viernes, 6 de junio de 2008

LA OPERATIVIDAD DE LA MASCULINIDAD

INTRODUCCIÓN
En su capacidad para restringir, reprimir o anular sus emociones (debilidad siempre es sinónimo de femenino) se mide cultural, social, personal y afectivamente la masculinidad de los varones. Lo cual reafirma lo expresado categóricamente por Mark Twain: “Un hombre no puede sentirse a gusto sin su propia aprobación”
[1].

Ser un hombre verdadero, es pues, un individuo que evitará, hasta donde le sea posible, manifestar algún gesto que quiebre o ponga en el abismo de la dubitación la imagen masculina que de sí éste se ha forjado, so pena de dejar de serlo para los otros y para él mismo. Para ser hombre no basta con parecer masculino sino representarlo con convicción en todos los ámbitos de la experiencia humana.

El varón debe caracterizarse por su ser y hacer racional si quiere preciarse de su condición de hombre de verdad, y en consecuencia, está obligado a inhabilitar convenientemente el tinglado de su emotividad. Pienso, luego hombre, podría afirmarse.

ANTECEDENTES

La idea de hacer de la sociedad un orden que partiera de lo racional surge en la Ilustración, cuando se planteó la necesidad de reestructurar a la sociedad
[2]. Su filosofía política está basada en el derecho natural que tienen todos los hombres a la vida, a la libertad y a la propiedad privada. Pero este noble fin excluyó a las mujeres en tanto personas, ya que llevar a cabo la construcción de la sociedad moderna implicó –quizás inconscientemente- hacerla a “imagen de los hombres”. Pues aunque en esta época se creyó que los avances científicos y técnicos que se estaban verificando no sólo mejoraban al hombre materialmente sino también moralmente, el ser humano no se fue volviendo más bueno. No al menos lo que la mayoría podemos entender como tal[3]. De modo que el anhelo de alcanzar un régimen basado en la igualdad y en la libertad tardaría mucho en consolidarse. Sin embargo (desde hace tiempo), hemos seguido creyendo la idea de que la razón define nuestra humanidad en tanto se contrapone a nuestra naturaleza “animal”. La Ilustración establecía una distinción tajante entre razón y naturaleza, y tal división legitimó la supremacía de la razón, obviamente masculina, porque según Seidler: “…ésta es la que se relaciona con la autoridad de una ‘masculinidad racional’, como si los hombres pensaran en la razón como algo propio y así legitimaron la organización de la vida privada y pública a su propia imagen” (:26). La autoridad de la razón, como consta, estaba (está) expresamente vinculada con la autoridad patriarcal del hombre; niños y mujeres e incluso otros hombres (menos fuertes) tenían que existir en función de los hombres y no como personas por derecho propio.

Esta realidad que fue cuestionada, primero por el feminismo, y más adelante por los estudios de género, ha dado paso a una serie de transformaciones en el ámbito de las relaciones entre mujeres y varones, la cual ha roto el frágil equilibrio que mantenía en orden la convivencia social entre los sexos, esa “desigualdad armoniosa”, que si bien se sostenía en una situación injusta conseguía darle sentido a las relaciones humanas. Al evidenciarse la asimetría se ha generado un aluvión de modificaciones que hacen que tanto hombres como mujeres sientan perdido el rumbo de lo que significa ser masculino y femenino. En esta contingencia es como llegamos al actual ejercicio de la masculinidad, que desprovista ya de los asideros tradicionales, debe configurase a partir de nuevos paradigmas que partan no de la oposición a lo femenino sino en relación con lo femenino.

[1] EL PAÍS, sábado 31 de mayo de 2008, Número 11309, Año 33.
[2] Cfr. Víctor J. Seidler, La sinrazón masculina. Masculinidad y teoría social. Paidós-UNAM, México, 2000.
[3] Persona que tiene bondad desde el punto de vista moral, consigna el Diccionario de uso del español de América y España.

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