lunes, 4 de julio de 2011

RUIDO, SORDERA, CENUTRIEZ

La cantidad de ruido que uno puede soportar sin que le moleste está en proporción inversa a su capacidad mental.




Schopenhauer













Impotencia y rabia. No importa el orden en que los refiera. El ruido devenido atmósfera cotidiana me jode por igual, y me revela impotente y furioso contra quienes no entienden que el ruido es una manifestación de barbarie.





¿Hasta cuándo la autoridad municipal considerará prioridad la salud física, psicológica y emocional de la ciudadanía? Refiero lo anterior porque se torna insufrible el ruido que emiten los conductores de taxi y del servicio urbano de la ciudad. ¿Existe ley que defienda al usuario contra la pedantería de muchos de ellos? Porque solicitarles que disminuyan el volumen de sus reproductores de música es exponerse al insulto, la grosería, la bestialidad que distingue a bastantes de ellos y ellas, que en eso, hay paridad.






A esta barbarie in crescendo, se suma la de antros 'emergentes' y fiestas 'privadas' que surgen, sobre todo, los fines de semana, la de los negocios 'particulares' y otros más que emiten tal cantidad de ruido aun pasada la medianoche, sin que exista autoridad competente capaz de frenar el abuso ni capacidad neuronal para autoregular los rugidos emitidos a deshoras. Es como si el ruido fuera parte del paisaje y hubiera que adaptarse a él o encerrarse en casa con paredes insonorizadas o hacerse sordo o desaparecer.





¿Es lo de hoy vivir así? ¿Se importó de Madrid, la ciudad más ruidosa del mundo, el modelo de decibelios ensordecedores? ¿Debo como ciudadano hacer 'oídos sordos' a esa contaminación auditiva que no cesa? ¿Qué se necesita hacer para que quienes contaminan acústicamente modifiquen su incivilidad? Si tanto les gusta el ruido ¿por qué no se fijan los audífonos en sus orejas y se revientan los tímpanos estrepitosamente en un acto de egolatría acústica, irreversible?






En otras latitudes se ha legislado al respecto. Aquí, ¿cuándo ocurrirá?. Antes bien parece que se incentiva el tsunami ensordecedor. Y una ola ruidosa que antes formaba parte del ambiente antrero y de las cantinas, ahora se propaga, cual onda radiactiva, y se ha colado e instalado en restaurantes y cafés (he dejado de frecuentar decenas de ellos por su barbarie estruendosa que se interpreta como glam, chic, in y no como la bestialidad que en realidad es) impidiendo la charla amena y obligando a platicar a gritos para aspirar a ser escuchado. Incluso, los pretendidos grupos que tocan ‘música viva’ no son sino fuentes emisoras de ruido, graznidos que aspiran a ser canciones y que son celebradas por una multitud tan sorda como carente de gusto musical. Lo segundo es subjetivo, lo primero un problema de salud pública.





El ruido además de destrozar los oídos favorece el embrutecimiento de la gente. No lo digo yo, hay que leer los informes de las OMS respecto a la epidemia de sordos que pululan junto a la manada de obesos (la otra epidemia). La bruticie reina por doquier y no existe tapón industrial que consiga aislarme de semejante radiación acústica. Parece que no existe remedio que no sea la resignación, el encierro o la sordera prematura.






No entiendo que ya que se apuesta por bellaXalapa (un proyecto que carece de coordinación y sentido) la autoridad no se percate de que la armonía -que no el silencio- es también una manera de embellecer una ciudad. ¿Cuesta tanto esfuerzo mental entender eso? ¿Alguien me oye?

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