sábado, 19 de diciembre de 2009

EL CUERPO SUPLICIADO

El cadáver del narcotraficante Arturo Beltrán Leyva cubierto de billetes se lee en el pie de la fotografía que presenta la edición impresa del periódico EL PAÍS de este sábado 19 de diciembre. Imagen brutal que refleja más allá del cuerpo denigrado, la vulgaridad de las autoridades que revistieron de tal modo al muerto, que no se dieron cuenta (raro en este país de autoridades estúpidas) del pésimo mensaje que la imagen transmite.
Presentar disfrazado el cuerpo de un hombre que en vida fue un narcotráficante no consigue resarcir el daño que este sujeto haya hecho a la sociedad, si acaso quienes hicieron este performance macabro pensaron que lograrían eso. ¿Qué pensaron –en el supuesto de que fue un acto deliberado; me aterra más suponer que fue impulsivo- que lograrían con esto? ¿Que la sociedad al mirarlo caído manifestara su repudio? ¿Avivar un odio hacia todos los capos y demás señores y señoras del narcotráfico? ¿Hacer apología del dios vencido, masacrado y humillado para que los que miren ‘aprendan? ¿Aprendan qué?
Se necesita ser bestia para creer que un acto así consigue apoyar la causa de la mal llamada Guerra contra el Narco. Tampoco se trata acá de mostrar al hombre como un mártir, que para interpretar erróneamente no se hace falta ningún diplomado. Lo que señalo es la sin razón de presentar al narcotraficante revestido de billetes con el fin de investirlo de alguna semiótica que no alcanzo a entender, tan elaborada es la mente de algunos genios de este país.
Lo que sí es visible -evidentísimo- es como “el cuerpo victimizado puede ser, en su momento, el cuerpo del terror, el cuerpo que es testigo impotente de un horror que lo invade, que se sabe objeto de una serie de estrategias inescapables cuyo resultado será su anonadamiento, su reducción en el reino animal y mineral. Es un cuerpo que sufre el terror, pero que también lo produce. Es la ambigüedad trágica de la materialidad de este cuerpo sufriente” (Manero Brito)*.
La imagen evidencia la crueldad de quienes al tenerlo ya vencido gozan con su materialidad inerte y se solazan en humillarlo, más con la finalidad de saciar sus frustraciones, patologías, delirios de grandeza que de vencer al cuerpo que ya está vencido. Vulgarizar al cadáver de este modo constata el rencor con el que viven millones de mexicanit@s que a la menor oportunidad, desquitan sobre el otro su resentimiento: lo que ningún santo o virgen puede saciarles, lo alcanzan momentáneamente mediante el festín que les causa jugar con un cuerpo yaciente.
Sin embargo, no solamente es para saciar frustraciones que se envilece un cuerpo, también puede ser para conjurar el miedo de saber que se es susceptible de ser objetualizado, cosificado en cualquier momento: “el cuerpo supliciado [es], el cuerpo del terror que habita en las pesadillas propias de cada sociedad” (Op. Cit). Sin embargo, esto no debería ser el pretexto para intentar reducir a los cuerpos a cenizas, fragmentos de sí mismo, silencio u olvido. Los cuerpos, se concluye, incomodan.
Porque el cuerpo supliciado tiene, si es válido expresarlo así, sus formas de resistencia, las maneras de mostrar su oposición al daño infligido: “en la singularidad de la abyección, [hay] una posibilidad de resistencia que surge en el contexto mismo de la inescapabilidad del terror. El resistente, la víctima, reconoce en su condición abyecta su grandeza, y es allí donde el terror se revierte sobre todas las figuras, incluyéndola, incorporando a la víctima en el siniestro juego imaginario de la violencia extrema”. Y es quizá, esta capacidad de resistir lo que aviva la rabia de quien agrede, quien victimiza.
El cuerpo explicado por mediación del lenguaje, campo de batallas, zona de pulsiones, cárcel y vehículo no es anulado del todo cuando es vencido. Su presencia material (inerte manifestación de que se está ahí) molesta: “El muerto es el cuerpo yacente, el cuerpo que ya puede dar la espalda, el cuerpo que está a merced de su victimario. Este cuerpo no solamente expresa la sorpresa, ese lugar impensado desde el cual se hacen reales todos sus temores. Es asesinado, masacrado. Es un cuerpo del terror. En su inmovilidad, en su docilidad obligada, el cuerpo se encuentra sin posibilidad alguna de resistir. Ha sido vencido, derrotado ahora es botín, es objeto de la ira y la saña del victimario, señala Manero Brito, por eso los cuerpos torturados son aterrorizantes. Muestran el poder absoluto del victimario. Son cuerpos obedientes, dóciles. El terror los habita. El victimario no está saciado con su muerte, con la ausencia de resistencia. A partir de ese momento, juega con los cuerpos”.
¿Habrán pensado todo esto los encargados de estilizar el cadáver de Beltrán Leyva? ¿Hubo una intención terrorífica además de una estética cutre en este acto? ¿Qué política de colonización y exterminio ampara la mirada que retrata y fija para siempre el cuerpo inerte del narcotraficante? ¿Es posible pensar que este acto es un triunfo del gobierno panista frente al crimen organizado? ¿De verdad está vencido el hombre que ha sido masacrado? Manero Brito señala que “es un cuerpo, el del muerto, que no puede morir más, ya está muerto. Sin embargo, ha recuperado su violencia y su resistencia”. De ahí, pienso, que seguramente el gran vencedor de este acto es el muerto mismo. No es necesario mencionar quién ha perdido en esta batalla.

El cuerpo supliciado, sin voluntad, cuerpo dócil, el sujeto que deja de serlo, y pasa a ser instrumento pasivo, objeto de la crueldad, instaura la experiencia del terror, concluye, Manero Brito. La desgracia de seguir con vida en este mundo de las bestias, es otro terror que merece un análisis aparte.

*Cuerpo, terror, abyección; Roberto Manero Brito; consultado en octi.guanajuato.gob.mx/.../36052008_CUERPO_TERROR_ABYECCION.pdf

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