miércoles, 10 de noviembre de 2010

CIUDADES ALEPH; CIUDADANOS PARANOICOS

Pertenezco a una categoría de ciudadano al que el Estado (renqueante, enclenque, pero Estado al fin y al cabo) le procura más inconvenientes que bienestar. Es verdad. Con todo y que asumo la precariedad de la existencia como quien dice "el papa cree en su dios", no me es suficiente para sobrevivir al intríngulis burocrático en que se ha convertido (y va rumbo a peor) la vida en las ciudades (sobre todo).

Pero de todos los discursos que el Estado arroja sobre nuestras espaldas, el que más desazones me causa es el de la seguridad, el cual parece ser la "gallina de oro" de la ratio decidendi de los políticos.

La seguridad en sí, no me causa urticaria, sino la manera en que se expresa y cobra forma (se incardia) en la corporalidad de los sujetos: retenes, arcos metálicos, porras de diversos materiales, sensores, las omnipresentes cámaras y el vasallaje al que se es sometido, cuando por tu (su es demasiado respeto para dárselo a un subalterno) seguridad, unas manazas amaestradas (capacitadas, en el argot de la simulación) para invadir el cuerpo auscultan en busca de amenzas. El peligro previniéndose de sí mismo.

Sin embargo, cada cerco (de cualquier naturaleza) que debo sortear cotidianamente no me hace sentir más seguro, al contrario, dispara mi ansiedad a niveles que casi saludan de beso a la paranoia. ¿Cuidarme de qué? ¿Protegerme de quién? ¿A dónde van las miríadas de imágenes obtenidas cada día? ¿Por qué el Estado y otras instituciones deben cuidarme de ellos mismos provocándome el terror, primero, para ofrecerme el auxilio y el consuelo después? ¿De qué está enferma la sociedad posindustrial?

Recuerdo cómo se elogiaba la libertad de la que se gozaba en Occidente cuando el bloque oriental era el malo por espiar, maniatar y cercenar las garantías individuales de sus ciudadanos. Pero cayó el Muro y con él, el supuesto bienestar de los sujetos occidentales. Allá se infló la burbuja del "todo vale" y acá se nos subió al tren del "cuidado, peligro inminente". ¿Para qué sirve el entramado represivo que padecemos los ciudadanos en nombre de la seguridad si ésta deviene inseguridad?

Habría que reforzarla, dirían sin sonrojo los prototalitaristas, que ese es su negocio: vigiliar y castigar, y cobran por ello. Yo, en cambio, apelo a la abolición de tanto cerco. La existencia del ciudadano común se ha convertido en un camino minado de candados, despojos y una fuerte dosis de sospechosismo con el que se debe lidiar un día sí y otro también. Sospechoso a priori (y la apariencia es un factor que juega en contra o a favor del sujeto) sin derecho a recibir disculpas: es por tu seguridad ya sabes, no te quejes.
Y sin embargo, ningún dispositivo de seguridad ha impedido que sigan volando aviones cargados con materiales explosivos, que asalten y violen en el transporte público, que roben y secuestren en bancos y cajeros automáticos, que dinamiten autos y edificios, que estallen granadas en los espacios públicos, que muchos sean asesinados en hospitales, cárceles y aun en su propio hogar. Podría ser peor, argüirán los cínicos.
El panóptico es rey en las ciudades Aleph, que crea ciudadanos paranoicos, esquizoides, alienados, oprimidos, residuales, desechables. ¿Alguien conoce las ganancias que genera el mercado de la seguridad? Por ahí empezaría yo para desmontar el mito del "es por tu bien", y reformular la noción que del término tiene la ciudadanía y contrastarla con aquello que dicen entender los políticos.
No sé los demás, pero yo sigo resistiéndome a habitar y vivir la ciudad como si ésta fuera una gran jaula en la que yo, convertido en pájaro, puedo cantar, si quiero, pero jamás volar.

1 comentario:

David dijo...

Comparto la idea y el sentimiento. Siempre recuerdo la novela 1984 ... Saludos