lunes, 27 de diciembre de 2010

CHINGAOS LOS UNOS A LOS OTROS

Como para bastantes no es posible resistirse a la tentación de enumerar las maravillas de este paisito y de lo linda que es su gente, y sólo para ser fiel a mí mismo, despido el año con esta entrada, que si bien no ofuscará el optimismo de aquell@s que no conocen otra realidad que la televisada, si me liberará del estrés que me causa el furor del seudo benevolente espíritu de fin de año.

"Que todos tus sueños se hagan realidad en 2011", repite merolica la banda de mexicanitos y mexicanitas que de verdad desea, que el año que viene sea mejor. Válido el anhelo, sin duda, patético es que esperen que a fuer de repetir el abracadabra la puerta del bienestar tan añorado se abra y nos transporte al paraíso. Ese edén que para más inri no es el mismo para cada un@ de los habitantes de este país corruto, ensangrentado y hecho pedazos.

Mi sueño es más iluso aún: visibilizar el racismo rapante que nos atraviesa a todos y a todas y dejarnos de la mentira esa de “feliz navidad y próspero año nuevo”. ¿Sabe la gente lo que dice cuando repite hasta el hartazgo la misma frase? Me encamorra escuchar una y otra vez terrible sentencia y me agota tener que bordear con diplomacia el no responder lo mismo.

Cierto es que las palabras hacen cosas, pero no por arte de magia. Y en un país poblado por racistas –mal disimulados, por cierto-, la frase puede traducirse: ojalá el próximo año me vaya chingón a mí y tú sigas siendo la misma lacra que siempre has sido. Amén. ¿Exagero? Tal vez. Pero a mí el espíritu navideño no me ofusca el seso ni me edulcora la realidad. Es precisamente en fechas como éstas cuando más visible resulta la actitud avasalladora con la que nos conducimos puntualmente.

Ahí donde un mexica se chinga al otro (porque el primero es más cabrón/a o el segundo es más pendej@) se cumple el espíritu discriminatorio que habita en nosotr@s. Superada –es un decir- la batalla del sexismo y la de la diversidad sexual –pongamos que en eso andamos- se torna urgente buscar otra/s marcas/s que permitan diferenciarnos a unos de los otros. La guerra es –y siempre ha sido- entre crioll@s (güerit@s, de apellido extranjero, católic@s de rancio abolengos), mestiz@s (priet@s, aspiracionistas, mixturizad@s, fronteriz@s) y l@s indi@s (indígenas, ignorantes, idólatras, rústic@s). A grandes rasgos, el mosaico mexica es así.

La tan referida multiculturalidad mexicana en los textos, en la vida cotidiana es un campo de batalla donde gana no el más cabrón sino el menos pendejo; para eso se nos educa desde pequeños: chinga porque atrás vienen chingando. Por eso no vale estudiar, conducirse de cierta manera entendida como correcta, pagar impuestos, respetar la ley, el dolor de la conquista (anterior a la conquista española) se lleva en los genes –es otro decir- y se traduce en una existencia jodida que se vive jodiendo. No hay tregua para el mexicanito. No existe paz para la mexicana.

La cadena de poder que en otras partes del mundo se sobrelleva con cierta inteligencia, en suelo azteca es una carnicería constante: la sed de sangre de Huitzilopochtli es infinita. Por ello es común observar al criollo humillar al mestizo (o al mestizo blanqueado a otro todavía prieto) en los puestos laborales, en las curules, en los programas de televisión. Y más cotidiano es observar al prieto chingar a otro más prieto que él o más jodido o que por razones de azar, se halla en posición subordinada: el policía o agente de tránsito o guardia de seguridad que se agandalla a los otros, nomás porque son pendejos y él es muy chingón. Y luego las humillaciones constantes que padece el indígena (sobre todo si es mujer) por parte de criollos (güeros) y mestizos (prietos). Después se dice, que el indio es ladino, que es como decir que hay que joderlo porque cuando puede el también chinga.

Para que se produzca el vasallaje deben concurrir ciertos factores (y no son los únicos, desde luego): que el sujeto que tiene el poder sea prieto (o güero), analfabeto (en el porcentaje que se guste, si acaso hay graduaciones), regularmente feo (gordo, contrahecho no es sino un plus), ejerciendo un puesto de poder que le da para mal comer y que le disgusta, pero que le permite volcar sus frustraciones en todos aquellos que tienen la desgracia de pasar por su feudo. Si además porta charola y arma, el escenario no puede resultar más perfecto para chingar sin límite.

El nuestro es un país jodido porque no quiere reconocer la miseria humana que lo empantana y no le permite salir a flote (su fe y su dependencia a la televisión pública lo asfixia pero no lo ahoga) ni hundirse definitivamente. En el momento en que cada habitante de este país visibilice su racismo podría pactar mediante la educación (crítica, reflexiva) otras maneras de convivir menos enfermas, patológicas, desgastante, jodidas que tienen a este país en una tensión constante.

Hace años (ignoro la realidad ahora), Brasil asumió que era un país racista. Tras el escándalo que la novedad causó se trabajó en esa realidad que se creía superada. Las fronteras se cruzan pero no se desdibujan afirman quienes hacen Border Studies, pero no por ello se dejan de atravesar límites, de saltar verjas, de ir al encuentro de Lo otro, de los Otros.

A mí ningún “feliz navidad y próspero año nuevo” me blanquea la piel (que me gusta mi prietud) ni me borra las heridas que la discriminación ha fijado en mi persona ni las que yo he colocado sobre otros cuerpos. Tampoco me hace olvidar que detrás de ese saludo existe un deseo perverso de chingarme y colocarme en posición de subalternidad (ni quiero olvidar para no dejar de resistir) ni me enajena con la posibilidad de que a fuerza de repetir la frasecita mañana será diferente.
Más bien me hace insistir en la necesidad de asumir nuestras diferencias, no como carencias sino como piezas de un puzzle que habría que integrar, dejar de pedir tolerancia y exigir respeto. Construir esa educación integral que puede devolvernos la condición de humano que hemos perdido en esta guerra absurda de chingarnos los unos a los otros que hemos asumido como consigna vital, esencialista del denominado espíritu mexicano. A mí este discurso, no me convence.


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