miércoles, 30 de mayo de 2012

SOY LO QUE FALTA

Nunca me había sentido tan asqueado como ahora. Con el adverbio quiero decir: que soy consciente del asco que me cruza, me circunda y me arroja de sí. De suerte que debo referir que me siento no-yo. Fuera de mí soy lo que queda cuando me sustraigo a la supuesta totalidad que me conforma. Soy lo que falta.

Pero no es la carencia la que me coloca en un estado de tedio que se me antoja infinito, no. Es la impotente sensación de querer volar y no tener horizonte hacia el cuál dirigirme y la imposibilidad de dibujar uno a la medida de mis alas. Lo que carcome pues, es el deseo. Desear cuando no es posible satisfacer el deseo, que es como sentir sed y estar rodeado de agua salada: ansiedad im/pura. Pues la ausencia de la misma o la existencia de una empuercada, no duele tanto como la imposible de beber aquélla salobre so pena de padecer más sed.

Así yo ahora: harto de desear el deseo. De estar a la espera de lo que quiero y no quiero que llegue. Con un tiempo libre que se me escapa de las manos a fuer de ser excesivo, inconmensurable. El tiempo personal muda en superávit cuando decido cerrar las puertas a los quejicas que vienen con sus penas, sus dudas, sus temores e incluso sus reclamos en busca no de una charla o un sujeto, no; vienen en busca de una papelera en la cual depositar sus desechos, una cesta donde arrojar sus frutas podridas y poder continuar ligeros de peso, aliviados, ya sin el peste de un bulto pútrido.

Es así: si dejo la puerta abierta, con el viento fresco entran también el polvo y los zancudos; también la gente, algunas personas que mendigan creyéndose reyes y reinas en el exilio, seres que no piden pan, sino la instauración de su trono; no solicitan ser socorridos; exigen ser adorados. Y he aquí que creen que encuentran quién les hace sentir que el exilio puede culminar y entonces la restauración de su reino está más cerca. Pero cuando la puerta no se abre para que no entren la gente ni el polvo ni los moscos, aunque sí los chaquistes que caben ahí por donde uno, supondría que no pasarían, entonces el tiempo no tiene manera de escapar y se queda todo conmigo.

¿Y qué hace uno con un reloj que excede su capacidad de consumo? Los tiras y listo. Pero no basta, no es suficiente: quemar el combustible no siempre significa agotar también la posibilidad del desplazamiento… está la inercia, ah, la inercia, esa propiedad física que en la vida cotidiana llamamos rutina. Los cuerpos tienen inercia; las personas, rutinas. Estamos hechos de repeticiones que acontecen puntualmente un día y otro también: algorítmicamente. A la sorpresa del no cumplimiento de ese plan algunos le llaman fantástico; yo sencillamente la nombro desazón.

Y acá estoy, escribiendo para sacarme el hastío que es como decir, vaciándome de todo (lo posible) para no desdibujarme y recuperar mi contorno, mi voz, mi autonomía, mi biorritmo. Lo intento con ahínco y creo que lo consigo. Justo ahora siento hambre, el piquete de un mosquito impertinente, la corriente de aire tibio que escapa de las aspas del ventilador, sueño. Estoy con vida, sigo vivo. Esta vez, al menos esta vez, he triunfado. Palabra de superviviente.

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