viernes, 26 de noviembre de 2010

YO IN-MIGRANTE

Descolonizar la imaginación para pensarme de otras maneras.
crac
Hay momentos en que el ocio puede ser un incentivo para el recuerdo. Y qué tipo de recuerdos. Pienso en la operación truculenta de FB cuando por alguna razón algorítmica te sugiere agregar a alguien porque es de tu edad o habita la misma ciudad en la que se des/vive. El pasado está a un click de nosotros, un ayer al que se accede escalonadamente: un perfil te lleva a otro y a otro, y a uno más hasta en-redar completamente a quien navega: el voyeur muere por exceso.

¿Qué se encuentra cuando se viaja al pasado? Nada (la melancolía es un privilegio de pocos). Porque uno suele aventurarse en ese viaje con los recuerdos mediados por una existencia recorrida, una vida des/gastada y transformada por la cotidianeidad. Lo que FB nos revela es la vida vivida. Los cuerpos sobre los que hay huellas, surcos, adornos y carencias, excesos y faltas. Mujeres y hombres que de muchas maneras dan cuenta de sus años consumidos, de su paso por la tierra. Que han cumplido cabalmente (¿irreflexivamente?) el mandato heterosexual: matrimonio y prole.

El ejercicio dotado de una dosis de masoquismo, sin duda, es también un mirador hacia ése que se fue y que se ha transformado de manera diferencial: se es y no se es al mismo tiempo. Al observar esos cuerpos miro también el mío doblemente situado: en el ayer que recuerdo, y en el ahora desde donde contemplo y enuncio. Qué diferente habrían sido mis días si no hubiese salido de aquella ciudad.

Hoy tengo claro que existen dos decisiones acertadas en mi vida: haber salido de Tuxpan y no haber vuelto jamás. Qué vida tan mal vivida habría sido la mía de haberme quedado allí (mientras escribo, un tío agoniza en esa ciudad que es ingrata con quienes no siguen su moral acartonada). Y miro con asombro –quizá con envidia, dirían algunos- lo orgullosos que están de habitar esa ciudad quienes posan en paisajes urbanos o naturales y signan en su perfil Tuxpan de Rodríguez Cano, Veracruz. Me agobia el exceso, me irrita la necesidad de apellidar a una ciudad como si alguien más quisiera arrebatársela. Yo no.

Pocos entenderían – tampoco hay necesidad de ello- lo feliz que se puede ser deambulando por otras geografías llevando la marca del terruño en las profundidades del recuerdo, en los abismos que a veces gratamente pueden forjarse en la memoria. Desenraizado, tal vez; sin espacio que habitar, nunca. Llega el momento en que a pesar del azar uno elige donde construirse otra vida y acierta. El paraíso no está en un único lugar. Yo lo sé, yo lo vivo.

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