sábado, 17 de noviembre de 2018

AMAR EN LIBERTAD


"Es que llegaste tú, ángel errante..."

Amar en libertad sería un pleonasmo si no fuera porque aún es común que sea se asocie el primero (amor) con pertenencia y el segundo (libertad) con ajenidad, ergo, como un no-amor si aconteciese sin amarras. Es redundante, porque aún en estos tiempos (o precisamente porque se trata de estos tiempos), las relaciones afectivas suelen ser significadas como un encadenamiento que obliga a renunciar a la volición en aras de la complacencia casi absoluta (a eso se aspira) del otro (encadenante), lo que conlleva a asumirse, a veces sin darse cuenta, despojo, fragmento, sujeto desincorporado de sí, vivir a medias, emocionarse “a fuerza”, violentarse, renuncia de sí, devoración de silencios y hacer acopio de olvidos: des-vivirse.
Amar en libertad, sin embargo, no supone tampoco una vivencia afectiva irresponsable: nada supone más un ejercicio de responsabilidad (consigo y con el otro) que amar desde la convicción de que se ama a quien se ha conocido libremente y que se prefiere seguir amando en su condición de sujeto libre. Lo anterior obliga a repensar qué se entiende por la propia libertad, por la libertad del otro, por la libertad de ambos.
No hay amor sin confianza (que no “fe ciega”, dice el vulgo, pleonasmo de la ignorancia: cómo se puede amar a quien no se ve) que contribuya a afianzar la red de afectos que han propiciado la emergencia del amor y que mantendrán su existencia con el oportuno cuidado mutuo que los implicados hagan de ese entramado emocional que es también de pensamientos y acciones.
Al tratarse de una experiencia integral (quienes creen que sólo es emocional o meramente racional se engañan), es preciso desplegar delante de sí y del otro, los alcances y las limitaciones de aquello que se siente, sí; pero también se piensa, se resiente, se intuye, se teme, se vive con incertidumbre, se rechaza o se resiste, se re-incorpora.
Amar en libertad trae aparejado el compromiso de la transparencia (que no la confesión como hacen los ingenuos que, a manera de espías o feligrés, dan cuenta de cada detalle de sí hasta vaciarse todo y quedarse yermos, sin un secreto, sin un sueño, sin un antojo) que envuelve a los dos sin mezclarlos ni desdibujar los perímetros de cada implicado. Antes bien, esa transparencia permite mirarse mutuamente sin experimentar vergüenza, ajenos a cualquier reproche, sin tartamudear ni necesidad de esquivar la mirada o mentir.
Es esta vivencia del amor y de los afectos la que pocos han conocido, y no porque se trate de una fórmula secreta o un ascetismo o un don o una virtud, sino porque requiere una renovación de sí mediante el borramiento de las historias colectivas de amores pasionales, teñidos de celos, reclamos, secretos agobiantes, patologías, historias turbias, desamores sangrantes, ensueños contaminados y otras dinámicas fijadas en los cuerpos, ancladas en la psique, memorizadas en los discursos y reproducidas en los lenguajes varios que van conformando la historia de los sujetos.
Amar en libertad, entonces, empieza por des-obedecer. No responder más a los reclamos añejos de lo que se ha constituido (a veces, medianamente entendido) como vivencia del amor (romántico, cortés, pasional) y sí, ir en pos (obedecer) de aquello que se intuye es posible vivir de otra manera. Puesto que es posible amar y ser amado de otra manera.
Si aceptar el amor requiere valentía, vivirlo desde la libertad precisa inteligencia; ya las emociones que trae consigo el enamoramiento ayudarán a enfrentar los obstáculos que encara toda experiencia amorosa entre los sujetos (la distancia, las rutinas, los desencuentros, las diferencias, las manías). Amar en libertad no requiere, a diferencia del amor romántico, de heroicidad sino de humanidad: asumir que el otro es libre (como quien ama) y en esa libertad vivir(se) el acontecimiento del amor.

No hay comentarios.: