jueves, 17 de diciembre de 2009

AL SUR DE MI EXISTENCIA

Es grato volver, después de muchos años después, al mismo lugar. Escribo desde la misma habitación cutre donde dormí hace más de tres veranos. Ahora es casi invierno y ventea. El Norte golpea y el clima se antoja más decembrino que si hubiera sol. La gente del hotel me ha reconocido: lo sabía, nunca seré extraño en esta ciudad que cambia (se afea a velocidades extraordinarias) y se mantiene igual. A esto lo llamaría identidad citadina.
Me he subido al bus para prolongar el viaje y mirar la ciudad por esas zonas que la cartografía chic del turismo deja fuera. No me ha fallado la ruta, he mirado las mismas chabolas que recuerdo desde la infancia, más numerosas, más feas, más populosas, más vivas. El cambio permanece constante.
El chofer para no faltar al estereotipo de conductor de transporte público, escuchaba música a volumen alto; ya se sabe, este tipo de sujetos nos impone su estética, erótica y poética ecléctica y posmoderna, cutre lux, glamour de la periferia. El reproductor de DVD escupía ‘rolas’ de Vicente Fernández (que me emputa in illo tempore): “Los cazahuates te contarán de mi amor blanco”. Y tiene la gentileza de aclarar: cazahuates, no cacahuates; amable el tipo. Y aún hay más: “Niña hechicera diles que eres la cuerda que hace bailar mi trompo”. Después de oír esto se corre el riesgo de quedar estuporado perpetuamente.
¿Desde cuándo don Chente con esas joterías? (¿cuándo no? me grita una voz lejana). El macho por excelencia de este paisito de hombres con la masculinidad ‘amputada’ diciendo mi ‘amor blanco’. Desde Dulce no había vuelto a escuchar semejante metáfora metralla estallando en mi mente. ¿Y qué tal eso de la ‘cuerda de mi trompo’? Más vulgar, ¡imposible! ¡Art nacó exponencialmente reproducido!
Las preguntas obligadas son ¿qué hay en esas melodías que cobran sentido en la vivencia del chofer?, ¿qué experiencias actualiza este hombre treintón, bajito, moreno, que no es guapo, barrigón, carente de modales para atender al usuario y que se emociona al escuchar el grito de tarzán con colitis que lanza el artista para darle realismo a su dolor cantado?, ¿qué de la masculinidad se pone en juego en un acto de esta naturaleza?, ¿qué pasa en la mente y emotividad de los pasajeros que oyen inevitablemente semejante poética del amor mexica?, ¿acaso escuchan o son inmunes a fuer de padecer a diario asaltos a su razón?
Afortunadamente descendí pronto del autobús sino habría terminado cantando a la par del charro jalisciense. Porque el espíritu trágico se contagia pronto. Deambulé por las calles de esta ciudad del sur de mi existencia disfrutando de su espíritu desenfadado, irremediablemente loco, el mismo que primero rechacé y después amé (y amo) también loco. ¿Es posible hacerlo de otra manera? No lo sé, a mí la razón, no me alcanza. Y llevo apenas acá, un par de horas.
Coatzacoalcos, Ver., 17 de noviembre de 2009.

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