viernes, 6 de junio de 2008

LA OPERATIVIDAD DE LA MASCULINIDAD 4

LA OPERATIVIDAD DE LA MASCULINIDAD

La masculinidad, como la feminidad entonces, se lleva a cabo en el intercambio de acciones de uno y otro género en situaciones varias y en contextos distintos que van desde el orden personal, afectivo, laboral, entre otros, lo que supone una constante lucha de poder. El enfrentamiento de los sexos, que deviene una crisis que si bien, no paraliza la comunicación entre ambos, si la obstaculiza. En consecuencia, los varones tenemos que buscar los procedimientos que nos permitan recuperar la autoridad (el poder) y la autoestima torpedeada en la confrontación con ellas.
Una de las formas más comunes empleadas por los varones para recuperar o mantener el poder es ejercer la fuerza. Y como se parte del supuesto que la verdadera masculinidad surge de los cuerpos de los hombres, se cree que somos proclives a la violencia en sus diversas manifestaciones, y que por ello, los varones no estamos capacitados para manifestar afectividad, solicitar ayuda en situaciones concretas, cooperar en las tareas del hogar, convivir con individuos que ejercen formas de sexualidad no heterosexual ni asumir actitudes que parezcan “feminizadas” ni negociar el ejercicio de la autoridad.
De ahí que para reeducar a los hombres (previa deseducación de la idea errada de que masculino es igual a violento), es necesario que se comprenda la relación que guarda el cuerpo de los varones y su masculinidad. La masculinidad, entendida así, se definiría como yo soy masculino porque soy hombre y porque lo soy, soy violento. Pero los cerebros no están diseñados para producir la violencia; pues no existe evidencia científica que afirme que el cerebro de los varones contenga en sí mismo el germen de la violencia. Si algunos hombres somos violentos es porque (las más de las veces) elegimos actuar así, con independencia de que existan agravantes que “expliquen” tal comportamiento. Porque se ha reproducido la idea de que una manifestación de la masculinidad (rol de género
[1]) es el conducirse de manera desapacible y temeraria ante los demás. Pero al evidenciarse que tal conducta es resultado de una “educación” tradicionalista que justifica los hechos violentos o más grave aún, de una volición (el deseo de hacer ostensible el poder y la fuerza), no se sostiene la sinonimia establecida, a partir de la práctica cotidiana, entre masculinidad y ejercicio de la fuerza; según Conell “…una masculinidad específica se constituye en relación con otras masculinidades y con la estructura total de las relaciones organizadas con base en el género” (:213)[2]. Así mismo, señala que las relaciones sociales de la masculinidad se construyen desde la hegemonía, la subordinación, la complicidad y la marginación (:122), las cuales explico a continuación:
a) Hegemonía. La masculinidad denominada hegemónica se caracteriza por ser la configuración de la práctica de género que incorpora la respuesta social aceptada, en un momento específico, al proceso de la legitimidad del patriarcado lo que garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres (yo te protejo, luego, tú me perteneces) y de otros hombres menos fuertes.
b) Subordinación. Una función de la masculinidad es la de dominar, mantener sometido a otras personas y siempre desde una posición de superioridad que se haga explícita en quienes oprime.
c) Complicidad. Si la masculinidad se evidencia en el ejercicio del poder, algunas veces éste debe ser “repartido” con otros varones para mantenerlo. La negociación de la hegemonía le permite seguir siendo poderoso.
d) Marginación. Ésta función de la masculinidad se ejerce como una forma de autoridad de los hombres a partir de saberse dentro del grupo dominante, lo cual conlleva prácticas y discursos de exclusión manifestados por la masculinidad hegemónica hacia todo aquello que considera ajeno al “círculo de poder”.
Si comenzamos a reformular cómo debe ejercitarse la (nueva) masculinidad, disminuiremos la incertidumbre que agobia y agota a muchos varones que dubitan sobre cómo deben manifestar todo aquello que los hace masculinos. Llegados a este punto propongo el término ‘correlaciones’
[3].
Los hombres no solamente estamos en contacto con las mujeres sino que también convivimos con otros varones y consigo mismo. Dicho de otro modo los hombres establecemos relaciones de simetría (más que de oposición) con las mujeres, de reflexión (comunicación interpersonal) y transitivas (con otras personas de distinto sexo y género). Al cumplimiento de estas tres propiedades en el discurso matemático se le denomina “relación de equivalencia”
[4]. Y ésta sólo se establece a partir de la relación que un elemento a de un conjunto A mantiene con otro elemento, pongamos b del mismo conjunto. Explico:
Cuando establecemos una relación en un conjunto A puede analizarse estas propiedades:
a) Propiedad reflexiva: se estable si cada elemento a pertenece A está relacionado consigo mismo: a
La relación “tiene la misma letra inicial de” es reflexiva. Ejemplo.
Juan tiene la misma letra inicial de Juan. Milena tiene la misma letra inicial de Milena.
b) Propiedad simétrica: una relación de simetría se cumple cada vez que a está relacionada con b, entonces b está relacionada con a: a b
La relación “tiene la misma letra inicial de” es simétrica. Ejemplo.
Si Ana tiene la misma letra inicial de Alicia, entonces Alicia tiene la misma letra inicial de Ana.
c) Propiedad transitiva: si un elemento a está relacionado con b y b está relacionado con c, entonces a está relacionado con c: a b
c
La relación “tiene la misma letra inicial de” es transitiva. Ejemplo:
Si José tiene la misma letra inicial de Jesús, y Jesús tiene la misma letra inicial de Juan, entonces José tiene la misma letra inicial de Juan.
Haciendo una extrapolación del discurso matemático al plano social podríamos establecer la relación “ejerce el poder” entre elementos de un mismo conjunto (en este caso la sociedad) y obtendríamos los siguientes resultados:
a) Un hombre ejerce el poder sobre un hombre (sí mismo). Propiedad reflexiva.
b) Un hombre ejerce el poder sobre una mujer, entonces una mujer ejerce el poder sobre un hombre. Propiedad simétrica.
c) Un hombre ejerce el poder sobre otro hombre, y este otro hombre ejerce el poder sobre un tercer hombre, entonces el tercer hombre ejerce el poder sobre el primer hombre. Propiedad transitiva.
Dado que la relación en un conjunto determinado, en este caso, el ejercicio del poder, cumple con la propiedad reflexiva, simétrica y transitiva es posible afirmar que se ha establecido una “relación de equivalencia”. Equivalencia, no simetría
[5]. Lo anterior nos plantea cuestionarnos si la equidad de género[6] no es una utopía, un estado inalcanzable en las relaciones sociales entre mujeres y hombres. Sin embargo, si fomentamos que entre ambos sexos se establezcan “relaciones de equivalencia”, de cierta manera estaremos construyendo la igualdad entre los géneros, toda vez que dicha condición de equilibrio permitiría el encuentro comunicativo (no la confrontación, sí el intercambio) entre unas y otros.
De modo que la realización de la mayoría de las actividades sociales, tendrían que llevarse a cabo considerando las capacidades, aptitudes e intereses de los individuos implicados y no en función de lo que se ha determinado debe cumplir cada sexo. Por ello es preciso desmontar los antiguos esquemas anquilosados del ser y hacer de las personas que se conducen creyendo que así como actúan cumplen con la función que su identidad y el rol de género les exige. Dicha tarea le corresponde, en gran medida, a las instituciones que poseen una resonancia mayor en el ámbito público, como es el caso de la escuela, por citar un ejemplo
[7].
[1] Identidad de rol de género: grado en que la persona cree haberse ajustado a su rol de género, es decir, la medida en que la persona considera que su comportamiento se ajusta al estándar que opera en su cultura y que determina cómo debe ser el comportamiento masculino o femenino. Cfr. Esperanza Busch et al, Historia de la misoginia, Anthropos, Universitat de les Illes Balears, Palma de Mallorca, 1999.
[2] Género: género es el conjunto de ideas sobre la diferencia sexual que atribuye características “femeninas” y “masculinas” a cada sexo, a sus actividades y conductas, y las esferas de la vida. Cfr. César Ricardo Azamar Cruz, Los procesos de mejoramiento y de degradación en La cresta de Ilión de Cristina Rivera Garza Una propuesta de lectura desde los estudios de género. Tesis (inédita). Mientras que la identidad de género se adquiere en la infancia, cuando se accede al lenguaje y previamente al reconocimiento de la diferencia sexual anatómica. Cfr. Marta Lamas, El género. La construcción cultural de la diferencia sexual, UNAM, 2003. Y el papel de género, Es el tipo de comportamiento que tendrán los y las integrantes de una sociedad dependiendo de los parámetros que ésta dicte. Cfr. R. W. Conell, Masculinidades, UNAM, México, 2003.




[3] Es la relación de tipo estadístico entre varios datos, por ejemplo: entre la cantidad de lluvia, temperatura y cantidad de cosecha. La correlación no permite ninguna afirmación acerca del origen y del efecto. Cfr. Diccionarios Rioduero. Matemáticas, Ediciones Rioduero, Madrid, 1980.
[4] Cfr. Nelson Londoño y Hernando Bedoya: Matemática progresiva, tomo 2, Norma Editorial, Bogotá, 1990.
[5] En general, construcción espacial en partes simétricas; en otro sentido, también la regularidad de las partes de una totalidad. Cfr. Diccionarios Rioduero. Matemáticas, Ediciones Rioduero, Madrid, 1980. Existen dos tipos de simetría: Simetría central (o simetría respecto a un punto) y Simetría axial (o simetría respecto a un eje). Cabe señalar, que en las relaciones entre hombres y mujeres no es posible la simetría en el sentido matemático del término, ya que ambos sexos más que piezas opuestas son elementos complementarios. De lo que se infiere que tal simetría tampoco es deseable, puesto que implicaría la anulación de un género u otro.
[6] Por equidad entre dos partes se entiende la situación en la que ninguna de ellas resulta favorecida de manera injusta en perjuicio de la otra. La equidad entre mujeres y hombres, además de que significa alcanzar igualdad en el acceso a las oportunidades, implica relaciones de respeto y consideración mutuos. Cfr. Dávila Arturo Kempch (comp.): Equidad de género. Por una vida más en equilibrio, Editorial Cartón, México, 2007.
[7] La escuela junto con la familia y los medios de comunicación, son las instituciones que mayor responsabilidad tienen en la transmisión de modelos sexistas. Cfr. Miguel Ángel Santos Guerra: El harem pedagógico. Perspectivas de género en la organización escolar, GRAO, Barcelona, 2000.

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