Mira a donde gustes. Hazlo detenidamente y presta atención a lo que observas y escuchas. Mira fijamente lo que te rodea. Están ahí pero como si no estuvieran. Son sólo materia. Cuerpos que hablan y se mueven. Gritan. Han perdido o renunciado poco a poco al ejercicio de pensar. No razonar es la nueva moda. Que lo hagan los amargados, los fracasados, los que nada tienen qué hacer. El resto que haga del ocio el reloj que marca las horas de los nuevos tiempos.
Hace unos meses la palabra cenutrio los definía, ahora, el concepto se ve rebasado o mi capacidad para nombrar esa realidad se ha agotado. Estoy harto. Las leyes que hasta hace poco explicaban el universo padecen una deflación (una sustancial caída de la inteligencia y del número de sujetos razonables) y ahora la distancia más próxima entre dos puntos es la estupidez. Simple geometría.
No es que antes la estupidez no hubiera estado ahí, si es universal, como el hidrógeno, sólo que era más discreta y se solía llevar con vergüenza, pero ahora ha salido del closet y aterra verla en todas partes. Las hordas oligofrénicas copan los espacios públicos (¿qué será de los privados?) y se asientan como la norma. Como un deber ser inevitable. No más un castigo sino un privilegio. Un estado aspiracional como dicen los tecnos. Un Nirvana ligh.
Mira con detenimiento y busca la salida más próxima porque a la par de la crisis y sus efectos, el mundo caerá en una recesión (y depresión) que será más dolorosa viviéndola entre tontos; ni siquiera el consuelo de la conversación tendremos. La mayoría, anclados frente al televisor que mantiene constante sus niveles de estupidez. Otro porcentaje, atrapado en el ruido que emiten sus audífonos. Muchos más, asnalizados cumpliendo su deber de existir en semiestado de coma. Punto y a parte. A mí me queda poca esperanza para vivir esquivando la epidemia. Esperanza. También a la deriva, en crisis, en riesgo de extinción.
Hace unos meses la palabra cenutrio los definía, ahora, el concepto se ve rebasado o mi capacidad para nombrar esa realidad se ha agotado. Estoy harto. Las leyes que hasta hace poco explicaban el universo padecen una deflación (una sustancial caída de la inteligencia y del número de sujetos razonables) y ahora la distancia más próxima entre dos puntos es la estupidez. Simple geometría.
No es que antes la estupidez no hubiera estado ahí, si es universal, como el hidrógeno, sólo que era más discreta y se solía llevar con vergüenza, pero ahora ha salido del closet y aterra verla en todas partes. Las hordas oligofrénicas copan los espacios públicos (¿qué será de los privados?) y se asientan como la norma. Como un deber ser inevitable. No más un castigo sino un privilegio. Un estado aspiracional como dicen los tecnos. Un Nirvana ligh.
Mira con detenimiento y busca la salida más próxima porque a la par de la crisis y sus efectos, el mundo caerá en una recesión (y depresión) que será más dolorosa viviéndola entre tontos; ni siquiera el consuelo de la conversación tendremos. La mayoría, anclados frente al televisor que mantiene constante sus niveles de estupidez. Otro porcentaje, atrapado en el ruido que emiten sus audífonos. Muchos más, asnalizados cumpliendo su deber de existir en semiestado de coma. Punto y a parte. A mí me queda poca esperanza para vivir esquivando la epidemia. Esperanza. También a la deriva, en crisis, en riesgo de extinción.
1 comentario:
Quizás, esta de moda ser estúpido, o ser despistado. No se puede hacer mucho con la poca educación sobre el análisis de contenido, pues muchas veces no se cuestiona ni siquiera la fuente de información de un periodico,menos aun se espera que se ponga entre parentesis los contenidos en la televisión.
Cuidate RCD, es un placer leerte.
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