jueves, 19 de junio de 2008

¿AL DIABLO LA UTOPÍA?

Culmina un ciclo escolar más (2007-2008) y los resultados obtenidos por el estudiantado (la estadística que resulta de sumar 10 y restar 5 de manera subjetiva; qué se le hace) no son como para celebrar el arribo del verano. Mirar tales hechos con objetividad, si esto acaso es posible, implica hacerlo con un tufo catastrófico y pesimista; al plan de estudios, ya de suyo deficiente, perfectible, claro está (siempre y cuando haya voluntad de las partes involucradas), hay que agregar que la mayoría del alumnado no manifiesta una actitud favorable para aprender, compartir y crear nuevos conocimientos; la masa docente, la más de las veces, se mueve dispersa, aletargada, bracea en espiral en caída libre. La institución parece que no se mueve o que lo hace beyondeada con destino incierto. La otra manera de encarar esto es con cínico optimismo pensando que se acabaron las clases (no el trabajo administrativo) y a descansar de las tribus entusiastas para todo (cuando los hay) menos para trabajar. Lo que se hizo bien qué bueno u lo que no ¡ni modo! C’est la vie. Cierre perfecto.

Y pensar (saber) que es la educación –la enseñanza y las familias- la que puede hacernos auténticamente libres y por tanto felices; no habría legiones de fanáticos o falsos profetas promocionándonos su Dios, ni tendríamos que padecer fatwas ni anatemas; quedarían obsoletas muchas leyes que ahora se imponen ante la falta de sentido común. El planeta no estaría al filo del colapso, no habría hambre. Injusticia y pobreza serían vocablos para nombrar el Apocalipsis y no realidades cotidianas. No habría contrabando ni piratería, corrupción, guerras. Sería cierto que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Otro universo sí sería factible. Pero falta voluntad, no hay compromiso, los esfuerzos de unos son superados por la apatía de otros más numerosos y con poder. Escasea la idea de responsabilidad; la ética, a la baja.

Los economistas del Consenso de Copenhague (se desarrolla cada cuatro años y lo patrocina el Ministerios de Asuntos Exteriores en Dinamarca) han señalado la lista de los 10 primeros objetivos urgentes que hay que alcanzar para no sucumbir como especie*.

El número uno consiste en suministrar vitamina A y zinc a 140 millones de niños malnutridos en el mundo, lo cual costaría sólo 60 millones de dólares al año. ¿Alguno de ustedes sabe cuánto es la ganancia del comercio de armas? El segundo punto sería abrir las fronteras (comerciales, geográficas, psicológicas) para que los países pobres puedan comercializar sus productos en igualdad de circunstancias que los estados ricos; si es así de sencillo, a cumplir pues la Agenda de Doha para el Desarrollo (y no pura cumbre, fotito incluida y nada de resultados); esto es, hacer real la globalización. Lo que permitiría erradicar la malnutrición y la miseria extrema. Pero resulta que la principal razón para que esto no ocurra es de carácter económico más que político. Con ello creo que queda dicho todo. O buena parte. Al diablo la utopía. Welcome a la vida diaria.

Un economista inglés, Fritz Schumacher, afirmó hace tres décadas que “no existe un problema económico, lo que existe es un problema moral”. Y Rolando Araya (El camino del socialismo cuántico) agrega: “En realidad el hambre es un problema político, fruto de la organización económica del mundo y no un problema técnico”. Lo que se concluye de ambas frases es que no hay determinación para modificar el curso que sigue la dinámica de nuestro día a día. Y no existe tal porque hemos caído en un egoísmo rampante que ignoro si tiene precedentes en la historia de la humanidad.

Uno de los pilares del problema, insisto, es la educación. Si ésta no es de calidad, y no me refiero a la acumulación de conocimientos ni a las ya tan famosas competencias que los individuos deben alcanzar dentro de las aulas; se trata de una convicción que debe surgir de uno mismo o quizá motivado por la conducta de los otros. Desde luego, dicha actuación debe ser ética. Y aquí tuerce el rabo la burra. ¿Quién quiere ser ético en una época donde lo virtuoso es sinónimo de pendejismo y lo anti-todo es glam? La respuesta, ergo el compromiso, está en la decisión de cada persona, en su capacidad de razonar y obrar en consecuencia. Si alguien se atreve, avíseme, por favor.
* Para mayor información véase

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