miércoles, 25 de junio de 2008

DE POLLAS, CUERVOS Y OTRAS PLUMAS TRAIDORAS...

Se pierde en mi memoria el día que escuché que al benefactor le gusta saberse agradecido, creo que era alusivo al actuar de Dios, que siendo toda bondad y gratuidad, ve bien a quien le agradece sus favores. Con toda la discusión teológica que tal afirmación pueda traer consigo, lo cierto es que con el paso del tiempo he descubierto (y así lo he mantenido siempre), que con independeencia de lo que piense quien recibe un bien -de la naturaleza que sea- está obligado a volverse y dar las gracias a quien le ha auxiliado, y en esto nada hay de cristiano sino de gente bien educada. Aclaro, dicha persona está en el deber de decir gracias, no el de de vivir eternamente agradecido. Lo primero es ético, lo segundo chantaje vil.
Pero ahora que las calles de las ciudades están copadas de gente presurosa, cenutria, egoista, de seres que buscan primordialmente su satisfacción ( a cualquier precio, bufan ufanos), se ha extendido la insana costumbre de pedir, tomar, exigir, arrebatar ayuda sin que medie una palabra de gratitud. A las personas se les ha olvidado que a la acción de una solicitud satisfecha corresponde la reacción de mostrarse agradecida; y no adoptar la actitud desdeñosa (desde que lo vulgar se ha vuelto chic esta es la ley) de quienes asumen tal hecho con expresiones como "era su obligación", "yo no se lo pedí", "fue su decisión", " a quien le dan pan que llore", "para qué es pendejo", "agradecido debe estar que acepté su ayuda" y una lista infinita de sandeces que muchos hemos padecido. La bruticie está a la alza a la par del Euríbor.
Ejemplos de personas ingratas están al alcance de cualquier mirada. El título de este texto es ejemplo palapable de lo que quien esto escribe ha vivido recientemente. Jóvenes que ocuparon un lugar especial en mi horizonte de afectos, a quienes se les brindó la oportunidad de ser mejores, de crecer, superarse a través de la disciplina y el estudio, yacen ahora en el rincón del olvido deseado, bajo el peso del nick que aniquiló sus nombres. Pienso, dolorosamente, en aquellos que pierden o nunca tienen la ocasión de prolongar con sus acciones y actitudes una pequeña ayuda o un mínimo favor a los demás.
Tienen razón los entendidos de las causas que tienen al planeta en crisis, el principal problema del mundo no es económico ni político ni social sino moral. Al desdeñar al otro sólo porque no se nos parece (que si así fuera no sería otredad sino el yo mismo), la humanidad achica en el pozo de su indiferencia y haber qué haremos con una legión de indeferenciados igualitos todos, jodidos, inermes...
Huelga decir que redacto estas líneas basado en mi propia experiencia; quizás otros han tenido mejor suerte y unos más siguen empeñados en defender la causa común pese a recibir un aluvión constante de ingratitudes. Yo negado a instalarme en ogro o en mártir, solamente refiero que ningún malagradecido se merece el premio de ver cerradas las puertas de nuestra generosidad -humanidad- a otras personas, porque si ya les dimos mucho, actuar de otro modo -mezquino como aquellos- sería darles todo definitivamente y no se lo merecen.
Dicen que la invención de la cocina nos separó de las bestias, otros más que es la música es la que nos distingue del reino animal; yo pienso, y así me conduzco, que lo que nos hace humanos es la capacidad de reconocer en el otro la misma dignidad que en uno mismo. ¿Lo entenderán los plumíferos?Gracias.

1 comentario:

David dijo...

Cría cuervos y te sacarán los ojos. Estoy de acuerdo con tu escrito. Sin más que decir, me retiro. Un saludo cordial