domingo, 11 de mayo de 2008

DRAMADICTOS (NO) ANÓNIMOS

“Lo que hoy tiende a formarse son individuos tan débiles y sensibles que resulten incapacitados para lo único fundamental, es decir, andar por esta vida”. Esto lo afirma Javier Marías en su artículo titulado “La formación de pusilánimes” publicado en EPS (número 1649; domingo 4 de mayo, 2008). Desde luego que coincido con él, porque infinidad de veces he tenido que enfrentar las consecuencias de mi franqueza al señalar tal o cual situación. Seguro, que si me ha ocurrido tantas veces, el del problema soy yo (dirán algunos): intransigente, déspota, tirano, verdugo, bárbaro, amargado y lo que gusten agregar. Pero quienes me acusan no se detienen a pensar, menos aun a analizar, la naturaleza de sus sanciones y mucho menos lo irracional de su reacción. Es verdad que no es posible que uno acepte y agradezca ataques que atenten contra la dignidad y otra es “cristalizarse” al extremo de que el mínimo roce los rompa.

Existen –y a la alza- personas delicaditas a quienes cualquier expresión o acción que no les complazca o desagrade, automáticamente lo interpretan como un ataque directo a su ego desnutrido. De modo, que en el mundo empieza a haber escasez de verdugos mientras aumenta la demanda de “víctimas”. Ya es imposible señalar los fallos en el desempeño de un trabajador o una empleada porque inmediatamente ésta o quien sea se considera afrentada en sus derechos laborales. A los estudiantes, si se les hace hincapié en su nula o escasa ubicación espacial (vean cómo caminan o la manera en que cogen un lápiz), éstos no reflexionan sobre cómo remediar tal carencia sino que corren heridos, lastimados en su sensibilidad adolescente al proteccionismo inmaduro de sus progenitores, alegando que tales comentarios les hieren y en consecuencia les afecta su proceso de aprendizaje. Ejemplos sobran. El chantajismo está a la alza.

Las personas se tornan cada vez más intolerantes a la adversidad y deambulan con su fragilidad como una discapacidad que les impide vivir en armonía. La Comisión de Derechos Humanos ha contribuido (supongo que sin proponérselo, cuando no celebrado) la burocratización del agravio. Del victimismo. Me piden que pague impuesto; me niego y encima me manifiesto, agredo, atento contra terceras personas y no me acusen de nada porque monto un circo ante CNDH, que me ves feo; te acuso ante el tribunal de Glamour y Cursilería; que me alzaste la voz, te demando para que me pagues el tratamiento con el loquero porque soy sensible y tus decibeles me hacen daño. Parece haber tantas instancias como delitos y viceversa. Y la sensatez y el sentido común campando en el olvido.

Quizá por eso existen cada vez más personas solas, aquellas que incluso ni tienen mascotas ni jardín para no tener que traicionarse a sí mismas. Me asquea la mediocridad con la que debo lidiar cada día. Al paso que vamos nos quedaremos mudos, ciegos, inmóviles, embrutecidos por la incapacidad actuar (accionar, dicen algunos) sin que el mínimo movimiento implique una sanción. No tardarán en crear un tribunal que juzgue a la fuerza de gravedad por ser la culpable de deformar a la materia, de hacer más pesados a los gordos, causar la flacidez a las formas femeninas –y algunas masculinas-, de impedirnos ir al espacio, en definitiva, por mantenernos contra nuestra voluntad aquí en la Tierra –y en el Universo-, aun cuando los entendido sabemos que la gravedad es una deformación del espacio-tiempo. Que se demande a sí misma dirán los legos.

Pero sigamos celebrando esta emotización de la gente y cumplamos cabalmente el dicho: la culpa no es del indio sino del que se deja agarrar de pendejo. Cést tout!

1 comentario:

David dijo...

Suena interesante la idea. Estare al pendiente para leerte. Un saludo cordial.
David