lunes, 11 de mayo de 2009

EN EL CORAZÓN DE LA EPIDEMIA

5:30 AM. Lunes 11 de mayo y el autobús se detiene en los andenes de la TAPO; no hubo avión ni primera dama ni flashes para recibirme luego de 2 semanas ausente de esta ciudad: el DF. El monstruo y el reino, el ansia y el miedo, el deseo y la repulsión.

No hace frío. La gente avanza como autómata. Pocas voces. Muchas personas. Imposible cumplir con aquello de "evita asistir a lugares concurridos". En esta ciudad todo punto es una concurrencia. Abordo al metro: más silencio. ¿Duermen? ¿Nada qué comentar? La euforia del día de las madres fue sólo ruído; lo que sobra en todas partes. La gente se sostiene con temor en los tubos del vagón: todo está contaminado y se teme infectarse por contacto con ellos. Algunos utilizan los inútiles cubrebocas. Otras, bufandas y guantes. Seguro el virus repele ese tipo de fibras y viaja sólo en objetos de menor valor.

Observo en silencio los Comunicados que la Ssa colocó en las paredes de algunas estaciones; muy primer mundo con ciudadanía de país en subdesarrollo. La crisis evidenció que es cultural lo que parece natural: la gente sigue desobedeciendo (está en su naturaleza) y arroja los cubrebocas, los escupitajos y demás basura en el suelo. No es por falta de papeleras sino de responsabilidad. Estornuda sin cubrirse y lo hace estrepitosamente; un Big Bang de partículas mortíferas de las que no escapa nadie. Esa no es idiosincracia sino mala educación, incultura, salvajismo. Eso y más es mucho de este pueblo de México.

Las calles lucen semidesiertas. El miedo, a diferencia del virus, si se sostiene en el aire. La atmósfera se torna más densa con sus tantos puntos IMECA y miedo. Miedo y carencias sobran en la ciudadanía. La mirada es torva: tú eres culpable, parecen decir sin hablar. No se dice porque existe una culpa colectiva que nos obliga a perdornarnos para no quedarnos en la soledad ahora que muchos nos rechazan por ser mexicanos contaminados. Te perdono porque no tengo de otra, mexicano cochino, mexicana cerda. Nunca antes el silencio había sido abundante entre una población que grita a todas horas.

Ahora se calla, quizá porque de momento no se tenga nada más qué decir.

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