lunes, 22 de junio de 2009

Y MI NOMBRE EN UNA GOTA DE AGUA...

... es donde quisiera tenerlo ahora que la mierda del rumor, el infundio y la maledicencia de la gente puede acometer contra mi persona.
Es verdad que no es la primera vez que ocurre una situación así: alguien dice que hice o deshice, pronuncié o me desdije y su señalamiento, me pone en evidencia ante el sistema hegemónico en el que existimos, y me pone en jacque con miras a destruirme. Y sin duda también sé que es algo que seguirá sucediendo; pese a ello no me acostumbro y me niego a asumirme como perpetuo sospechoso:

En principio porque no tiene -no debería tener- validez la acusación que se hace tras la espalda del acusado; en segundo lugar, porque hay muchos y muchas a quienes les desagrado y no tienen otra manera de hacerme a un lado que difamándome; porque en un país en donde todo lo que no se parezca a lo establecido, siempre encontrará eco para desestabilizar, sea mi trabajo, mi persona o la percepción que la gente pueda tener de mí: contra una situación así, ya sé que jamás lograré ganar. No es que me haya acostumbrado, pero he tenido que pelear contra esos infundios (antes he pasado golpes, un asalto, heridas y muchas cosas más) y le repito, sé que seguirán.

Cuando un rumor se vierte así, al amparo de la sombra que brinda el sistema (laboral, escolar, institucional) el sujeto injuriado sólo puede optar por separarse de su puesto o cargo y con ello validar la acusación de quienes señalan; con lo que se interpreta como deshonrosa huída se legitima también el infundio, porque existe solidaridad para un cura pedófilo -con pruebas contundentes- pero no para un sujeto que hace su trabajo sin ceder a presiones de aprobar a quienes no logran alcanzar la promoción en el aula o en el centro de trabajo. Pero si uno contempla la posibilidad de retirarse es porque existe -mantengo- un compromiso de construir no de derribar ni de crear conflictos ni de avivar llamas; ser congruente tiene un precio. Y yo lo pago.
Denunciar es un recurso que much@s interpretan como aceptación de la injuria; una suerte de sí es verdad su señalamiento y por ello me defiendo. Falso. Yo denuncio porque nada tengo que ocultar ni existe situación de la cual deba avergonzarme. Echo de menos -de total falta- la ausencia de argumentos contra una situación inexistente y que se sostiene en el rumor, en el anonimato... Si yo fuera un tipo de esos y esas que viven en y para la corrupción (en mayúsculas) y encima son abundantes, no le daría la cara al mundo: tengo un alto sentido de lo ético (más que de lo moral, que es cambiante) y suelo ser congruente conmigo antes que con alguien más.

Lo grave no es lo que se dice ni lo que se calla sino que quien o quienes lo reproducen no lo hagan de frente y no aporten pruebas... que no necesitan. Insisto: una acusación que se legitima en la hegemonía de aquello que una sociedad considera normal y que ejerce sanciones contra lo que denoina anormal, no requiere de pruebas para manchar el nombre de alguien. Y con ello se conjuga en todos los tiempos la injusticia sobre el cuerpo: dañó, daña, dañará.
Como otras veces, estoy furioso porque me hallo impotente, quizás hasta estoy resignado a no pelear y permitir con ello que se valide el rumor; siento coraje porque encima de que se habla por debajo siempre termino por ser el último en darme cuenta.; por otra parte, jamás (que ocurriese sería un milagro cívico), recibo una restitución por el daño causado sobre mi dignidad por las acusaciones, siempre debo esperar a que sea el tiempo quien 'apague' el fuego.

Yo no puedo ni quiero cambiar mi forma de ser, actuar, de trabajar; y si existen personas quienes utilizan cualquier pretexto, fallo o declaración para sacarme del camino, puedo hacerme a un lado voluntariamente, pero esas personas seguirán existiendo, haciendo daño impunemente a otros cuerpos en aras de instaurar y mantener su estatus de sujetos honorables.

Es dificil pedir justicia en un caso así, es imposible creer que me crerán, que me dirán perdón, lo sentimos, fue un infundio... no es la primera vez que me acusan e insisto, no será la última... he aprendido a vivir con la lengua difamante cercándome constantemente. Por eso evito relacionarme con las personas más allá de un horario laboral o escolar: el diablo acecha como un león hambriento. He aprendido a no darle armas a quienes desean desaparecerme.

Aun con ello, existen muchos y muchas, que no pueden vivir sin evitar voltear a verme. Mi existencia funda escandalosamente la suya.




No hay comentarios.: