sábado, 27 de julio de 2013

A MI PADRE

Me gusta esa belleza que hay en el dolor; la fortaleza que puede emanar de la fragilidad y el desamparo: la vida en sí. Esperar y resistir.
r.a.

Quien ha vivido como ha querido, más que como ha debido vivir, tiene un desenlace vital digno de su transcurrir (ser y des/hacer) por este mundo. La agonía, la muerte esquiva que se aleja y se aproxima para torturar a quien yace agonizante y a los suyos, no tiene lugar en quienes asumieron la vida como una fiesta que comienza y culmina en algún momento. Este tipo de personas muere, literalmente, en paz. Son seres que se van durante el sueño, si acaso sin queja alguna, quizás agradecidos de haber vivido un día más sin imaginar (o quizá porque lo intuyen se abandonan a la placidez del descanso), que abrirán sus ojos en otra dimensión en la que, quienes nos quedamos acá, ya no les veremos ni podremos abrazarles ni decirles ni escuchar ninguna palabra.

Así se fue mi padre: sin hacer ruido, sin ocasionar mayores molestias, sin causarse lástima, sin renegar de la vida, tal vez con menos algarabía como la que debió suponer su nacimiento (en la Cuenca), sin despedirse; de madrugada; cerca del mar. Durmiendo partió y así cesó el dolor –literal– que lo asoló durante gran parte de su vida. Dolores que, decía él, lo hacían sentirse vivo. Partió (sin regreso) al alba como solía hacerlo cada día. Fiel a sí mismo cumplió su recorrido sin renegar de los muchos males que le procuró la vida, quizá porque también ésta fue generosa con él. Quienes lo conocieron dan cuenta de un hombre contento, festivo, de cuya boca no escapó la queja y sí la risa a raudales, la picardía, la esperanza, el orgullo que manifestó por los logros de su descendencia. Fue un hombre íntegro y generoso que abrazó las causas sociales más complejas en tanto que simples, sin procurarse un beneficio propio más allá de la satisfacción del deber cumplido. Él creía en el civismo, eso, que lamentaba, se había perdido.

Me cuesta tanto escribir sobre él, ausente como está, ido sin posibilidad de retorno, y hacerlo en un tiempo que no consigo aprehender, porque mi propia vivencia temporal se haya desencajada de toda sincronía que conozco. Me abrazo a girones de tiempos (hace unos días, la semana pasada, el mes anterior) para no naufragar en un mar de segundos que se me escapan de todo registro, como si fuera en pos de él que habita ya un tiempo sin dimensiones y un lugar anclado ya para siempre.

Escribir (me) duele. Sobre todo, porque ya en otro momento fue la escritura la que me permitió templar mi pena y aceptar, no sin recelos, la pérdida irreversible que afrontaba. Aquella vez como ahora, me asumo imposibilitado para verbalizar el estado de indefensión en que me siento. O en el que no me reconozco. Porque tras saber la noticia de su muerte, mi entendimiento entró en una órbita en la que quedaba excluida temporalmente la realidad. También yo. Fuera de mí: desconsolado.

Vivir el desconsuelo, con todo lo que evoca de "dolor que no tiene alivio", de desolación que desbasta la vida personal y colectiva, material, sensorial y subjetiva (León, 2012:8), es sentir que uno des/vive en un cuerpo que no es propio, porque súbitamente ha quedado irreconocible, ajeno. Por ello las omisiones y los actos, los silencios y los lloros,… parece que los hace otro. Un otro ajeno al yo-propio del que hemos sido desapropiados por el shock de la noticia. Separado de mí, fui un fantasma deambulando en busca de mi cuerpo y de todo aquello que me hace saberme/sentirme/reconocerme mío.

Repetí su nombre (elegido como contraseña en un proceso electrónico realizado dos semanas atrás), como si se tratara de un silabario, y ahí, en el sonido (imagen acústica repentinamente nítida) de su nombre me encontré. El tequila que lloraba por mi garganta y las escasas lágrimas que escurrían por mi cara consiguieron pegar ese yo hasta unos minutos antes escindido, fragmentado. Arrojado de golpe a la mesa del bar me re/conocí huérfano. Mío sin una parte de mí a la que pertenecía y que de pronto ya no más era suya. Mi padre estaba muerto y lo estaba en la totalidad de la significación (siempre relativa, siempre subjetiva) de la palabra muerte. Ido para siempre de la realidad compartida.

“Ahora sí la orfandad se ha instalado en mí. No me quejo, así es la vida. Sólo que darme cuenta de ello, así, tan de repente, me arroja a la jodidez. Tener un padre da cierta seguridad, aunque no esté cerca. Ahuyenta el temor natural a ciertas cosas. Una vez muerto, la realidad (la seguridad) pierde su marco de referencia (su vigencia). Cambia algo. La orfandad se mete en los huesos (orfaosteoporosis). Nada es igual. Menuda revelación. Llorar no cambia nada, pero ayuda. Cuando es posible llorar. Y sin abuela (que partió hace ya muchos años) y sin padre la vida se descuadra (más). Ni modo: toca amachinar y a darle. Ni condolencias ni rezos varían la realidad: la soledad es tal aunque se accesorice. Lo re-sé ahora. Lloro de pura inercia porque no puedo hacerlo de manera natural. La orfandad es puntual: hiere y acompaña. Resisto”.

A vodkazos el llanto surgió con pausas. Un llorar a cuenta gotas como si estuviera aprendiendo a hacerlo. Titubeante. En la soledad fue posible abrazarme al duelo que no conseguía vivir, aplazado por los compromisos que debí cumplir justo cuando el cuerpo de mi padre, yacía tendido-velado-llorado-recordado, pero también celebrado. Fue un hombre feliz, un hombre-fiesta que no quería lágrimas ni quejas en su velorio (y sí mucha comida para quienes fueron a verlo). Ahora sé que las personas llegaron  de muchas partes para despedirlo. Seguro que también para rendirle sus respetos. Él que embarcado redondeó el mundo y me hizo saber lo que los libros de textos no dicen, con su carácter se echó a la mano (y ahora sabemos que también al corazón) a mucha gente.

No tendría que haber lugar para el llanto ni para la pena en su partida, pero su corazón que súbitamente dejó de latir, me ha generado de súbito también una enorme nostalgia por un lugar, una tiempo y una presencia que no serán más. Si acaso un bello recuerdo. O un mambo. O la camisa suya que ahora es mía y guardo celosamente en un lugar de mí, que es también suyo ya para siempre. DEP.



León, E., (2012) (Coord.): Virtudes y sentimientos sociales para enfrentar el desconsuelo, Sequitur-CRIM-UNAM, Madrid.

sábado, 6 de julio de 2013

ESPECTROS

DÍA DOS:

Otra vez soy un noctámbulo. Estoy feliz de regresar a mis andariegas nocturnidades; nadie me aguarda al final de la madrugada, no existe necesidad de dormir si no hay a quien abrazarse ni a quien besar. Lo de yacer anudado a un cuerpo es pretérito. En tu fuga arrastraste contigo aquello que creí que era de ambos. Ya sabrás qué hacer con el excedente. Vacío de ti y de lo que nos pertenecía, avanzo ligero…

I
Asaltas mi madrugada como un gato en celo: un maullido, un golpe en mi puerta y una fuga. Quizá tenga que acostumbrarme a estos episodios sorpresivos y desconectar de cualquier evento que me remita a tu presencia; porque evocarte es traerte ante a mí y precisamente lo que ya no deseo…

II
Esta historia terminó cuando tú decidiste largarte llevándote contigo los planes que teníamos en común... no me has dejado nada; así que a partir de esa nada estoy reconstruyendo mi vida. Tú sabrás qué hacer con la tuya... me sacaste abruptamente de tu existencia; me has dejado afuera. Ahora, a gusto, retomo el discurrir de mis días...

III
Fui para ti un vaso de agua que apagó tu sed. Simple. Tú para mí, un milagro primaveral en pleno otoño: la frescura de tu piel y el furor de tu cuerpo; la luminosidad de tu sonrisa; el Edén en pleno. Una suerte de cuerda (extra) al tic tac de un reloj que había ralentizado su paso. Una fiesta de pájaros en un erial que gimoteaba la lluvia. Un plus, un pilón, un bonus, la ñapa. Todo eso es ahora un recuerdo que me hace languidecer.

Sábado 6 de julio de 2013


viernes, 5 de julio de 2013

ESPECTROS

DÍA UNO:

Me doy cuenta de que he sido timado: no por ti, sino por mí, puesto que obvié la evidencia y me arriesgué a vivir la aventura… lo es toda vivencia que se corre sin guías ni brújulas, con mínimas certezas (si las hay), a lo loco.

I
Con las manos vacías, el cuerpo maltrecho, los ojos devenidos un puerto seco descubro que a tu lado viví una ficción. Necesaria y hermosa, sí, pero ficción. La realidad cae lentamente tirada por su peso.

II
Superado el shock empiezo a acomodarme nuevamente en mi cuerpo y en mi espacio. Al saber que te ibas me sentí expulsado de mí y de mi rutina. Ido, la cotidianidad se convirtió en extrañeza, ajenidad, exilio. Pasadas las horas me siento mejor. Me-sien-to. Un alivio. Habría sido insufrible quedarme solo: sin ti y estar sin mí.

III
Llueve. Me gusta que sea así. De este modo la tarde pierde su monotonía y me concentro en otras sensaciones que no sea la del sol abriéndome la piel. Te pienso (inevitablemente). Han llegado dos SMS tuyos que no responderé. ¿Para qué me escribes? Sabes que cualquier cosa dicha no tienen sentido ya…

IV
En días pasados te lamentabas mientras contabas el tiempo que faltaba para separarnos. Yo te decía que viviéramos sin pensar en ello para evitarnos sufrimientos innecesarios. Y luego, sin más, te fuiste. No me diste oportunidad de prepararme para tu adiós. Tal vez debí llorar a priori.

Viernes 5 de julio de 2013


ESPECTROS

DÍA CERO:

Me sobra oscuridad en esta noche en la que ya no estás ni volverás a estar. Te has ido como llegaste, por casualidad: viniste sin previo aviso, te has marchado sin decir adiós.

I
Ahora es necesario empezar a olvidarte; quiero decir, hacerme a la idea de que no ocuparás más los sitios que habitabas (tú que me habitabas); ya no más. Ahora el vacío es denso; una presión que se desploma sobre mí… el lugar común refiere que uno siente que muere… yo más bien me reencuentro vivo.

II
Ya no será el mar que proyectamos juntos previo a tu huida ni la noche abrazado a tu cuerpo; tu olor será la flor que se marchita a fuer de persistir en vano. La gramática de la negación se me ha instalado en el cuerpo: ya no, nunca más, imposible.

4 de julio de 2013