre perfecto.

Y pensar (saber) que es la educación –la enseñanza y las familias- la que puede hacernos auténticamente libres y por tanto felices; no habría legiones de fanáticos o falsos profetas promocionándonos su Dios, ni tendríamos que padecer fatwas ni anatemas; quedarían obsoletas muchas leyes que ahora se imponen ante la falta de sentido común. El planeta no estaría al filo del colapso, no habría hambre. Injusticia y pobreza serían vocablos para nombrar el Apocalipsis y no realidades cotidianas. No habría contrabando ni piratería, corrupción, guerras. Sería cierto que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Otro universo sí sería factible. Pero falta voluntad, no hay compromiso, los esfuerzos de unos son superados por la apatía de otros más numerosos y con poder. Escasea la idea de responsabilidad; la ética, a la baja.

Los economistas del Consenso de Copenhague (se desarrolla cada cuatro años y lo patrocina el Ministerios de Asuntos Exteriores en Dinamarca) han señalado la lista de los 10 primeros objetivos urgentes que hay que alcanzar para no sucumbir como especie*.

El número uno consiste en suministrar vitamina A y zinc a 140 millones de niños malnutridos en el mundo, lo cual costaría sólo 60 millones de dólares al año. ¿Alguno de ustedes sabe cuánto es la ganancia del comercio de armas? El segundo punto sería abrir las fronteras (comerciales, geográficas, psicológicas) para que los países pobres puedan comercializar sus productos en igualdad de circunstancias que los estados ricos; si es así de sencillo, a cumplir pues la Agenda de Doha para el Desarrollo (y no pura cumbre, fotito incluida y nada de resultados); esto es, hacer real la globalización. Lo que permitiría erradicar la malnutrición y la miseria extrema. Pero resulta que la principal razón para que esto no ocurra es de carácter económico más que político. Con ello creo que queda dicho todo. O buena parte. Al diablo la utopía. Welcome a la vida diaria.

Un economista inglés, Fritz Schumacher, afirmó hace tres décadas que “no existe un problema económico, lo que existe es un problema moral”. Y Rolando Araya (El camino del socialismo cuántico) agrega: “En realidad el hambre es un problema político, fruto de la organización económica del mundo y no un problema técnico”. Lo que se concluye de ambas frases es que no hay determinación para modificar el curso que sigue la dinámica de nuestro día a día. Y no existe tal porque hemos caído en un egoísmo rampante que ignoro si tiene precedentes en la historia de la humanidad.

Uno de los pilares del problema, insisto, es la educación. Si ésta no es de calidad, y no me refiero a la acumulación de conocimientos ni a las ya tan famosas competencias que los individuos deben alcanzar dentro de las aulas; se trata de una convicción que debe surgir de uno mismo o quizá motivado por la conducta de los otros. Desde luego, dicha actuación debe ser ética. Y aquí tuerce el rabo la burra. ¿Quién quiere ser ético en una época donde lo virtuoso es sinónimo de pendejismo y lo anti-todo es glam? La respuesta, ergo el compromiso, está en la decisión de cada persona, en su capacidad de razonar y obrar en consecuencia. Si alguien se atreve, avíseme, por favor.
* Para mayor información véase

martes, 17 de junio de 2008

DE MALEDUCADOS Y CENUTRIOS

Un articulista del diario EL PAÍS (omitiré su nombre deliberadamente) escribió el domingo pasado un texto a propósito de la mejor manera de educar a los hijos, aunque indirectamente incluye (señala) a docentes y demás actores sociales que tienen que ver de alguna manera con la formación de los infantes. Su tesis es que hay que educarlos con amor. Sí, con amor -con mayúsculas sugiere el iluso aunque yo me niegue y lo escriba con bajas-.
Por supuesto que si redacto estas líneas es porque estoy en total desacuerdo con el sujeto en cuestión. Corrijo, con la idea de amor que define este señor inspirado, tal vez, en alguna crónica pederasta del catolicismo internacional. Considero que todo aquel que tiene hijos debería engendrarlos con amor. Debería. Y si no es así tendría que asumir las consecuencias de su irresponsabilidad: no condeno el ejercicio de la sexualidad (que es sano) sino la irresponsabilidad con la que se pueda ejercer, of course. Con amor también tendríamos que ejercer todas nuestras actividades cotidianas, desde el trabajo remunerado hasta las tareas diarias de llevar una casa en orden. Pero huelga señalar que no es así. Por darle a sus hijitos amor -o lo que muchísimos padres creen que es amor- es que tenemos hordas de salvajes deambulando en las calles, ocupando pupitres en las escuelas (calentando bancas), obstruyendo el tráfico, ocasionando accidentes en las vialidades, muchos de ellos, haciendo ruidos en el cine y dejando la basura que olvidan comerse si acaso no pueden acercarla a la papelera más próxima.
Para nadie es un secreto que cuando la educación se ejerce con disciplina -en tanto que en el hogar existen reglas que hay que cumplir- y con congruencia -porque se educa con la práctica- la criatura no necesita más amor. Pero como esto no ocurre tenemos niñas y niños que deambulan por los pasillos de un hotel, salón, restaurante u otro sitio público desbocad@s como si de animales salvajes se tratara (una disculpa para los animales salvajes). Y no existe adulto sensato -me refiero a sus progenitores; un extraño si dice algo padecerá el infierno- que ordene la calma, la disciplina, que pida mesura, que exija a su vástago que se comporte porque está en un sitio público.
¿Han visto cómo se sientan esas "lindas criaturitas" en los espacios reservados o no para ello? Inevitablemente los pies -sucios- los colocarán sobre una silla o mesa de centro o algún otro objeto que tenga la desdicha de estar colocado frente a sus extremidades (no digo patas para no ofender una vez más a los animales, que como dice Fernando Vallejo, son más buenos que las personas y yo diría que incluso que Dios). Porque nadie les ha enseñado que eso es de-ma-la-e-du-ca-ción. Y no vaya usted a importunarlos con la solicitud de que se sienten correctamente porque los memos se ofenden y los padres estallan: Aquí estoy yo para educar a mi hijo. Ante tal incongruencia uno hace mutis y se piensa que el estúpido es irreversiblemente uno, porque solicita un mínimo de orden.
De cenutrios y maleducados está plagado el mundo, y al igual que la crisis mundial (de los energéticos y de los alimentos) esto no vislumbra mejoría; al contrario, avanza inexorable rumbo a peor. A menos que dejemos de educar con amor y empecemos a enseñarles que nadie se merece nada, que lo que se consigue en este mundo es con esfuerzo, honestidad y coherencia, con todo y que por doquier se aprende lo contrario, lo cual no justifica que no se intente llevar a cabo una vida basada en la ética. ¿Que pido mucho? Pedir menos es no pedir nada.
Después de todo, somos nosotros, los voluntariamente sin hijos o quienes sí los educaron convenientemente, los que padecemos esa plaga de individuos contagiados de abulia crónica -deben tener flojera hasta para quitarse del camino-, hastiados de estar hastiados, necios, aletargados a fuer de aspirar a nada. Con lo escasos y caros que están los alimentos, con lo difícil que es conseguir empleo formal ahora, con lo complicado que es subsistir en un tiempo de múltiples crisis, no estaría mal exiliar de la Vía Láctea a estos carentes de amor hacia un universo a la medida de su circunstancia afectiva.

LAS CEREZAS TAMBIÉN SON FRUTOS PROHIBIDOS

Tu beso sigue ahí, intacto, donde lo pusiste.

La historia empezó en un sitio para tomar café. O antes. Comienza en un día de mayo que se oxida en la memoria. Fue el sabor de la cereza lo que te trajo aquí. Diez días después de aquel encuentro apareciste detrás de la puerta de mi guarida. Tenías todo el encanto de un macho joven contenido en la breve claridad de tus ojos. Habías disfrutado el sabor de la guinda y venías por más: quiero todo. Tu convicción sólo evidenció tus dudas. Pero no temblabas ni tu cuerpo desprendía cuentas de sudor. Habituado a representarte a ti mismo, en esta última actuación te mostrabas sobresaliente.

Brindamos con vino. La primera vez fue con vodka. La segunda con cerveza. Esta ocasión tenía que ser diferente. Aún ignoraba que resultaría ser eso que llaman especial. Aspiraste el aroma del tinto. Cataste su sabor. Luego su cuerpo fue cayendo dentro del tuyo ocasionándote un éxtasis que no supiste nombrar. Quiero más, insististe, convencido de que dominabas el área que atacabas. ¿Temblaba yo? Cuando se ha abandonado el hábito de la cacería termina por olvidarse porqué quiere atraparse a la víctima. Frente a mí, era innecesario camuflarme o disparar a traición. Si la presa no hace el intento de huir pierde sentido intentar darle alcance. Pero tú insistías en quemar tu cuerpo en la mansa llama del mío. Que fuera tu incendio el que nos abrasara y no la combustión de ambos. Te miré. Respirabas con el ritmo que lo hacen aquellos que están a un paso del abismo.

El segundo trago lo disfrutaste más. Y me perdí en la proximidad de tus manos. Estaban frías. El diapasón del deseo alcanzó su máximo registro. No tengo cerezas. La disculpa iba implícita. El reemplazo del fruto fue mejor. Cerraste los ojos para sumergirte en el recuento de sensaciones que cercaban tu cuerpo. Un tsunami de chocolate anegaba tu boca. Largo fue el recorrido de tu lengua bordeando el contorno de un beso. Largo. Lo supe porque el tiempo aceleraba su velocidad de fuga. Otro trago. Y el sabor de la cepa se sumó al de tus labios. ¿Quién te aleccionó para besar de esta forma? Terciopelo grana.

Tus manos se engraparon en mi espalda y me urgieron a emprender el ritual de la cacería. Ningún temblor tuyo. Ningún titubeo. Estoy decidido. La atmósfera vespertina empezó a llenarse de partículas restantes de un sueño tantas veces recreado. El sueño que te trajo a mí. Estabas suspendido en el calor que emanaba de mis manos. Antes, seducido. Fascinado. Habías vuelto transportado por los rieles de un orgasmo a medio conquistar. Venías con el fantasma del sabor de la cereza embarrancado en tus labios. Necesitabas certezas. Desintoxicarte de la entropía que arrastraba tu cuerpo voluntariamente hasta mi cama. Salida, próximo retorno. Seguimos de largo. Las bocas colisionaban. Mi lengua emprendió la conquista de la plaza virgen. Asediado por ti mismo. Sitiado por mí. La elongación de tu gemido iba in crescendo. La realidad del sueño (el tuyo) estaba siendo desplazada por una realidad nítida, tangible, ansiada.

Puedo resistir el dolor porque el placer que le sigue es mayor. Dijiste. Pero cuando te alcanzó mi saeta tu verso lastimero interrumpió el silencio. Breve. Pausado. La intensidad del orgasmo tendió hacia el infinito huyendo del área bajo la curva que formaban nuestros cuerpos.

Tres horas después, dentro de la copa de vino el sabor se había acentuado y tu boca advirtió la metamorfosis del cuerpo. En tus ojos cabía la dimensión un Nuevo Mundo, mientras la culpa la acechaba detrás como un gato de monte. Antes del anochecer te arrastraría hasta el fondo del remordimiento. En mis manos aún humeaban los restos de tu entrega. El vino olía a ti. Te recordaba desnudo mientras volvías a disfrazar tu cuerpo de macho comprometido con su papel social. Sobreactuado. ¿Habías conseguido tu objetivo?

Luego te fuiste. Seguía abrazándote cuando el agua de la ducha te lavaba de mi cuerpo. Sabía que no te habías ido porque el sabor de la cereza aún pervivía en mi piel. Supongo que en la tuya también se han quedado como imanes fragmentos de mí. Especulo con el largo silencio que ha seguido a tu partida: ¿volverás? Enunció una ecuación y me pierdo en el recuerdo.

domingo, 15 de junio de 2008

MASCULINCITY


La (nueva, actual, crisis de la) masculinidad se ejerce como una resistencia...

martes, 10 de junio de 2008

PUTO Y A PARTE


A la tabla que diseñara Kinsey en la década de las cincuenta Xabier Lizarraga* le realiza una modificación y queda así:

FHt: Fundamentalmente heterosexual
BHt: Básicamente heterosexual
PHt: Preferentemente heterosexual
B: Bisexual
PHm: Preferentemente homosexual
BHm: Básicamente homosexual
FHm: Fundamentalmente homosexual

Es obvio que la tablita permite a muchos heterosexuales dubitativos (deseantes de experimentar con el cuerpo sensaciones inéditas) atreverse a dar el salto hacia la otra acera del deseo sin culpas. Por ello, he decidido recuperar el orgullo de ser auténticamente homosexual parodiando la información anterior. Lean y reflexionen.


Op:Ocasionalmente puto

Ap: Accidentalmente puto.

OPp:Oportunamente puto.

Cp: Convenientemente puto.

Ip: Indistintamente puto.
Alp: Alevosamente puto.

Tp: Teóricamente puto.

Pp: Prácticamente puto.

Tp: Totalmente puto.

Pup: Putamente puto.


Y tú, ¿qué puto eres? A esto es lo que denomino libertad y no pendejadas... Puto y a parte.


*Citado por Mauricio List Reyes en Jóvenes corazones gay en la Ciudad de México. Género, identidad y socialidad en hombres gay. BUAP, Facultad de Letras. México, 2005.

lunes, 9 de junio de 2008

REFRANERO QUEER 15

1. Sólo un verdadero macho se deja coger.

2. El terrorismo es la más fuerte pasión.

3. Sin desigualdad no hay glamour.

4. No importa caer si estamos elegantes (cortesía).

5. La necesidad de ser amados nos hace amar a la elegancia (cortesía). Obvio que aplican restricciones.

6. Sin elegancia de corazón no hay elegancia (YSL).

7. El que habla menos y escribe menos, obvio que piensa menos (cortesía).

8. Tú no sabes qué tan difícil es dejar de ser hombre.

9. No sabe que es perra pero bien que ladra.

10. El límite de mi orgasmo tiende a infinito.

11. He colocado tu beso en la cresta de mi excitación.

12. Lo feo es unidimensional. Es feo y punto.

13. El hombre que soy es otro.

viernes, 6 de junio de 2008

LA OPERATIVIDAD DE LA MASCULINIDAD 5

CONCLUSIÓN
Si los esquemas entendidos como masculino y femenino no obedecen a ninguna ley más que la tradición, es posible modificarlos y adaptarlos a las realidades que entrelazan y establecen la convivencia entre un sexo y otro. Partir de la identificación y aceptación de los contextos en que se desarrollan las relaciones entre féminas y varones. Porque no es posible ya la coexistencia entre mujeres y hombres a partir de esquemas anquilosados que resultan arcaicos, desfasados, caducos en la actual dinámica de las relaciones humanas.
Porque es preciso cobrar conciencia de la necesidad urgente de modificar los paradigmas tradicionales y adoptar otros más prácticos y menos injustos que contribuyan al desarrollo integral de las personas. Porque mujeres y hombres somos diferentes no solamente en lo biológico sino en el ser y hacer cotidianos, pero tal premisa no debería (pretender) justificar la desigualdad que en términos sociales ellas continúan padeciendo y ellos reproduciendo en serie.
Es, pues, impostergable la necesidad de reivindicar la dignidad de cada individuo y crear las condiciones necesarias para que éstos se desenvuelvan convenientemente en cualquier medio sin menosprecio de su diversidad y por ende, su diferencia.
Porque ninguna ley (natural o cultural) justifica la subordinación de lo femenino bajo el yugo de lo masculino. Porque la masculinidad también está en crisis y es preciso deseducar, primero; educar y reeducar, después; a los varones que las nuevas feminidades requieren en aras de alcanzar un equilibrio (aunque sea precario).
Porque es posible otra realidad en un mundo que también es distinto. Porque los seres humanos aspiramos siempre a una forma de felicidad y la convivencia justa, equilibrada y sana entre mujeres y hombres es una manera de ser felices en tanto que somos dueños de nosotros mismos, ergo, más libres.
Porque es tarea conjunta alcanzar acuerdos entre hombres y mujeres que devengan los nuevos y necesarios modelos de coexistencia para alcanzar una convivencia social armónica que incentive el respeto, la autonomía, la realización integral de los cuerpos sexuados, los cuerpos pensantes y los cuerpos sensibles.
La operatividad de lo que se denomina la “nueva” masculinidad se ejecuta desde posiciones correlacionadas entre los géneros masculino y femenino. Relaciones entre unas y otros y consigo mismo, que conformen “relaciones de equivalencia” que distribuya el ejercicio del poder de manera equitativa (o menos asimétrica) entre todos y no solamente en la relación (que no oposición) hombre-mujer.
No más la bipolaridad hombre-mujer, sino apostar por las correlaciones que configuren redes por las cuales discurra el poder proporcionalmente según las necesidades reales de mujeres y hombres; conformar “relaciones de equivalencia” que fomenten la equidad de género.
Romper decididamente con la práctica del poder vertical que deviene tiranía, autocracia. Acabar con el cliché de que el hombre manda y la mujer obedece son replicar; vencer el tabú de que las mujeres no saben (ni quieren) ejercer el poder. Que el binomio masculino-femenino no sea el fin intrínseco que justifique la convivencia humana sino el punto focal de la integración plena de un poder horizontal en el que ambos géneros aporten los elementos necesarios para conformar los nuevos paradigmas sociales.
BIBLIOGRAFÍA
Amuchástegui Ana e Ivonne Zsasz, Sucede que me canso de ser hombre…relatos y reflexiones sobre masculinidades en México, COLMEX, México, 2007.
Bosch, Esperanza et al, Historia de la misoginia, Anthropos, Universitat de les Illes Balears, Palma de Mallorca, 1999.
Conell, R.W., Masculinidades, UNAM, México, 2003.
Gilmore, D. G., Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad, Paidós, Barcelona, 1994.
Hèritier, Françoise, Masculino/femenino II, Disolver la jerarquía, FCE, Buenos Aires, 2007.
Kempch Dávila, Arturo (comp.): Equidad de género. Por una vida más en equilibrio, Editorial Cartón, México, 2007.
Londoño, Nelson y Hernando Bedoya: Matemática progresiva, tomo 2, Norma Editorial, Bogotá, 1990.
Osborne, Raquel, La construcción sexual de la realidad, Feminismos, Cátedra, Madrid, 2002.
Santos Guerra, Miguel Ángel: El harem pedagógico. Perspectivas de género en la organización escolar, GRAO, Barcelona, 2000.
Seidler, Víctor J., La sinrazón masculina. Masculinidad y teoría social. Paidós-UNAM, México, 2000.

LA OPERATIVIDAD DE LA MASCULINIDAD 4

LA OPERATIVIDAD DE LA MASCULINIDAD

La masculinidad, como la feminidad entonces, se lleva a cabo en el intercambio de acciones de uno y otro género en situaciones varias y en contextos distintos que van desde el orden personal, afectivo, laboral, entre otros, lo que supone una constante lucha de poder. El enfrentamiento de los sexos, que deviene una crisis que si bien, no paraliza la comunicación entre ambos, si la obstaculiza. En consecuencia, los varones tenemos que buscar los procedimientos que nos permitan recuperar la autoridad (el poder) y la autoestima torpedeada en la confrontación con ellas.
Una de las formas más comunes empleadas por los varones para recuperar o mantener el poder es ejercer la fuerza. Y como se parte del supuesto que la verdadera masculinidad surge de los cuerpos de los hombres, se cree que somos proclives a la violencia en sus diversas manifestaciones, y que por ello, los varones no estamos capacitados para manifestar afectividad, solicitar ayuda en situaciones concretas, cooperar en las tareas del hogar, convivir con individuos que ejercen formas de sexualidad no heterosexual ni asumir actitudes que parezcan “feminizadas” ni negociar el ejercicio de la autoridad.
De ahí que para reeducar a los hombres (previa deseducación de la idea errada de que masculino es igual a violento), es necesario que se comprenda la relación que guarda el cuerpo de los varones y su masculinidad. La masculinidad, entendida así, se definiría como yo soy masculino porque soy hombre y porque lo soy, soy violento. Pero los cerebros no están diseñados para producir la violencia; pues no existe evidencia científica que afirme que el cerebro de los varones contenga en sí mismo el germen de la violencia. Si algunos hombres somos violentos es porque (las más de las veces) elegimos actuar así, con independencia de que existan agravantes que “expliquen” tal comportamiento. Porque se ha reproducido la idea de que una manifestación de la masculinidad (rol de género
[1]) es el conducirse de manera desapacible y temeraria ante los demás. Pero al evidenciarse que tal conducta es resultado de una “educación” tradicionalista que justifica los hechos violentos o más grave aún, de una volición (el deseo de hacer ostensible el poder y la fuerza), no se sostiene la sinonimia establecida, a partir de la práctica cotidiana, entre masculinidad y ejercicio de la fuerza; según Conell “…una masculinidad específica se constituye en relación con otras masculinidades y con la estructura total de las relaciones organizadas con base en el género” (:213)[2]. Así mismo, señala que las relaciones sociales de la masculinidad se construyen desde la hegemonía, la subordinación, la complicidad y la marginación (:122), las cuales explico a continuación:
a) Hegemonía. La masculinidad denominada hegemónica se caracteriza por ser la configuración de la práctica de género que incorpora la respuesta social aceptada, en un momento específico, al proceso de la legitimidad del patriarcado lo que garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres (yo te protejo, luego, tú me perteneces) y de otros hombres menos fuertes.
b) Subordinación. Una función de la masculinidad es la de dominar, mantener sometido a otras personas y siempre desde una posición de superioridad que se haga explícita en quienes oprime.
c) Complicidad. Si la masculinidad se evidencia en el ejercicio del poder, algunas veces éste debe ser “repartido” con otros varones para mantenerlo. La negociación de la hegemonía le permite seguir siendo poderoso.
d) Marginación. Ésta función de la masculinidad se ejerce como una forma de autoridad de los hombres a partir de saberse dentro del grupo dominante, lo cual conlleva prácticas y discursos de exclusión manifestados por la masculinidad hegemónica hacia todo aquello que considera ajeno al “círculo de poder”.
Si comenzamos a reformular cómo debe ejercitarse la (nueva) masculinidad, disminuiremos la incertidumbre que agobia y agota a muchos varones que dubitan sobre cómo deben manifestar todo aquello que los hace masculinos. Llegados a este punto propongo el término ‘correlaciones’
[3].
Los hombres no solamente estamos en contacto con las mujeres sino que también convivimos con otros varones y consigo mismo. Dicho de otro modo los hombres establecemos relaciones de simetría (más que de oposición) con las mujeres, de reflexión (comunicación interpersonal) y transitivas (con otras personas de distinto sexo y género). Al cumplimiento de estas tres propiedades en el discurso matemático se le denomina “relación de equivalencia”
[4]. Y ésta sólo se establece a partir de la relación que un elemento a de un conjunto A mantiene con otro elemento, pongamos b del mismo conjunto. Explico:
Cuando establecemos una relación en un conjunto A puede analizarse estas propiedades:
a) Propiedad reflexiva: se estable si cada elemento a pertenece A está relacionado consigo mismo: a
La relación “tiene la misma letra inicial de” es reflexiva. Ejemplo.
Juan tiene la misma letra inicial de Juan. Milena tiene la misma letra inicial de Milena.
b) Propiedad simétrica: una relación de simetría se cumple cada vez que a está relacionada con b, entonces b está relacionada con a: a b
La relación “tiene la misma letra inicial de” es simétrica. Ejemplo.
Si Ana tiene la misma letra inicial de Alicia, entonces Alicia tiene la misma letra inicial de Ana.
c) Propiedad transitiva: si un elemento a está relacionado con b y b está relacionado con c, entonces a está relacionado con c: a b
c
La relación “tiene la misma letra inicial de” es transitiva. Ejemplo:
Si José tiene la misma letra inicial de Jesús, y Jesús tiene la misma letra inicial de Juan, entonces José tiene la misma letra inicial de Juan.
Haciendo una extrapolación del discurso matemático al plano social podríamos establecer la relación “ejerce el poder” entre elementos de un mismo conjunto (en este caso la sociedad) y obtendríamos los siguientes resultados:
a) Un hombre ejerce el poder sobre un hombre (sí mismo). Propiedad reflexiva.
b) Un hombre ejerce el poder sobre una mujer, entonces una mujer ejerce el poder sobre un hombre. Propiedad simétrica.
c) Un hombre ejerce el poder sobre otro hombre, y este otro hombre ejerce el poder sobre un tercer hombre, entonces el tercer hombre ejerce el poder sobre el primer hombre. Propiedad transitiva.
Dado que la relación en un conjunto determinado, en este caso, el ejercicio del poder, cumple con la propiedad reflexiva, simétrica y transitiva es posible afirmar que se ha establecido una “relación de equivalencia”. Equivalencia, no simetría
[5]. Lo anterior nos plantea cuestionarnos si la equidad de género[6] no es una utopía, un estado inalcanzable en las relaciones sociales entre mujeres y hombres. Sin embargo, si fomentamos que entre ambos sexos se establezcan “relaciones de equivalencia”, de cierta manera estaremos construyendo la igualdad entre los géneros, toda vez que dicha condición de equilibrio permitiría el encuentro comunicativo (no la confrontación, sí el intercambio) entre unas y otros.
De modo que la realización de la mayoría de las actividades sociales, tendrían que llevarse a cabo considerando las capacidades, aptitudes e intereses de los individuos implicados y no en función de lo que se ha determinado debe cumplir cada sexo. Por ello es preciso desmontar los antiguos esquemas anquilosados del ser y hacer de las personas que se conducen creyendo que así como actúan cumplen con la función que su identidad y el rol de género les exige. Dicha tarea le corresponde, en gran medida, a las instituciones que poseen una resonancia mayor en el ámbito público, como es el caso de la escuela, por citar un ejemplo
[7].
[1] Identidad de rol de género: grado en que la persona cree haberse ajustado a su rol de género, es decir, la medida en que la persona considera que su comportamiento se ajusta al estándar que opera en su cultura y que determina cómo debe ser el comportamiento masculino o femenino. Cfr. Esperanza Busch et al, Historia de la misoginia, Anthropos, Universitat de les Illes Balears, Palma de Mallorca, 1999.
[2] Género: género es el conjunto de ideas sobre la diferencia sexual que atribuye características “femeninas” y “masculinas” a cada sexo, a sus actividades y conductas, y las esferas de la vida. Cfr. César Ricardo Azamar Cruz, Los procesos de mejoramiento y de degradación en La cresta de Ilión de Cristina Rivera Garza Una propuesta de lectura desde los estudios de género. Tesis (inédita). Mientras que la identidad de género se adquiere en la infancia, cuando se accede al lenguaje y previamente al reconocimiento de la diferencia sexual anatómica. Cfr. Marta Lamas, El género. La construcción cultural de la diferencia sexual, UNAM, 2003. Y el papel de género, Es el tipo de comportamiento que tendrán los y las integrantes de una sociedad dependiendo de los parámetros que ésta dicte. Cfr. R. W. Conell, Masculinidades, UNAM, México, 2003.




[3] Es la relación de tipo estadístico entre varios datos, por ejemplo: entre la cantidad de lluvia, temperatura y cantidad de cosecha. La correlación no permite ninguna afirmación acerca del origen y del efecto. Cfr. Diccionarios Rioduero. Matemáticas, Ediciones Rioduero, Madrid, 1980.
[4] Cfr. Nelson Londoño y Hernando Bedoya: Matemática progresiva, tomo 2, Norma Editorial, Bogotá, 1990.
[5] En general, construcción espacial en partes simétricas; en otro sentido, también la regularidad de las partes de una totalidad. Cfr. Diccionarios Rioduero. Matemáticas, Ediciones Rioduero, Madrid, 1980. Existen dos tipos de simetría: Simetría central (o simetría respecto a un punto) y Simetría axial (o simetría respecto a un eje). Cabe señalar, que en las relaciones entre hombres y mujeres no es posible la simetría en el sentido matemático del término, ya que ambos sexos más que piezas opuestas son elementos complementarios. De lo que se infiere que tal simetría tampoco es deseable, puesto que implicaría la anulación de un género u otro.
[6] Por equidad entre dos partes se entiende la situación en la que ninguna de ellas resulta favorecida de manera injusta en perjuicio de la otra. La equidad entre mujeres y hombres, además de que significa alcanzar igualdad en el acceso a las oportunidades, implica relaciones de respeto y consideración mutuos. Cfr. Dávila Arturo Kempch (comp.): Equidad de género. Por una vida más en equilibrio, Editorial Cartón, México, 2007.
[7] La escuela junto con la familia y los medios de comunicación, son las instituciones que mayor responsabilidad tienen en la transmisión de modelos sexistas. Cfr. Miguel Ángel Santos Guerra: El harem pedagógico. Perspectivas de género en la organización escolar, GRAO, Barcelona, 2000.

LA OPERATVIDAD DE LA MASCULINIDAD 3

MASCULINIDADES EN ACCIÓN

La tipificación del ideal de comportamiento masculino o femenino es abstracta pero está normativizada hasta el estereotipo, generándose así los estereotipos de los roles masculino y femenino. De manera que para ser considerados dentro de uno u otro papel social hay que “actuar” en consecuencia con esa etiqueta que se nos ha asignado. Y como lo hemos señalado, en todas las sociedades las diferencias biológicas han servido de base para la asignación de roles de género, considerando que el sexo biológico establece la presencia de unas determinadas pautas de comportamiento, que van mucho más allá de los roles sexuales propiamente dichos
[1]. Pero dicha rigidez no es tal y los papeles varían en función de la cultura y a través del tiempo.
Estas diferencias se hacen manifiestas en los estadios de socialización, entendiendo por ésta, el proceso por el cual las personas aprenden y hacen suyas las pautas de comportamiento de su entorno sociocultural. De modo que los varones vamos aprendiendo a lo largo de la vida actitudes y herramientas que contribuyen a forjar nuestra autonomía y para progresar en el ámbito público; en tanto que a las mujeres se les educa para asumir la subordinación y su lugar en el ámbito privado. Gloria Poal lo explica así:
El proceso de socialización de los varones:
1. reprime la esfera afectiva
2. potencia libertades, talentos y ambiciones diversos que faciliten la autopromoción
3. fomenta mucho estímulo, poca protección
4. orienta hacia la acción, lo exterior, lo macrosocial
5. mueve hacia la independencia
6. valora el trabajo, se les inculca como una obligación prioritaria y definitoria de su condición.
En tanto que el proceso de socialización de las mujeres:
1. estimula la esfera afectiva
2. reprime libertades, talentos y condiciones
3. fomenta poco estímulo, mucha protección
4. orienta hacia la intimidad, lo interior, lo microsocial
5. promueve la dependencia
6. el trabajo no es una obligación para ellas (citada por Bosh: 124-125).

Dicha dicotomía plantea las relaciones entre mujeres y hombres como una balanza equilibrada que permite el desarrollo de los potenciales humanos con total armonía, determinando que no existe causa alguna para modificar tal orden social. Es por eso, que la ruptura de dicho esquema se considera una trasgresión (en tanto que se falta a lo establecido) no sólo al ejercicio de los papeles sociales sino a la identidad de rol de género (piensan muchos que el individuo infractor no está a gusto con su género) y al rol de género mismo, inclusive. Tal osadía se paga con la exclusión del grupo social (y sexual) de quien ha cometido la falta y con la acusación permanente de haber afrentado lo que los demás consideran su naturaleza. Pues a la mayoría de las personas les parece normal que si se nace hombre se actúe como tal y lo mismo se espera si se nace mujer, que actúe femeninamente. Y ejercer dichos papeles implica sumisión a las mujeres, apropiación de su cuerpo (y todo lo demás, en tanto que se considera, desde la masculinidad más recalcitrante que éste es un derecho natural de los hombres), ya que la violencia se percibe como legítima (siempre y cuando la ejerza el varón) porque permite el mantenimiento del orden doméstico o exterior
[2]. La sumisión de las mujeres a la voz masculina queda justificada porque al tomar posesión del cuerpo femenino marcamos un territorio material que nos hace poderosos ante otros hombres; porque como cita Hèritier: “el honor masculino reside en la virtud de las mujeres de la familia” (:77). También, porque al no poseer los varones la capacidad de pregnancia, la única manera que tiene de contrarrestar esta limitación es enunciar con énfasis, que el embarazo no se produce sin la participación activa (el esperma) del hombre.

[1] Rol sexual: comportamientos determinados por el sexo biológico de la persona, incluyendo menstruación, embarazo y lactancia en caso de las mujeres.
Rol de género: conjunto de expectativas, prescripciones y estándares sobre los comportamientos sociales que se consideran propios de las personas en función de su sexo biológico, actitudes, percepciones, afectividades, entre otros. Cfr. Busch, op. Cit.

[2] Hèritier considera que: “…el ejercicio de la violencia por parte de la mujer es como la última trasgresión de la frontera entre los sexos” (:77). Masculino/femenino II, Disolver la jerarquía, FCE, Buenos Aires, 2007.

LA OPERATIVIDAD DE LA MASCULINIDAD 2

LO EMOTIVO Y LO MASCULINO

Los hombres aprendemos a vivir nuestra emotividad a partir de la culpa (cuando no del rechazo de toda afectividad), ya que el feminismo ha “explicado” la experiencia de ser hombre como “violadores en potencia”, lo que conlleva a asumir una actitud que por un lado desmienta la acusación mujeril y por otra, nos permita desquitarnos de tal afrenta. Y si los varones somos seres “racionales”, no es posible que nos permitamos el lujo de equivocarnos ni darles la razón a las mujeres. Lo anterior nos sumerge en un conflicto constante.
Los hombres crecemos escuchando juicios que nos catalogan como “malos” por naturaleza, y esto forja en nuestra interioridad la noción de que es imposible subsanar, cambiar o transformar la masculinidad adquirida. Tal situación urge a reconocer las tensiones y las contradicciones que hay en la experiencia de los hombres, lo cual resulta muchas veces difícil de identificar porque estamos habituados a eliminar cualquier manifestación afectiva. Esto nos forja una apariencia de individuos incapaces para adoptar decisiones y acciones en el espacio de lo emocional. De modo que se da por hecho que los hombres nunca asumimos la responsabilidad de nuestra vida, pues primero la madre y luego la pareja (femenina, se sobreentiende en el discurso heterosexual) la asume por nosotros. Los varones interpretamos –porque así somos educados- que el amor se manifiesta mediante el hecho de que alguien satisfaga nuestras necesidades sin que medie la necesidad de decirlo con palabras. Porque tal es la condición de privilegio que hemos advertido recibían los varones en el ámbito doméstico en el que crecemos. Al racionalizar el sentimiento, los hombres aprendemos a comunicar nuestras necesidades personales y emocionales con apenas sugerirlo de manera no verbal. Así, temerosos del rechazo afectivo rara vez integramos la experiencia de asumir responsabilidades por nosotros mismos. Seidler aclara: “…cuando los hombres aprenden a reconocer sus emociones y sus sentimientos, con ello aprenden qué valor dar a aspectos diferentes de su experiencia” (:178). Asumir tal vivencia significa que también aprendemos a enfrentar nuestra afectividad sin que esto implique una merma de nuestra virilidad, el eterno temor de muchos varones.
Como la identidad masculina se constituye y sostiene dentro del ámbito público resulta difícil manifestar nuestras emociones con nuestra pareja y amistades. Esa idea de que “tenemos que arreglárnosla por nuestra cuenta” sigue arraigada y nos limita (cuando no impide), tender puentes afectivos con los demás. Por eso es común que los hombres nos sintamos encerrados dentro de nosotros mismos, padeciendo una suerte de asfixia emocional que limita el desenvolvimiento de nuestra afectividad, pues aún experimentando la necesidad de acercarnos emotivamente a otras personas constantemente nos percibimos incapaz de lograrlo. Es como si hubiésemos aprendido (y en la práctica así es) a guardar nuestros sentimientos negativos para nosotros mismos con la finalidad de no causar daños a terceros si compartimos tales preocupaciones; en realidad se trata del temor a que conozcan que también somos vulnerables afectivamente; ese afán absurdo de demostrar en todo momento la entereza de nuestro carácter; el sin sentido de una emotividad fragmentada cuando no diezmada. Seidler concluye al respecto que los hombres: “…en el seno de la modernidad hemos aprendido a identificarnos como seres racionales de una manera que hace que el acceso a nuestras emociones nos parezca una amenaza, ya que puede poner en duda la imagen que aprendemos a sustentar de nosotros mismo como seres libres e independientes” (:204). Lo cual explica, mas no justifica, que en el marco de la cultura masculina dominante (masculinidad hegemónica
[1]) aprendemos a tratar a las mujeres como objeto sexual y a desairarla y a menospreciar su presencia con el fin de afirmarnos a nosotros mismos; como si la masculinidad sólo pudiera definirse por represión o la anulación de la feminidad y no por su relación con ella. Pero esta actitud de desprecio y de sometimiento lo hacemos expansivo también a todos los seres débiles o a aquellos que consideramos de un rango inferior al nuestro. La masculinidad opera desde la imposición[2].

[1] La noción de masculinidad hegemónica, que fue acuñada y desarrollada por autores anglosajones (Connell, 1995, 1997, 1998; Kimmel, 1997, 1998; Kaufman, 1997; Seidler, 1994), es definida como "una configuración (...) que encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres" (Connell, 1997:39), tiene como atributo central la heterosexualidad; de modo que se prescribe para los hombres un determinado deseo y un ejercicio de la sexualidad consecuente con él. Entre los elementos probatorios de la hombría encontramos la mantención de relaciones sexuales con mujeres como uno de importancia capital (Gilmore, 1994; Badinter, 1993; Fuller, 1997a, 1997b; Kimmel, 1997; Connell, 1997; Valdés y Olavarría, 1998; Olavarría, et al., 1998). Este universo simbólico puede, en un determinado momento cultural e histórico, constituir la "estrategia" aceptada y en uso de ser hombre; en este sentido es hegemónica. De este modo, una forma de masculinidad puede ser exaltada en vez de otra, pero es el caso que una cierta hegemonía tenderá a establecerse sólo cuando existe alguna correspondencia entre determinado ideal cultural y un poder institucional, sea colectivo o individual. Según los mandatos del modelo hegemónico de masculinidad un hombre debería ser: activo, jefe de hogar, proveedor, responsable, autónomo, no rebajarse; debe ser fuerte, no tener miedo, no expresar sus emociones; el hombre es de la calle, del trabajo. En el plano de la sexualidad, el modelo prescribe la heterosexualidad, desear y poseer a las mujeres, a la vez que sitúa la animalidad, que sería propia de su pulsión sexual, por sobre su voluntad; sin embargo, el fin último de la sexualidad masculina sería el emparejamiento, la conformación de una familia y la paternidad. El modelo hegemónico se experimenta con un sentimiento de orgullo por ser hombre, con una sensación de importancia. Moralmente el modelo indica que un hombre debe ser recto, comportarse correctamente y su palabra debe valer; debe ser protector de los más débiles que están bajo su dominio: ­niños, mujeres y ancianos, además de solidario y digno (Valdés y Olavarría, 1998:15-16). De este modo, el modelo encarnado en una identidad "se transforma en un mandato ineludible, que organiza la vida y las prácticas de los hombres" (Ibíd.: 16).
http://www.flacso.cl/flacso/main.php?page=noticia&code=80
[2] Entiéndase por operatividad la capacidad de producir algo o el efecto que se pretendía. También es la capacidad para funcionar o estar en activo. Cfr. Diccionario Espasa Calpe.

LA OPERATIVIDAD DE LA MASCULINIDAD

INTRODUCCIÓN
En su capacidad para restringir, reprimir o anular sus emociones (debilidad siempre es sinónimo de femenino) se mide cultural, social, personal y afectivamente la masculinidad de los varones. Lo cual reafirma lo expresado categóricamente por Mark Twain: “Un hombre no puede sentirse a gusto sin su propia aprobación”
[1].

Ser un hombre verdadero, es pues, un individuo que evitará, hasta donde le sea posible, manifestar algún gesto que quiebre o ponga en el abismo de la dubitación la imagen masculina que de sí éste se ha forjado, so pena de dejar de serlo para los otros y para él mismo. Para ser hombre no basta con parecer masculino sino representarlo con convicción en todos los ámbitos de la experiencia humana.

El varón debe caracterizarse por su ser y hacer racional si quiere preciarse de su condición de hombre de verdad, y en consecuencia, está obligado a inhabilitar convenientemente el tinglado de su emotividad. Pienso, luego hombre, podría afirmarse.

ANTECEDENTES

La idea de hacer de la sociedad un orden que partiera de lo racional surge en la Ilustración, cuando se planteó la necesidad de reestructurar a la sociedad
[2]. Su filosofía política está basada en el derecho natural que tienen todos los hombres a la vida, a la libertad y a la propiedad privada. Pero este noble fin excluyó a las mujeres en tanto personas, ya que llevar a cabo la construcción de la sociedad moderna implicó –quizás inconscientemente- hacerla a “imagen de los hombres”. Pues aunque en esta época se creyó que los avances científicos y técnicos que se estaban verificando no sólo mejoraban al hombre materialmente sino también moralmente, el ser humano no se fue volviendo más bueno. No al menos lo que la mayoría podemos entender como tal[3]. De modo que el anhelo de alcanzar un régimen basado en la igualdad y en la libertad tardaría mucho en consolidarse. Sin embargo (desde hace tiempo), hemos seguido creyendo la idea de que la razón define nuestra humanidad en tanto se contrapone a nuestra naturaleza “animal”. La Ilustración establecía una distinción tajante entre razón y naturaleza, y tal división legitimó la supremacía de la razón, obviamente masculina, porque según Seidler: “…ésta es la que se relaciona con la autoridad de una ‘masculinidad racional’, como si los hombres pensaran en la razón como algo propio y así legitimaron la organización de la vida privada y pública a su propia imagen” (:26). La autoridad de la razón, como consta, estaba (está) expresamente vinculada con la autoridad patriarcal del hombre; niños y mujeres e incluso otros hombres (menos fuertes) tenían que existir en función de los hombres y no como personas por derecho propio.

Esta realidad que fue cuestionada, primero por el feminismo, y más adelante por los estudios de género, ha dado paso a una serie de transformaciones en el ámbito de las relaciones entre mujeres y varones, la cual ha roto el frágil equilibrio que mantenía en orden la convivencia social entre los sexos, esa “desigualdad armoniosa”, que si bien se sostenía en una situación injusta conseguía darle sentido a las relaciones humanas. Al evidenciarse la asimetría se ha generado un aluvión de modificaciones que hacen que tanto hombres como mujeres sientan perdido el rumbo de lo que significa ser masculino y femenino. En esta contingencia es como llegamos al actual ejercicio de la masculinidad, que desprovista ya de los asideros tradicionales, debe configurase a partir de nuevos paradigmas que partan no de la oposición a lo femenino sino en relación con lo femenino.

[1] EL PAÍS, sábado 31 de mayo de 2008, Número 11309, Año 33.
[2] Cfr. Víctor J. Seidler, La sinrazón masculina. Masculinidad y teoría social. Paidós-UNAM, México, 2000.
[3] Persona que tiene bondad desde el punto de vista moral, consigna el Diccionario de uso del español de América y España.

jueves, 5 de junio de 2008

PENSÁNDOLO BIEN...



Dime con queer andas y te diré queer eres.

martes, 3 de junio de 2008