viernes, 17 de diciembre de 2010

¿PUEDE EL INTOLERANTE HABLAR DE TOLERANCIA?

Sólo existe algo más intolerante que un judío: un museo de la tolerancia financiado por judíos. Es verdad. El pretendido museo de la memoria y la tolerancia en pleno centro de la Ciudad de México, es un ejemplo concreto de lo que se puede hacer usando convenientemente las palabras (y el dinero): una paradoja. Un monstruo. Una contradicción. Una lección genuina de intolerancia mal disimulada.
¿Qué se espera de un museo que se presenta como salvaguarda del recuerdo de algunas de las atrocidades cometidas en el siglo XX? Sin duda, bastante, pero no se imagina uno -al menos nunca pasó por mi ingenua mente-, que el acceso al sitio exige un ritual como quien ingresa a la sala de espera de un aeorpuerto. Fuera metales y un trato de presunto delincuente (quien cree en el sujeto, asume a priori que no puede hacernos daño, que no tiene intención de hacer un daño), que contraviene el espíritu -digo yo, que no sé de estos asuntos- de la tolerancia.
Pero viniendo de judíos -lo que la mayoría puede entender por tales- no debería sorprender. Dentro, toda la estructura coopera para que el visitante se sienta oprimido y de este modo comparta la sensación de asfixia y dolor que padecieron los millones de judío en los campos de concentración. Pero no solamente judíos, también hubo gitanos, homosexuales, disidentes, republicanos y más, detalle que apenas asoma en el recorrido. La información es pertinente, acertada y sesgada, desde luego. Se dedica mucho tiempo-espacio a la tragedia judía y se reparte el resto de la muestra dando cuenta de otros 'holocaustos': Yugoslavia, Ruanda, Sudán, Guatemala pero en ningún momento, en las pulcras paredes del museo-barraca se visibiliza lo que los judíos están haciendo (ahora mismo) con el pueblo palestino.
Memoria selectiva, dirán los entendidos. Falta de espacio, alegarán otros. Lo cierto es que en el imperio del revanchismo no hubo lugar para la autocrítica. Los judíos no se plantean qué hubiera ocurrido si Hitler hubiese ganado la Guerra. ¿Cuestión incómoda? ¿Los genes sobrevivientes tienen dañado ese codón? Tan valiosa es la vida de un judío como la de un habitante del guetto en que éstos resentidos (no encuentro otra palabra) han convertido a Palestina.
En el museo hay lugar reservado para tomar lecciones de tolerancia (si la iglesia del mal puede predicar el bien) y derechos humanos traducidos a algunas de las lenguas indígenas de este país. ¿Acaso una mazahua o un totonaca podrá burlar el cerco selectivo discriminatorio que existe a la entrada de este sitio? ¿Podrá algún seri leer/escuchar sus derechos en sus propia lengua en un lugar que no pensó en cómo faciliarle la entrada? ¿A un indígena le sobran 55 pesos para pagar el peaje? Casi al final del recorrido uno termina compartiendo con Zizek la defensa de la intolerancia.
Pues el tour nos reserva su máximo horror al final del paseo. Para salir de ese espacio pulcramente opresivo hay que pasar por la tienda de souvenirs (no, no hay restos del holocausto a todo por 10 euros) y atravesar una puerta giratoria, que más bien parece una cerca, pues los barrotes de la misma terminan en puntas. Sí, en ganchos que pueden herir la piel, como si aquél presunto delincuente que osó entrar al templo del recuerdo, quisiera huir sin pagar la cuota al dolor que no debe olvidarse. Más contradicción sólo en el vaticano y la iglesia falsa.
Cuando uno pone el pie fuera de ese lugar y mira la Alameda, la gente, las otras verdades y los otros dolores, corrobora que toda la vida (precaria por definición) sin tener monumentos, museos, altares, también debería ser aprehendida y aprendida como digna de ser vivida, cuidada, recordada, celebrada.
¿Puede el intolerante hablar de tolerancia? Sí, sin duda, para muestra, un museo de la memoria y la tolerancia. Aprender desde y en la contradicción.

2 comentarios:

robdzv dijo...

Y desde antes cuestionarse si 'TOLERANCIA' es lo que el mundo necesita... muy personalmente no me 'agrada' la tolerancia porque más que nada siento que es un valor -impuesto- no es algo hecho por convicción propia, sino un reflejo claro de la propia idea de exhibirse sensible a algo, sin de verdad creer en ello.

Anónimo dijo...

¡Excelente! Esto merecería tomar la forma de artículo en revista especializada :)