Los términos que se han empleado y los que en adelante escucharemos para hacer referencia a Haití, no son sino una aproximación de las metáforas con las que nombraremos lo que viene. Más allá de todo lo narrado u obviado en la desgracia caribeña, el escenario anuncia lo que será el futuro (ya inminente).
Las imágenes que nos han mostrado cuerpos supliciados yacientes entre escombros (las barricadas construidas con cadáveres dan cuenta de la noluntad del cuerpo en la frontera de su resistencia) y basura, entre residuos de sobrevivientes (los cuerpos fantasmagóricos que deambulan no son personas completas sino fragmentos de humanos) que vagan guiados por la inercia de un movimiento que se antoja perpetuo y entrópico.
Mujeres y hombres que abandonan a sus muertos, padres y madres que dejan a sus crías, cuerpos inmolados, fragmentados, hambrientos, con sed, cansados, heridos, supervivientes que quizá envidian la muerte de quienes no pudieron escapar del final. Individuos convertidos en bestias desmitificando la evolución humana. El homo sapiens reducido ipso facto a homo lupus.
Al asistir a la Arena haitiana hemos visto el futuro de la especie; el hambre y la sed, originada por el cambio climático o cualquier desgracia de índole natural u humana nos reducirán a fantasmas hambreados y sedientos que olvidando todo resquicio de moralidad, apelarán por satisfacer la propia necesidad prescindiendo del sentido de humanidad; el instinto por encima de la racionalidad; la bestia engullendo al genio.
Lo que ha escandalizado de Haití no ha sido nada más el dolor de esa gente, que de alguna manera es el dolor que podemos entender, lo que hiere es mirar y saber (resistirnos a reconocer) lo fácil que es abandonar la condición humana y vernos reducidos a ratas que huyen en busca de escenarios mejores dejando tras de sí la destrucción. El homo sapiens sin dios ni estado es un animal abandonado (¿atado?) a su instinto.
El presente de ese país en ruina es el futro de la humanidad y no lo refiero como un agorero en paro. Lo describo porque el límite que nos separa de la barbarie es un estado de derecho tan enclenque como la virulencia de las religiones -¿dónde quedó tu dios?, preguntaba el salmista al pueblo en el exilio-, y como hemos presenciado, ninguna de las dos instancias ha sido capaz de salvar de la degradación al pueblo haitiano. ¿Qué esperamos para abrir los ojos?
Las imágenes que nos han mostrado cuerpos supliciados yacientes entre escombros (las barricadas construidas con cadáveres dan cuenta de la noluntad del cuerpo en la frontera de su resistencia) y basura, entre residuos de sobrevivientes (los cuerpos fantasmagóricos que deambulan no son personas completas sino fragmentos de humanos) que vagan guiados por la inercia de un movimiento que se antoja perpetuo y entrópico.
Mujeres y hombres que abandonan a sus muertos, padres y madres que dejan a sus crías, cuerpos inmolados, fragmentados, hambrientos, con sed, cansados, heridos, supervivientes que quizá envidian la muerte de quienes no pudieron escapar del final. Individuos convertidos en bestias desmitificando la evolución humana. El homo sapiens reducido ipso facto a homo lupus.
Al asistir a la Arena haitiana hemos visto el futuro de la especie; el hambre y la sed, originada por el cambio climático o cualquier desgracia de índole natural u humana nos reducirán a fantasmas hambreados y sedientos que olvidando todo resquicio de moralidad, apelarán por satisfacer la propia necesidad prescindiendo del sentido de humanidad; el instinto por encima de la racionalidad; la bestia engullendo al genio.
Lo que ha escandalizado de Haití no ha sido nada más el dolor de esa gente, que de alguna manera es el dolor que podemos entender, lo que hiere es mirar y saber (resistirnos a reconocer) lo fácil que es abandonar la condición humana y vernos reducidos a ratas que huyen en busca de escenarios mejores dejando tras de sí la destrucción. El homo sapiens sin dios ni estado es un animal abandonado (¿atado?) a su instinto.
El presente de ese país en ruina es el futro de la humanidad y no lo refiero como un agorero en paro. Lo describo porque el límite que nos separa de la barbarie es un estado de derecho tan enclenque como la virulencia de las religiones -¿dónde quedó tu dios?, preguntaba el salmista al pueblo en el exilio-, y como hemos presenciado, ninguna de las dos instancias ha sido capaz de salvar de la degradación al pueblo haitiano. ¿Qué esperamos para abrir los ojos?
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