martes, 28 de abril de 2009

LA EPIDEMIA QUE VIENE

Resulta que en plena paranoia suscitada por los múltiples casos de influenza (más el granito de arena que aporta la televisión, siempre tan generosa) y algunos que han devenido en muertes, España admira –sí, así es la mirada del corresponsal del diario EL PAÍS en México- la naturalidad con que los habitantes de la ciudad de México y otras del interior, viven su tragedia. Desde luego, el periodista señala que los mexicanos están curados de todo espanto.
Disiento. Curados no, inoculados contra la sorpresa que nos traería una buena noticia. Hace mucho que este paisito se dejó de creer en las instituciones –cuales sean- y que en algún momento la ciudadanía empezara a cumplir las leyes, por decir lo menos, eso sí sería relevante y entonces sí se elevaría el territorio cual globo de Telcel.
Lo que tal vez el corresponsal del periódico español no ha visto es que es otra la epidemia –una de varias- que viene: las elecciones. El gasto de dinero más absurdo –bueno, más es un decir- que existe en este país. ¿Elecciones para qué? ¿A quién creen que engañan las autoridades? ¿Se creen éstas su propio discurso?
En el pasado fui un convencido defensor del ejercicio del voto. Confiaba que el acto simple de tachar una tarjeta permitía al individuo participar en la vida política de este país. Confiaba. No es que antes los partidos políticos no fueran meras empresas proveedoras de empleos y privilegios ni que la clase política no fuera corrupta; cenutria, ratera, cínica, cerda, siempre ha sido (¿debo decir que la mayoría?) así. Pero existía un organismo ‘recién nacido’ que obraba con cierta objetividad y autonomía que inspiraba confianza. Y para ser justos; muchos creíamos en el IFE.
Creíamos. Porque después del lodazal en que cayeron con las elecciones de 2006, los múltiples cambios que fraguaron su desgracia, evidenciaron que el organismo está más corrompido que un cuerpo putrefacto. El nuevo (qué inocentes) Consejo lo integran funcionarios a gusto de los partidos políticos y de las dos televisoras, sujetos pusilánimes que se venden al mejor (o peor) postor. Hambreados que no vacilan en procurarse un sueldo estratosférico y demás prebendas sólo porque su función es de una gran responsabilidad. Como si ser policía, sirvienta o docente no fuera una responsabilidad también importante.
Creí en el IFE como en algún momento confié en que la ciudadanía crecería y se iría haciendo más participativa, pero sigue igual de cenutria aplastada frente a un televisor, eso sí, interactiva –así se dice- porque llama por teléfono para votar en alguno de esos estúpidos realitys shows que le alegran la existencia.
Este 5 de julio será la primera vez, desde que tuve la obligación y el derecho de hacerlo, que no iré a votar. Y me gustaría que ningún mexicano lo hiciera, que ninguna mujer ni ningún hombre ejercieran su voto. A lo mejor así la clase politiquera se daría cuenta de que estamos hartos de todos ellos y ellas, que también las hay nefastas. Después de todo, con votar o no hacerlo, el dinero tirado a la basura, ha sido en vano. La epidemia que viene o que ya está entre nosotros es la de la indiferencia.

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