viernes, 26 de noviembre de 2010

ASÍ EN EL CIELO COMO EN LA TIERRA

In memoriam: SCR
Muy pronto la tierra estará tragándose los restos de un marica más, que por vivir de otra manera: torcida, inmoral, irresponsable, ha muerto en la ignominia. Si acaso un último privilegio antes de morir: volvió a sentir el calor de una cama luego de haber dormido tantas veces en el suelo o en las bancas de los parques.

No se puede quejar, dirán muchos. Al menos no murió en la calle, dirán piadosas otras. Lo que nadie se atreverá a decir, es que afortunadamente, ya está muerto. Ahora sí viviremos con tranquilidad, sin esa opresión que nos sitiaba el pecho cuando aparecía, fantasmal, venido de la nada. No más tener que fingir no verlo, ni dar vueltas a ciertas calles para eludir su presencia. Qué bueno que ya descansa en paz porque también nosotros descansaremos del oprobio que su existencia penosa nos causaba.

Ya no cabe la posibilidad de sobornar a la conciencia porque al fin ha quedado fuera del alcance de nuestros ojos. Dios lo tenga en su gloria que es donde debió estar desde hace tiempo. Allá y no acá, contaminándonos, provocándonos, desestabilizando nuestras precarias vidas. Pero al fin dejó de sufrir. Y con ese cierre también nosotros entramos en un sosiego que solía verse interrumpido cuando como una aparición, tomaba por asalto nuestra rutina.

Acá en la casa nunca le negamos un vaso de agua –el vaso era de unicel-. Siempre le ofrecimos un taco –en plato desechable y jamás sentado en el comedor-. Pero él seguía en lo suyo. Quién sabe qué hacía, en qué se gastaba el dinero; de todos los trabajos que tuvo salió mal. Yo no sé por qué eligió esa vida, él se buscó todo lo que le pasó. Uno no está para juzgarlo, allá Dios que lo juzgue y lo perdone.

Y Dios que acepta sugerencias, seguramente lo pondrá donde ha colocado a los muertos por sida, por cáncer, por muerte violenta a causa de la elección sexual, a los lapidados cada día por alejarse de la heteronorma. Ahí donde los leprosos, los vagabundos, los que caen como perro en mitad de las calles, las esquinas, los lotes baldíos, en la basura. Lo sentará en un lugar que podrá llamar suyo, apropiárselo sin temer a ser despojado ni humillado ni dejado fuera de ningún lugar. Ya no existe afuera.

Al fin en paz. Y con su muerte nos devuelve la tranquilidad a todos. ¿Cómo es que vivió tanto tiempo así? Decía que se pasaba días sin comer. Luego me comentaban, allá lo vimos, andaba con unos hombres, borracho, riéndose. Porque el paria además debe abstenerse de acceder a la alegría para ser también miserable. Cómo pudo perderse de esa manera. No se preguntan: quién sabe si no se estaría buscando en ese laberinto de basura y hambre, de insomnio y enfermedad ¿No será que ahora que está muerto se halló consigo mismo?

Imagino sus cuchicheos y sus lágrimas. Los recuerdos que como moscas llegan en torno a su ataúd -que hay que pagar entre todos; aún muerto nos sigue chingando- para honrar su existencia. Nadie sabe lo que hacía en las plataformas, siempre perdía el dinero ¿Sabía leer? Cada vez que regresaba había que comprarle el boleto del autobús. Sólo Dios sabe qué vida llevó. ¿Alguien se lo habrá preguntado?

El mismo final que… siquiera a éste lo estamos velando, al otro… y sin decirlo, piensan en el final que me desean para corroborar que su hipótesis, como palabra de Dios, se cumplirá según lo anunciado. Víboras, ratas, arañas. Disfrazan de piedad su indiferencia; sería más sencillo mostrarse agradecidas porque nunca más aparecerá, salido de la nada, para afearles el paisaje, apestarles el aire, ensuciarles la mano, macharles el brillo del piso.

Esta noche la tierra engullirá lo que queda de un cuerpo reducido, estigmatizado, jodido. Un cuerpo que al final de sus años eligió sufrir en vano aspirando a recibir una misericordia que no vendría de ninguna parte. No hay amor fuera de uno mismo. No viene del exterior sino de adentro. Quién sabe si lo habrá llegado a saber, a vivir, a enunciar. Al menos tuvo el privilegio de morir en una cama. Millones, ni eso. Amén.

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