sábado, 19 de mayo de 2012

ODIAR POR ODIAR

Odio a la iglesia por mentirosa, metiche, ladrona, pederasta, hipócrita, desalmada, pretenciosa, retrógrada, excluyente, falsa.

Odio a muchos de sus ministros, siervas y feligresía en general, porque creen que su adhesión a dios ¿a Dios? les hace seres de otro mundo, inmaculados, divinos que se arrogan la propiedad de proclamar, cuando no el deseo de imponer, su reino que no es de este mundo.

Odio a quienes hacen ruido por todos los medios posibles, las bocinas que ladran decibeles anunciando ¿qué?, promocionando ¿qué?, vendiendo ¿qué? mientras dañan la salud de quienes aún escuchamos sin necesidad de gritar ni de prótesis ni de implantes cloqueares.

Odio a los taxistas y choferes de servicio urbano que escupen ruido bajo el nombre de música y atentan contra la salud del viajero y la calidad del servicio público que ignoran prestan: bestias que asumen (no les da para pensar) que los usuarios compartimos sus gustos musicales, su obsesión por el volumen alto, su calidad neuronal y capacidad cognitiva.

Odio a la gente puerca que debería comerse la basura que produce antes que arrojarla al espacio público; a quienes no saben leer ni entienden el letrero No tirar basura o el que dice Deposite su basura aquí. Tendría que acondicionarse un servicio de limpia pública que cargara con estas hordas hacedoras de desechos para que las depositara en un lugar donde estarían en feliz convivencia mutualista: basura-cerdos.

Odio a la gente que en lugar de caminar por las aceras parece que pasta: a medida que las banquetas se tornan más pequeñas, las bestias se hacen más cerdas e impiden la libre circulación a quienes sabemos distinguir entre acera y corredor peatonal; entre calles populosas y andador de parque. Debería estar prohibido que los bultos anden libremente.

Padeciendo el mundo y el mundanal ruido y sus mundanas criaturas: qué antojo de esa fila de trenes repletos viajando hacia donde no hay retorno.

Me odio a mí por darme cuenta de estas cosas y no apartarme de la vida; por no abordar ese tren… porque me falta valor para cesar el pulso cardiaco y el vaivén pulmonar… con lo fácil que sería parar y dejar al mundo en su feliz sincronía en el que quien sobra, estorba y apesta, soy yo.

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