jueves, 3 de febrero de 2011

DAÑO COLATERAL

Necesito un paraguas. Sí. Uno grande y bonito que me tape de la lluvia. Y también unas botas de hule para no mojar mis pies saltando charcos. Que sean con estampado pop, como esas que traen las famosas. Boot art. Mis pies lo merecen ¡caminan tanto!


Necesito un paraguas, me urge tener uno. No quiero que el agua siga anegándome el alma, porque el alma también se moja. Los desengaños y las desilusiones van haciendo porosa la piel y hasta allá llega la humedad; por ósmosis, dicen. Es tan triste tener que orear el alma en la primera mañana que sale el sol. A veces se me olvida que la tengo afuera y si no es porque me siento hueca, la dejaría guindada en cualquier tendedero.

Aunque no llueva yo siento que el agua me escurre por los huesos. Quizá estoy muerta y nadie ha venido a notificármelo. Un certificado de defunción foliado, con membrete oficial dictando las causas de mi muerte. Pero no, tal vez soy un cadáver más y ya no tiene sentido nombrarme ni contabilizarme. Hasta las cifras en un mundo aritmofílico están perdiendo peso.


Quiero un paraguas aunque no lo necesito, ¿qué tipo de artefacto me cubriría del goteo de mi sangre que llueve dentro de mí, mientras la gente pasa y mira mi cuerpo inerte, en vivo o por youtube? Espero satisfacer lo suficiente las ansias del voyeur que se recrea en mi humanidad maltrecha, hecha pedazos, anónima.
Soy una inocente más, pero ignoro la número cuál en esta guerra infinita contra el narco.

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