El mandato
bíblico ordena amar al prójimo como a uno mismo. Pero la ordenanza no es un
vector que se desplace de manera inmediata, lineal e irreversible; llevar a cabo
tal consigna obliga a cubrir antes la cuota de amor hacia uno mismo. La noción
de despojo y la inmolación como acto amoroso por excelencia es una farsa. No es
posible dar lo que no se tiene. Otras interpretaciones, sin embargo, son
posibles.
La “invención” del otro acontece a través de los variados procesos de
socialización a los cuales somos expuestos (obligados, pues) desde que nacemos.
Las diversas instituciones que van forjando nuestro estado silvestre para dar
paso a un estado civilizado que nos permita vivir en la escena social, insisten
en la existencia de ese otro (plural, diverso, extraño, ajeno y a veces no
deseado) que no obstante, debemos considerar en el día a día.
Monsergas del tipo: “respeta a tus mayores”, “sé amable con los demás”,
“atiende a lo que manda la autoridad”, “obedece, porque soy tu padre”, “tú
hazlo y no preguntes por qué”, entre otras perlas de florilegio aleccionador
(atontador, casi siempre) forman parte de la pedagogía de la civilidad (una
pretensión de civilidad) en la que poco o nada importa el sujeto, sino el
cumplimiento de aquello que permite el funcionamiento conveniente de un sistema
social que es también económico, político, sexual, de género, entre otros; de
suerte que el éste ve reducida su valoración como tal en aras de su inserción
(casi) autómata y (a veces) servil en el sistema.
Ningunear es un deporte
nacional en México. Por ello, expresiones como amor, justicia y solidaridad
devienen palabras que la mayoría identifica como parte de un léxico, pero que
pocos son capaces de sentir como propias,
en el sentido de que no se ha experimentado la dimensión amorosa, justa y
solidaria en sí mismo. A veces, en este momento el sujeto cae en la cuenta del
despojo del que es (o ha sido) objeto. Otras, simplemente le parece que eso no
le toca o corresponde. El tema demanda muchas páginas y horas de lectura
crítica y reflexión, pero señalaré a grandes rasgos, cómo la propuesta de Axel
Honneth puede dotar de “sentido” y de dignidad al sujeto a partir del reclamo
de reconocimiento.
Honneth se inserta dentro de la tradición de la Escuela de Frankfurt, en
la que se conoce como “tercera generación”, y es uno de los más destacados
teóricos del reconocimiento, dentro de los cuales también se identifica a
Charles Taylor y Tzvetan Todorov (Tello, 2011:46). El autor alemán afirma que
el reconocimiento es el elemento fundamental de constitución de la subjetividad
humana. En otras palabras, si alguien no es reconocido, entonces carece de
estatus de persona y deviene alguien dañado,
y los daños serán tanto más graves cuanto más profundo dañen la estructura de
la personalidad de los sujetos (Honneth, 1999:27).
Para intentar comprender lo anterior, expongo de manera breve y somera
cómo funciona el reconocimiento según la propuesta de Honneth, lo cual plantea
a través de la existencia de tres esferas en las que está inserto el sujeto: la
esfera del amor, la esfera del derecho y la esfera del reconocimiento social. A
la primera corresponde el cuidado y la atención; la expresión de los derechos
universales, a la segunda, y finalmente, la solidaridad.
Cualquier falta o carencia en alguna de estas esferas procurará al sujeto
una serie de daños que atentan contra su dignidad en tanto que lesionan su
posibilidad de reconocimiento. Lo anterior puede llevarnos a pensar en las
múltiples formas cotidianas en las que día con día somos disminuidos o
despojados de reconocimiento. Algunos ejemplos de estos perjuicios ordinarios
son, de acuerdo con Honneth, el maltrato, la violación, la tortura y la muerte;
la desposesión de derechos, estafa y discriminación; injuria y estigmatización
social (Tello, 2011:47).
Basta
reflexionar al respecto para caer en la cuenta de los modos sutiles o no,
mediante los cuales opera la desposesión de reconocimiento y de dignidad
humanos. Formamos parte de la maquinara que opera puntualmente dotando o
despojando de reconocimiento a los sujetos. Así, la valoración social (de la
que participamos todos) deviene un parámetro que registra mayor o menor
reconocimiento. Los ejemplos abundan: el estudiante que por sus rasgos
faciales, su anatomía, el color de su piel y por su apariencia es rechazado de
ciertos círculos académicos y públicos; la mujer que tiene vedado el acceso a
ciertos espacios y ámbitos por su condición de género, pero que dicho veto se
disfraza bajo otras variables como la edad o el riesgo físico; el niño apartado
de los otros infantes porque su conducta sexo-genérica no corresponde a la que
se espera de él (según su anatomía); el varón que debe “educar” su lengua para ser
partícipe de determinados espacios donde hay un poder masculino hegemónico que
dicta los modos y tiempos de expresión; los vigilantes y porteros que franquean
la entrada de múltiples sitios y que determinan (en función de lo que leen e
interpretan del sujeto) quién ingresa y quién no puede hacerlo, entre muchos
otros.
Vivir estas experiencias de no-reconocimiento y no reaccionar ante ellas
(ni siquiera mediante la queja o la incomodidad) da cuenta de cómo el daño
causado en la subjetividad de bastantes ha conseguido tornarlos seres
acríticos, subordinados, resignados a unas dinámicas sociales que existen pero
no por mandato divino ni social, sino que han sido construidas e impuestas a
fuer de rutina e institucionalización, probadas y valoradas por su aparente
eficacia, pero a todas luces injustas, discriminatorias, indignas y
arbitrarias. Lo contrario al reconocimiento es la cosificación, asegura
Honneth.
Reclamar reconocimiento implica no solamente reconocer al otro como
alguien digno de amor, de derechos y de dignidad, pasa también por desmontar la
educación sentimental recibida a lo largo de la vida: el amor no es un premio
de consolación, no se puede amar si antes no se ama a uno mismo, la dignidad es
integral o no lo es, los derechos se ejercen a plenitud so pena de no serlos. Ser
en comunidad pasa por reconocer la integridad del otro. Quizá sea necesario reescribir la consigna
bíblica: demanda reconocimiento de tu prójimo para que puedas reconocerlo como
a ti mismo.
Referencias
Honnet, A.
(1992) “Integridad y desprecio. Motivos básicos de una concepción de la moral
desde la teoría del reconocimiento”, Isegoría,
No. 5, pp. 78-92.
Tello Navarro,
F. H. (2011) “Las esferas de reconocimiento en la teoría de Axel Honnet”, en Revista de Sociología, No. 26, pp. 45-57
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