domingo, 19 de septiembre de 2010

TODO ME PASA A MÍ

El título de la entrada es también el nombre de una divertida -cruda y desalmada- comedia (dirige Miguel García Borda) que representa esa cotidianidad tantas veces obviada por su carácter de natural, común, lo normal. Ésas situaciones desgastantes para la dignidad del sujeto que terminan siendo disculpadas porque 'así es la condición humana...' sí, así es: ingrata.
Elena (Mariam Alamany) sufre porque hace ocho meses que no hace el amor y por no decir, casi confiesa que no ha sido ni siquiera mirada -lujuriosamente- por un hombre. Pide que la escuchen, demanda ser vista, exige ser tomada en cuenta, reclama ser considerada persona. Nada nuevo en este mundo que cosifica antes que subjetivizar: es más productivo lo primero, qué se le hace.
Sus vecinos, un varón próximo a casarse (Javier Albalá) y otro más, guapillo (Jordi Collet)y con pintas de ser un homosexual no asumido, apenas si le dan motivos para seguir sintiéndose viva; sus compañeras de piso (Cristina Brondo y una espectacular Lola Dueñas), una pareja de lesbianas, le siguen la corriente sólo para mantenerla en el cauce de su locura soft. Óscar (Miguel García B.), un chico que viene de la India, desatará y evidenciará al espectador, la habilidad que Elena tiene para montarse un drama en varios actos.
Pasemos al día a día de quien esto lee o escribe. ¿Cuántas veces no nos hemos sentido estafados por la vida? ¿Cuántas veces se ha sido solícito para ir al encuentro del amigo enfermo, del compañero necesitado de dinero, de la amiga que se siente triste, de la amistad que navega en la depresión? ¿Cuántas veces uno ha estado presto a las necesidades de los demás guiados por aquella discreción que a veces faltó a la de Calcuta? Y cuando se trata de no naufragar entre las penas, no existe nadie que preste ya no digamos consuelo como compañía: ¡Bendito Feis que da mucho a cambio de una conexión a Internet!
Es verdad que uno no es de los que piden ayuda, garabatean su ansiedad en twitter ni van por las calles aullando sus dolores, pero una amistad auténtica intuye, que algo anda mal si de pronto se percata de una mínima variación en la rutina del otro. ¿Pero qué sucede? Que la capacidad de observar no es un talento del que gocemos tantos. Por ello uno puede languidecer de nostalgia y a menos que el cuerpo apeste nadie más advertirá que se está muerto.
"Enferma de ira" llama Ingrid Betancourt a la sociedad colombiana, ¿qué hay de malo en estar enfermo de ira contra alguien o algunos? Ya va siendo hora de reivindicar la intolerancia contra la zafiez que domina el mundo, contra aquello que de verdad nos daña e indigna. Lo mío es un desánimo generalizado, un asco hacia los otros que me han herido, una depresión hacia afuera, que se traduce en un ansia de soledad, un deseo de estar loco. Volar.
Y para estas crisis nadie mejor que uno mismo, cada quien elige su propio abismo para arrojarse en caída libre y vomitar en solitario las lastimaduras que se lastran en el cuerpo.
Enfermo de ira o sano de sensatez, lo que sea, con que venga bien al cuerpo y ayude a no zozobrar entre las miasmas en que se va convirtiendo el mundo. Todo me pasa a mí, menuda suerte. Gritaré lotería, el día que no me suceda nada. Pero nada.

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