viernes, 30 de mayo de 2008

DE LO QUE SUCEDE CUANDO UNO VIAJA EN BUS...2


El vehículo parecía traído de Sierra Leona; dentro el aire se ha combinado con los aromas corporales de diferentes tipos de cuerpos; el tráfico densísimo. La única opción es mirar hacia adentro -de uno, of course- y olvidar que se está ahí, en una sucursal ambulante del infierno. De repente, en una esquina un grupo de personas hace la señal para que al autobús se detenga. Una turba de mujeres de amplias faldas y trenzas oscurecidas sube en tropel. Las manos apretando el dinero con el que pagan el servicio; los brazos cargando cubetas con residuos de comida, costales, bolsas y bolsas que se multiplican infinitas. Todas ríen como si vinieran de una gran fiesta, se auxilian para abordar el artefacto; una paga, la otra trepa los bultos; aquella ayuda a la que parece ser mayor o la más débil o la menos fuerte en ese momento. El vuelo de sus amplísimas faldas compite con el fugaz colorido de sus miradas. Los pies ajados reposan apenas contenidos por el par de sandalias de plástico. Los cuerpos cúbicos, esféricos. Las tres dimensiones de la pobreza: mujer, pobre, sola. Aunque con hij@s. Y algunas, quizás también con marido. En ellos pensé luego de mirarlas largamente. En una cantina, trabajando en el campo, ausentes, pensé.


El bus siguió su ruta, aprisa, ruidosamente. Las voces de las mujeres se fueron apagando, como sus miradas, como sus manos que no teniendo más que murmurar se pliegan sobre las piernas y callan. Silentes. El viaje es largo y aprovechan para descansar un poco tras la larga jornada.


Desciendo cuadras después y lo hago por la puerta de atrás para mirarlas por última vez: todas en una quietud ceremonial que contagia. Ése es el poder en red, femenino; sin aspavientos ni pretensiones, callado, para todas y todos. Feliz viaje, pensé.

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