jueves, 28 de julio de 2011

EL PEZ DORADO

¿Cuál es el peso de la presencia (o ausencia) del nombre propio? ¿Cabe hacerse la pregunta si la identidad es un acto romántico o subversivo? ¿Hay lugar para la identidad en un mundo fragmentado? ¿Cómo nombrar lo aparentemente innombrable? Le Clèzio trasluce estas y otras interrogantes a lo largo de las 229 páginas que conforman El pez dorado.


La historia de Laila (de alguna manera habría que nombrarla) es también la historia de muchas personas que se encuentran fuera de lugar, deslocalizadas, carentes de raíces (a no ser las de la memoria) que les permitan el arraigo: orfandad nómade que no obstante, resiste.


De la mano de Laila, la Noche, el lector se aventura en el recorrido ancestral de la inmigración. Desde África hasta Europa, de Europa a Norteamérica, de América al norte del continente negro otra vez, sin más equipaje que el hambre y el anhelo de hallar un lugar dónde poder asentarse o descansar el alma al menos: “Y pensaba que en el mundo no había ningún lugar para mí, que fuera donde fuera me dirían que ése no era mi país, que tendría que pensar en irme a otra parte” (:192).


De la historia de los deslazamientos forzados dan cuenta las estrías que luce el planeta cuando se le mira desde el espacio o a través de páginas como éstas; miríadas de huellas dejadas al paso, ora presuroso, ora lastimero de quienes buscan una vida digna de ser vivida. Un nombre.


“Nadie me había hecho nunca un regalo así, un apellido y una identidad” (:166). Confiesa una Laila conmovida cuando recibe el pasaporte que le permitirá no solamente viajar de un continente a otro, sino de afuera hacia al interior de sí misma. Empezar a encontrarse, ser ella.


¿Puede el pez sacado del agua dulce prosperar en otras aguas que intentan imitar las condiciones del hábitat natural? Laila, pececillo negro, demuestra que sí es posible sobrevivir pero pagando un coste de sangre y lágrimas, siempre al asedio de los depredadores.


Pero si Laila consigue completar el círculo es porque a diferencia de otros, alimenta su cuerpo y su espíritu con lecturas y con música. Con muchos libros y bastantes melodías, regalándolos instantes de esperanza en mitad del desierto o en las chabolas junto a los vertedores, en la errancia nocturna y en el escondrijo, en la entrada del metro parisino y en las avenidas californianas.


El pez dorado brilla no por su condición de oro, sino porque consigue alcanzar el estanque primario del que ha surgido, sólo para emprender nuevamente el difícil viaje de regreso al mar. El nombre propio es sólo el principio de la aventura.


Le Clèzio, J.M.G., (2009) El pez dorado, México, Tusquets.

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