sábado, 10 de octubre de 2009

DE TELENOVELA...

La telenovela como una narración melodramática tiene una tradición que le permite defender su lugar legítimo como representación de la realidad y naturalización de imaginarios, ya que no solamente han dotado de pertenencias a un buen número de espectadores, sino que ha reforzado con religiosidad, los esquemas de género.
La iterativa historia de cenicienta: mujer pobre y bella, virtuosa y abnegada, cuyo pasado oculta un futuro mejor previo pago de un pejae de lágrimas y desencuentros con el héroe: guapo, rico y con poco o nulo juego actancial dentro del relato, a quien al menos dos mujeres quieren retener, y ello lo obligan a dejarse querer por ambas, mientras el guionista se decide a poner fin a tanta desazón (el galán tampoco tiene capacidad de elegir su siguiente paso; es un hombre condicionado por las acciones de las mujeres más que por el libreto).
En las telenovelas más audaces, digamos, aquellas que tratan de saltar el esquema clásico y mostrar la historia desde otros ángulos, el guión se sitúa en otros contexto más actuales haciéndonos creer que el relato es posmoderno aunque no se modifca jamás, la estructura: la buena, la mala y el galán. De manera que la ilusión de modernidad del relato telenovelero es sólo ficción. Y no discutiré hasta qué punto estas narrativas estarían obligadas a dar cuenta del contexto en el cual surgen, se transmiten y la recepción de la que gozan.
Solamente pregunto, y lo dejo como tarea ociosa: en la telenovela ¿el subalterno puedo hablar? Yo considero que no, que no lo hace en tanto que no es consciente de la representación que hace de sí mismo (la clichetización de los personajes tipo que adornan a la sociedad). El personaje (ninguno) no se cuestiona su ser y su hacer. Al contrario, asume sin chistar el parlamento mal aprendido; repite, reproduce, y da carta de naturalización a formas de subordinación (y marginación) que lo sujetan y lo mantienen colonizado frente a la voz que se erige como normadora y tiránica, en aras de mostrar una representación (fiel) de la realidad que ficcionaliza (aun cuando esto parezca un pleonasmo).
Recuérdese cualquier telenovela que se haya anunciado como innovadora de algún elemento de su estructura: diálogos más cercanos al habla de la gente, actitudes de los personajes que uno puede reconocer en la calle, formas de hacer que resulten más próximas al común de los sujetos, etcétera. Aun en esa innovación, hay una naturalización de los roles de género, legitimización de los imaginarios de las personas y en muchos casos, prácticas de microviolencia dadas en el lenguaje mismo, sea por realización de lo dicho o por omisión.
Considero que por muy 'rompedora' que pretenda ser una telenovela, no consigue dar voz al sujeto subalterno como tampoco logra (desde luego, no creo que esa sea su aspiración, conformarse como un discurso liberador) romper la historia amorosa triangular, así planteara la historia romántica entre dos mujeres lesbianas y un varón heterosexual; una mujer heterosexual y una lesbiana y un hombre bisexual; dos varones gays y una mujer no gay entre otras combinaciones. En la vida real, pocas son las personas que viven una realidad tan triangulada. En todo caso, lo que si sigue siendo el discurso melodrámatico es una fábrica de fantasías y sueños que cuando se hacen realidad, son monstruos. Si no, pregúntele a cualquier participante-víctima de algún reality show.

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