viernes, 13 de julio de 2007

EL EQUILIBRIO PRECARIO

El pronóstico es devastador: todo tiende hacia el infinito entrópico; por mucho que nos esforcemos por mantener el orden, lo cierto es que lo único constante es el caos. Hacia el desorden natural es a donde se conducen todos los cuerpos. El equilibrio tan perseguido por místicos y racionalistas es una idea de quietud en la que la materia (y pongamos que también el espíritu) por un instante deja de moverse y experimenta la paz de un descanso metafórico.

No hay reposo absoluto sentencia la física. Y tal vez ello explica por qué los cuerpos nos desplazamos de un punto a otro cambiando de posición –a veces- brownianamente con la ilusión de que sabemos a dónde nos dirigimos.

La imposibilidad de la velocidad cero en el arte se llama “equilibrio precario”, lo cual entiendo como la búsqueda constante de esa superficie en la cual nuestra móvil existencia se perciba menos insegura y pueda afirmar que está en su territorio. Pero estamos insertos en espacios públicos que también nos rodean y que se desplazan a velocidades distintas, de suerte que el cuerpo siempre está limitado por los perímetros de otros cuerpos.

Cenizas a las cenizas es la aceptación (a regañadientes) del Todo contenido en la Nada y ésta dentro del Todo, que se despliega en la Nada y así sucesivamente de manera infinita. Si uno contuviera al otro de manera absoluta o definitiva se violarían elementales leyes de la termodinámica, con las que el hombre de ciencia se explica, el aparente des-orden que envuelve al mundo.

El amor es una entropía mayúscula, demanda demasiada energía a los amantes para no caer –con aceleración constante- en el desorden, la locura en este caso –si entendemos ésta como una forma de caos-. Sin embargo, es preferible este desgaste “útil” al vano esfuerzo que supone vivir el no-amor. Porque cualquiera sabe que el equilibrio no existe pero el caos infinito es sencillamente impensable, insufrible.

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