martes, 17 de junio de 2008

LAS CEREZAS TAMBIÉN SON FRUTOS PROHIBIDOS

Tu beso sigue ahí, intacto, donde lo pusiste.

La historia empezó en un sitio para tomar café. O antes. Comienza en un día de mayo que se oxida en la memoria. Fue el sabor de la cereza lo que te trajo aquí. Diez días después de aquel encuentro apareciste detrás de la puerta de mi guarida. Tenías todo el encanto de un macho joven contenido en la breve claridad de tus ojos. Habías disfrutado el sabor de la guinda y venías por más: quiero todo. Tu convicción sólo evidenció tus dudas. Pero no temblabas ni tu cuerpo desprendía cuentas de sudor. Habituado a representarte a ti mismo, en esta última actuación te mostrabas sobresaliente.

Brindamos con vino. La primera vez fue con vodka. La segunda con cerveza. Esta ocasión tenía que ser diferente. Aún ignoraba que resultaría ser eso que llaman especial. Aspiraste el aroma del tinto. Cataste su sabor. Luego su cuerpo fue cayendo dentro del tuyo ocasionándote un éxtasis que no supiste nombrar. Quiero más, insististe, convencido de que dominabas el área que atacabas. ¿Temblaba yo? Cuando se ha abandonado el hábito de la cacería termina por olvidarse porqué quiere atraparse a la víctima. Frente a mí, era innecesario camuflarme o disparar a traición. Si la presa no hace el intento de huir pierde sentido intentar darle alcance. Pero tú insistías en quemar tu cuerpo en la mansa llama del mío. Que fuera tu incendio el que nos abrasara y no la combustión de ambos. Te miré. Respirabas con el ritmo que lo hacen aquellos que están a un paso del abismo.

El segundo trago lo disfrutaste más. Y me perdí en la proximidad de tus manos. Estaban frías. El diapasón del deseo alcanzó su máximo registro. No tengo cerezas. La disculpa iba implícita. El reemplazo del fruto fue mejor. Cerraste los ojos para sumergirte en el recuento de sensaciones que cercaban tu cuerpo. Un tsunami de chocolate anegaba tu boca. Largo fue el recorrido de tu lengua bordeando el contorno de un beso. Largo. Lo supe porque el tiempo aceleraba su velocidad de fuga. Otro trago. Y el sabor de la cepa se sumó al de tus labios. ¿Quién te aleccionó para besar de esta forma? Terciopelo grana.

Tus manos se engraparon en mi espalda y me urgieron a emprender el ritual de la cacería. Ningún temblor tuyo. Ningún titubeo. Estoy decidido. La atmósfera vespertina empezó a llenarse de partículas restantes de un sueño tantas veces recreado. El sueño que te trajo a mí. Estabas suspendido en el calor que emanaba de mis manos. Antes, seducido. Fascinado. Habías vuelto transportado por los rieles de un orgasmo a medio conquistar. Venías con el fantasma del sabor de la cereza embarrancado en tus labios. Necesitabas certezas. Desintoxicarte de la entropía que arrastraba tu cuerpo voluntariamente hasta mi cama. Salida, próximo retorno. Seguimos de largo. Las bocas colisionaban. Mi lengua emprendió la conquista de la plaza virgen. Asediado por ti mismo. Sitiado por mí. La elongación de tu gemido iba in crescendo. La realidad del sueño (el tuyo) estaba siendo desplazada por una realidad nítida, tangible, ansiada.

Puedo resistir el dolor porque el placer que le sigue es mayor. Dijiste. Pero cuando te alcanzó mi saeta tu verso lastimero interrumpió el silencio. Breve. Pausado. La intensidad del orgasmo tendió hacia el infinito huyendo del área bajo la curva que formaban nuestros cuerpos.

Tres horas después, dentro de la copa de vino el sabor se había acentuado y tu boca advirtió la metamorfosis del cuerpo. En tus ojos cabía la dimensión un Nuevo Mundo, mientras la culpa la acechaba detrás como un gato de monte. Antes del anochecer te arrastraría hasta el fondo del remordimiento. En mis manos aún humeaban los restos de tu entrega. El vino olía a ti. Te recordaba desnudo mientras volvías a disfrazar tu cuerpo de macho comprometido con su papel social. Sobreactuado. ¿Habías conseguido tu objetivo?

Luego te fuiste. Seguía abrazándote cuando el agua de la ducha te lavaba de mi cuerpo. Sabía que no te habías ido porque el sabor de la cereza aún pervivía en mi piel. Supongo que en la tuya también se han quedado como imanes fragmentos de mí. Especulo con el largo silencio que ha seguido a tu partida: ¿volverás? Enunció una ecuación y me pierdo en el recuerdo.

No hay comentarios.: