miércoles, 30 de abril de 2008

EDUCACIÓN ¿EN CRISIS?


En pleno Día de la Niñez, que así es como deberíamos decir si queremos que las niñas dejen de estar en la invisibilidad, que es donde se quedan cuando ufanos cacareamos feliz Día del Niño, ¿acaso la niña no existe?, pues a nombrar como es debido; dicho lo anterior, retomo mi presencia en la blogósfera.

En las últimas semanas me he enfrentado a una serie impresionante de situaciones casi surrealistas, todas ligadas con la educación de y en este paisito, que cuando se las quiere dar de culto y moderno, inventa una burocracia impresionante que la mismísima ex URRS la envidiaría. Nada en especial al respecto, dirán los que saben de esto. Resulta que talleres y reformas, exámenes y evaluaciones, estadísticas y palabrería de la loca ¿líder? del sindicato de maestros y maestras no sirven si nuestro sistema educativo no se replantea reformularse desde sus raíces. Finlandia (primer lugar en ciencias, comprensión lectora y habilidad matemática desde 2000) no se hizo en un día ni se mantiene por obra de Dios, que ni creen creo, y hacen bien. La fe -obcecada aunque sea pleonasmo- sólo entorpece el raciocinio de la humanidad; que no venga Ratzinger con que la Ilustración es el “verdadero pecado original” que jode a la humanidad ¿Así o más estúpido, pregunto?

Yo creo firmemente que una de las causas del creciente fracaso escolar empieza en la obligatoriedad de la educación. ¿Para qué envían los padres de familia a un espacio así a unas criaturas que no tienen interés en permanecer allí, no para aprender al menos? ¿Creerán las madres solas –por decisión, divorciadas, abandonadas, viudas- que si cumplen con este ritual sus descendientes les agradecerán ad perpetuam su buena voluntad, sus intenciones de que tuvieran un futuro mejor que el de ellas? ¿No actúan bajo el espíritu culpígena unos y otras? Diario enfrento a una legión de adolescentes y jóvenes que por ignorar lo elemental ni siquiera se dan cuenta de que su estancia activa dentro del aula es y les será útil en algún momento de sus ajetreadas vidas. No perciben eso. No son capaces de disentir de una opinión porque carecen de vocabulario y de sustancia con qué argumentar un punto de vista. Es más, a veces dudo que posean capacidad para generar una idea. ¿Exagerado? ¿Grosero? ¿Intolerante? Todo esto y más. Pero sólo quienes enfrentan esta realidad –no incluye a los que únicamente pasan lista o asisten para ocupar un lugar en el espacio –el escritorio- firman y se van-, saben que no exagero.

El alumnado de hoy –por situarnos en el presente- carece de voluntad hasta para decir no. Su expresión favorita -¿será la única que comprenden?- es “no sé”; cuando son más explícitos afirman: “no entiendo”. Más allá de estos dos vocablos sólo hay desolación, vacío, soledad, tedio o lo que ustedes deseen suponer. La masificación de la oferta educativa llevó obligadamente hasta las aulas a personas que no tienen nada qué hacer dentro; nada productivo quiero decir. Y después de todo, no se les debería tener ahí encerrados a la fuerza, porque es necesario que exista la masa analfabeta que hará trabajos pesados, denigrantes, tal vez; agotadores, muchas veces, por un sueldo ínfimo o una retribución menor a la que corresponde por su desempeño. No podemos todos ser profesionistas ni intelectuales, hace falta la barriada inculta fácilmente manipulable, la que trueca su voto por un kilo de arroz rojo, la que nunca se plantea hacer diferente porque “el mundo está bien y así lo quiso Dios”. La que jamás apagará la televisión o nunca cambiará de canal porque le da flojera. Esa masa amorfa, voluminosa, densa, la que frena el desarrollo de un país, es la que han querido meter a las aulas con un calzador y ha hecho estallar el precario equilibrio que existía entre los que sí quieren aprender y los que tenían que ir. Que se vayan todos los que asisten a la fuerza.

Habría que depurar el sistema. Expulsar a estudiantes y profesorado espurios. Recuperar el espíritu de vocación, que se queden dentro los que quieran hacerlo bien. Los que deseen trabajar en el proyecto de país que se forja día a día en las aulas, en los espacios educativos. Darles carta libre a aquéllos que deseen perder –invertir, dirán muchos- el tiempo frente a la Play Station para que no obstaculicen el trabajo de quienes sí están interesados en educarse, aprender, compartir sus experiencias, crecer. Permitir que se queden en casa las niñas y jóvenes que quieren repetir el esquema de cenicienta tan celebrado por las telenovelas (si las tontas no van al cielo, los que ven Televisa tampoco), las películas de Hollywood y las del cine mexicano, a ésas a quienes los estudios de género nunca las salvarán, porque ellas sueñan con la boda vestidas de blanco en la iglesia del pueblo, los hijitos que Dios le dará –como si no hubiera ya tanta hambre causada por el exceso de personas en el mundo- y un buen marido, que con que les de para el gasto y no les pegue –o sólo poquito- se darán por satisfechas.

La educación nos hace libres. Eso lo saben quienes han pasado por las aulas, han leídos libros, periódicos y revistas, mirado cine y consumido arte. Quienes han compartido sus conocimientos previos con otros y han adquirido unos nuevos. Y los han puesto en práctica. Quienes continuamente se siguen preparando, actualizando en los nuevas realidades de esta vida. Pero a muchos y a muchas, la sola idea de hacerse responsables de sí les aterra. Por ello prefieren ¿vivir? como están y que nada se mueva, que todo siga igual si es posible, no importa que sea rumbo a peor, no tienen conciencia de ello y por consecuencia no sufren. Sólo padece quien tiene conciencia de sí. Sólo los inteligentes son felices también. Los que ignoran todo, son ilusos, no dichosos ¿entenderán la diferencia?

Ojalá los que no quieren asistir a la escuela fueran más honestos, más valientes, más generosos con los suyos y dejaran las aulas con los espacios disponibles para quienes sí desean ser diferentes. Al cabo de un tiempo en el infierno cotidiano (el desempleo, los sueldos de miseria y las jornadas extenuantes) desearán con ahínco volver –convencidos- al sitio que les puede devolver la posibilidad de ser humanos –otra vez-.

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