viernes, 6 de junio de 2008

LA OPERATVIDAD DE LA MASCULINIDAD 3

MASCULINIDADES EN ACCIÓN

La tipificación del ideal de comportamiento masculino o femenino es abstracta pero está normativizada hasta el estereotipo, generándose así los estereotipos de los roles masculino y femenino. De manera que para ser considerados dentro de uno u otro papel social hay que “actuar” en consecuencia con esa etiqueta que se nos ha asignado. Y como lo hemos señalado, en todas las sociedades las diferencias biológicas han servido de base para la asignación de roles de género, considerando que el sexo biológico establece la presencia de unas determinadas pautas de comportamiento, que van mucho más allá de los roles sexuales propiamente dichos
[1]. Pero dicha rigidez no es tal y los papeles varían en función de la cultura y a través del tiempo.
Estas diferencias se hacen manifiestas en los estadios de socialización, entendiendo por ésta, el proceso por el cual las personas aprenden y hacen suyas las pautas de comportamiento de su entorno sociocultural. De modo que los varones vamos aprendiendo a lo largo de la vida actitudes y herramientas que contribuyen a forjar nuestra autonomía y para progresar en el ámbito público; en tanto que a las mujeres se les educa para asumir la subordinación y su lugar en el ámbito privado. Gloria Poal lo explica así:
El proceso de socialización de los varones:
1. reprime la esfera afectiva
2. potencia libertades, talentos y ambiciones diversos que faciliten la autopromoción
3. fomenta mucho estímulo, poca protección
4. orienta hacia la acción, lo exterior, lo macrosocial
5. mueve hacia la independencia
6. valora el trabajo, se les inculca como una obligación prioritaria y definitoria de su condición.
En tanto que el proceso de socialización de las mujeres:
1. estimula la esfera afectiva
2. reprime libertades, talentos y condiciones
3. fomenta poco estímulo, mucha protección
4. orienta hacia la intimidad, lo interior, lo microsocial
5. promueve la dependencia
6. el trabajo no es una obligación para ellas (citada por Bosh: 124-125).

Dicha dicotomía plantea las relaciones entre mujeres y hombres como una balanza equilibrada que permite el desarrollo de los potenciales humanos con total armonía, determinando que no existe causa alguna para modificar tal orden social. Es por eso, que la ruptura de dicho esquema se considera una trasgresión (en tanto que se falta a lo establecido) no sólo al ejercicio de los papeles sociales sino a la identidad de rol de género (piensan muchos que el individuo infractor no está a gusto con su género) y al rol de género mismo, inclusive. Tal osadía se paga con la exclusión del grupo social (y sexual) de quien ha cometido la falta y con la acusación permanente de haber afrentado lo que los demás consideran su naturaleza. Pues a la mayoría de las personas les parece normal que si se nace hombre se actúe como tal y lo mismo se espera si se nace mujer, que actúe femeninamente. Y ejercer dichos papeles implica sumisión a las mujeres, apropiación de su cuerpo (y todo lo demás, en tanto que se considera, desde la masculinidad más recalcitrante que éste es un derecho natural de los hombres), ya que la violencia se percibe como legítima (siempre y cuando la ejerza el varón) porque permite el mantenimiento del orden doméstico o exterior
[2]. La sumisión de las mujeres a la voz masculina queda justificada porque al tomar posesión del cuerpo femenino marcamos un territorio material que nos hace poderosos ante otros hombres; porque como cita Hèritier: “el honor masculino reside en la virtud de las mujeres de la familia” (:77). También, porque al no poseer los varones la capacidad de pregnancia, la única manera que tiene de contrarrestar esta limitación es enunciar con énfasis, que el embarazo no se produce sin la participación activa (el esperma) del hombre.

[1] Rol sexual: comportamientos determinados por el sexo biológico de la persona, incluyendo menstruación, embarazo y lactancia en caso de las mujeres.
Rol de género: conjunto de expectativas, prescripciones y estándares sobre los comportamientos sociales que se consideran propios de las personas en función de su sexo biológico, actitudes, percepciones, afectividades, entre otros. Cfr. Busch, op. Cit.

[2] Hèritier considera que: “…el ejercicio de la violencia por parte de la mujer es como la última trasgresión de la frontera entre los sexos” (:77). Masculino/femenino II, Disolver la jerarquía, FCE, Buenos Aires, 2007.

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