lunes, 3 de enero de 2011

ZACATECAS, MON AMOUR

Si tengo fuerza y voluntad para encarar el inicio de este año, es porque la belleza de una ciudad, así como la calidez, amabilidad y decoro de los habitantes con quienes entablé contacto, son tales, que me permiten creer que es posible construir otro tipo de humanidad y no la asnalidad con la que convivo diariamente aquí, en la Xalapa de todos y de todas y que por ello es un desmadre: si es de todos, nadie se responsabiliza de nada.
La aventura zacatecana además de desenpolvarme de la atmósfera xalapeña y defeña sirvió también como un spa para el ánimo, el fortalecimiento del espíritu y de solaz para el cuerpo, nunca la trinidad que me constituye había estado tan a gusto como esta vez. Nomás pisar esta suelo, la visión panorámica de la ciudad colonial me infundió alientos para dejarme llevar por los atractivos que ofrece, que a diferencia de otros destinos, donde la oferta termina ahogando la demanda, acá la discresión con que se ofrece la ciudad en manos de sus habitantes, permite adentrarse más en ella, dejarse querer y termina uno amándola, claro que sí.
La serenidad con que se conducen mujeres y hombres (que no zombies silentes), la amabilidad de los servidores públicos (ningún taxista vulgar ni con música a volumen alto), los precios justos por los mismos (nada que ver con el timo que significa comer o embriagarse en otras zonas del país), la calidad y sabores de su cocina, la limpieza de sus calles (y mi lord inaugurándose en la regencia de Xalapa con caos y basura) y sin tener que padecer, el ruido de altavoces en las tiendas departamentales, locales y negocios de distinta índole, en suma, una ciudadanía que se conduce con decoro.
Con escucharlos hablar (su habla tiene una cadencia que seduce al oído) uno se rinde a su gente y quisiera oirlos hasta quedar encantados en una red de sonidos que se echa de menos en esta ciudad ruidoso, merolica, cenutria y ruin sin pudor alguno. Pero no se los reclames porque entonces, de frustrado, amargado, anacrónico y demás te acusan sin reparar en la asnalidad de sus acciones. En fin, que si existe un destino turístico de montaña que visitar para descansar, conocer personas, chapuzarse en cultura, éste es Zacatecas.
Es visible el trabajo que realizan autoridades y ciudadanía para mantener con orgullo el estatus de Patrimonio Cultural de la Humanidad dado por la UNESCO en años anteriores, quizá eso explica (de algún modo) la atención con que se dirigen al visitante, que no debe confundirse con servilismo o zalamería, sino una conducta decorosa que ya es casi inexistente en otras partes del país. La riqueza de este sitio está en saber ser sin aspavientos ni pretenciones en las que suelen caer las autoridades y la población en otras ciudades (no digo más de 'nuestra bella xalapa' como dice mi lord, para que no me bufen que le tengo tirria al sitio donde habito o se me acuse de palero).
De lo anterior se desprende, que sí es posible llevar a cabo un turismo sostenible, practicar unas maneras de ser y hacer a favor del lugar en que se vive sin que ello implique destrozar la vida de los vistantes ni la de los locales. Ofrecer a quienes vienen de otras partes una imagen real, armónica, apacible de una ciudad completa, que no está destruyéndose constantemente en aras de eso que denominan 'mejoras', con ciudadanos y ciudadanos amables y no farsantes que timan a la menor oportunidad, bajarle al ruido (a los aparatos de sonido y a la boca de algun@s xalapeñ@s) y a la basura (en Zacatecas hay una papelera digna cada 30 metros) y permitir que sea el espíritu de la gente quien dé al turista lo mejor de su ciudad, de otro modo, tenemos la desgracia que vivimos cada día: tráfico, ruido, basura, gente sin humanidad, merolica).
Es una suerte que aún existan oasis como la ciudad de Zacatecas (de Jerez ya daré cuenta en otra entrada), dan ganas de seguir viviendo para volver a sus calles, sus bares, sus restaurantes, a sus sabores y aromas, a sus rocas, sus fantasmas, a la panorámica del paraíso, que puebla sus calles a través de sus habitantes.

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