jueves, 14 de febrero de 2008

¡MANAS ARRIBA CONTRA LA HOMOFOBIA!

A las víctimas de la homofobia en todas sus sutiles manifestaciones.

Lo que más duele no es el golpe sino el no tener palabras con las cuales responder a la agresión. Cuando te gritan puto (con muchos signos de admiración, de repulsión) lo que sientes no es dolor sino rabia, una creciente rabia porque un peso volumétrico sella de pronto tu boca. No porque tengas miedo sino porque no existe –no encuentras- conceptos con los cuales sea posible agredir (responder al atentado) a un heterosexual, a no ser que emplees la misma que él te ha espetado y entonces te anotes un autogol.

Sé que la hegemonía machista se cree con el derecho de nombrar peyorativamente todo aquello que no quepa en el zurrón heterosexual –en su constreñido cerebro heterosexual-: primero grita, luego amenaza, después golpea, al final te mata, te anula para siempre, para mantener la preeminencia arrogada desde hace siglos.

Imagino que algo similar padecen las mujeres; ellas también tienen que lidiar con una suerte semejante –diferente a la vez- a la del puto (nunca serás nombrado homosexual; siempre puto, puto, puto): hacerse sordas al vasallaje verbal de los machos o exponerse a ser vilipendiadas si responden al insulto –le llaman piropo- con otro insulto; fingirse brutas ante un hombre disminuido intelectualmente so pena de ser anuladas socialmente, y así en general, una larga lista de vivencias que deben afrontar con sumisión cristiana. Con esto quiero decir, que en nuestra sociedad –analfabeta, obesa, diabética, embrutecida y dopada- basta con ser varón heterosexual para acceder al privilegio de agredir a los otros que no coincidan o se alineen a los puntos de vista de la mayoría, a quienes no militen con sus ideologías ni practiquen sus mismos prejuicios.

Y nadie, ninguna institución exige el cese y castigo a tantas hostilidades; no hay voz que denuncie este crimen cotidiano porque desafortunadamente, la mayoría de ellos coincide con la idea de que el homosexual es raro, dañino, perjudicial, anómalo, antinatural, aberrante, peligroso, abyecto –aunque quizás ignoren qué significa esta palabra- y por lo tanto no tiene que existir. O hacerlo sin hacer ruido, sin hacer alarde de su diferencia, sin aspirar a la luz multicromática de los reflectores del día a día. De las mujeres tienen un concepto diferente pero con consecuencias similares: existen para servir a los hombres.

Reducidos a fenómenos, unos; y a objetos, otras, la clase hegemónica heterosexista se escuda en su mayoría numérica –con todo y que las estadísticas demuestran lo contrario- para ejercer su violencia sistemática contra los raros, los que no valen más que ellos, y con esto debilitan las estructuras sociales que favorecerían una convivencia sana y armónica (¿qué sabe un buga de salud?). Basta con acusar diferencias al modelo sexista tradicional para ser etiquetado de puto. Y nadie, jamás, detendrá la agresión (recuerda, tú tienes la culpa). A nadie escandaliza que miles, millones de bocas se queden calladas por carecer de palabras con las cuales defenderse. La homofobia no duele sólo por los golpes; lastima porque implica tragarse mucho silencio. Demasiado.

Te llamaré puto y eso me da derecho a intentar destruirte. A veces lo logran a medias. Matan a un puto y celebran su victoria, su triste triunfo. Matan la mitad del puto que llevan dentro. Sin darse cuenta de que lo matan y de que lo llevan dentro. No entienden razones, no reflexionan, no son conscientes –nunca una bestia ha hecho filosofía-, del daño que causan, del daño que se causan. Son criminales con permiso para andar en la calle, para engendrar y maleducar hijos, dictar las pautas a seguir, señalar quién vive y quién debe dejar de existir. Morir porque se es puto, morir porque eres mujer, morir porque –según ellos- no eres hombre.

Cuando un heterosexual te ha hecho el favor de lanzarte al lugar de los apestados necesitarás mucha suerte para que tus jueces (heterosexistas también), te atiendan, te escuchen y te hagan justicia. Suerte. Mucha. De lo contrario el que te llamen (impunemente) puto, será sólo la antesala de tu injusta sepultura. Con todo, yo aún sueño, desde mi putería, con un mundo donde no seamos heterosexuales ni putos, sino mujeres y hombres, mejor aún, solamente personas.

1 comentario:

David dijo...

Ricardo; tratar de suprimir o minimizar al “otro”, dejarlo en un ESO, y olvidarse que es otro TU es aprte de la desagradable historia del hombre. El ejercicio del poder, donde el heterosexual parece ganar la batalla, pero tiene un ejército mediocre, alimentado con política y economía, que tarde o temprano se vendrá a bajo por el peso de la misma sociedad. Los nuevos pensamientos, descubrimientos y voces a favor de la evolución y en contra de la marginación se hace más presentes. Es cuestión de enseñar y educar a las nuevas generaciones que el hombre no es ciego, se hace. Un saludo cordial.